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Y "mañana" llegó (Brooklyn Nets)

 




Esta entrada va dirigida a todos aquellos entrenadores que no creyeron en aquello de sembrar para mañana, de plantar árboles que no verán crecer. Que planificaron la temporada pensando en el campeonato que, por casualidad, disputarían sus equipos; la semana, en el partido que estaba por llegar. Esta entrada va dirigida a mí, entrenador corto de miras por excelencia, práctico y concreto por falta de talento y de visión.

 

Esta entrada no es necesariamente una crítica, es muy probable que nunca hayamos entrenado al próximo Kevin Durant, pero sí es una advertencia, porque tal vez sí y ahora nunca lo sepamos. El mañana que no veíamos aquella tarde fría de jueves ha llegado. Se llama Brooklyn Nets.

 

La falta de perspectiva de muchos frente a la visión de unos pocos

 

El gordo estiró, el largo musculó y el pequeño jugón sigue siendo el pequeño jugón. El talento hay que entrenarlo, adquiera la forma que adquiera en una edad temprana. El talento puede venir en envoltorios de distinta belleza, pero es el contenido lo que cuenta. El talento hay que educarlo y motivarlo para que no caiga en la pereza, para que no busque nuevos estímulos fuera de la cancha. Desde aquí, como espectador maravillado de lo que están haciendo los Nets en estos Playoffs… Gracias.

 




Gracias, sí, a todos los entrenadores de formación que invirtieron horas junto a Kevin Durant, Kyrie Irving y James Harden, entre otros. Principalmente por no haber sido fronteras insuperables en un desarrollo que seguramente se hubiera producido de igual manera, al margen de sus propuestas, aunque no de igual modo. Gracias también a los que se abstuvieron de dar su opinión, a los que los tuvieron al lado, siendo pequeños, y no supieron, o no pudieron, convencerlos e introducirlos en su visión mediocre de la vida y el baloncesto.

 

Todos hacen de todo… Porque todos hacen de todo

 

Gracias también a Steve Nash. Por crear el ambiente necesario para que estos jugadores se desarrollen. Por basarse en la distribución de espacios, en la organización de la salida de contraataque y en los roles de rebote y balance, en aspectos básicos del juego que no van mucho más allá de la planificación de un buen equipo infantil, que es, por otra parte, en lo que se convierte, de nuevo, el baloncesto, cuando completa el círculo y se libra de los lastres de que se sirve cuando el pequeño pájaro aún no sabe volar, o cuando nosotros, cigüeñas extremadamente protectoras, pensamos que no sabe. 




 

Para que todos hagan de todo hay que pasar por largos períodos de sequía, por largas sesiones aburridas, también para los entrenadores. Hay que pasar por una ingente suma de repeticiones y un no menos ingente número de tareas que concentran la atención y la demanda atencional para fortalecer la adquisición y mecanización de gestos que luego se aplicarán de un modo más global e incierto en el juego.

 

Y por eso, y no me contradigo (aunque no me importaría hacerlo) hay que jugar, y jugar a juegos que compartan las bases fundacionales del baloncesto, no necesariamente a baloncesto. Y fomentar el multideporte, y celebrar que los niños de nuestra escuela vayan también a la de fútbol y se formen en el uso de espacios reducidos, en la percepción disociada, en ejecuciones complejas que suponen verdaderos desafíos motrices y cognitivos en sentido amplio.

 

Y sin embargo se mueve. El balón, digo. Pese a los pronósticos.

 

Para jugar como juegan los Nets hay que ser muy buenos atletas, hay que tener talento, este tiene que haber sido educado global y analíticamente y, además, debes contar con jugadores que dominen los tres fundamentos básicos del baloncesto, pero fundamentalmente dos: el tiro y el pase (y jugar sin balón).

 

El balón de los Nets se mueve tan rápido porque todos los jugadores son una triple amenaza potencial antes de recibir el balón, tal y como demuestran cuando, efectivamente, lo reciben. Los espacios se maximizan, la presión sobre la defensa se vuelve insoportable y, en este contexto, todos ellos son capaces de reconocer las ventajas antes de que existan, de anticipar las reacciones de la defensa antes de que se den y de intuir dónde se moverán los compañeros.

 

En el baloncesto moderno, a la velocidad que se juega, no hay nada que leer. No hay que pensar, contra lo que normalmente se dice. Hay que intuir e inventar colectivamente. Hay que probar y saber vivir con el fallo, es más, hay que saber suplirlo con un esfuerzo extra de rebote o balance que será el que terminará de unir a una plantilla que, a estas alturas, solo puede perder la NBA si median lesiones.

 

No hay ritmo de entrenamiento sin recursos y un nivel de desempeño alto


Como os decía, esta entrada va dirigida a entrenadores como yo, también a los obsesionados con el ritmo de entrenamiento, antesala, por supuesto, del ritmo de juego que he venido alabando en esta entrada y que es consecuencia, no solo del esfuerzo, la intensidad y la preparación física, sino también de mentes y cuerpos bien educados, con paciencia, en el espacio reducido, la práctica deliberada y la repetición consciente. Que puedan ejecutar acciones con notable éxito de forma continuada. 





Que no se nos olvide, por si el mañana nos vuelve a sorprender entrenando para el próximo sábado.  


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Una república llamada baloncesto





El Parlamento unicameral y unipersonal que represento yo mismo junto con mis circunstancias ha decidido proclamar su intención de erigirse en república independiente durante los próximos ocho meses de vida. Durante este tiempo serán desatendidas todas las quejas por mi mal humor tras una derrota de los Celtics o por los gritos proferidos tras un triple de Stephen Curry. En los próximos ocho meses cobraré en sonrisas lo que hasta ahora no he cobrado en dinero. En los próximos ocho meses, tras una inversión monetaria que podría ser considerada mínima, gracias al mejor invento del mundo, el NBA League Pass, podré disfrutar de todos los partidos de la NBA a la hora que me dé la gana y sin interrupciones.

Las suspensiones de Kevin Durant, los pases en transición de Lebron, los triples tras salida de carretón de Klay Thompson, las entradas a canasta de Wade, los pases desde el poste de Marc, los movimientos al poste de Pau, las genialidades combinadas de Curry, el primer paso de Melo, el juego colectivo de los Spurs. Todos estos elementos y muchos más suspenderán durante varias horas al día la monotonía a la que nos vemos abocados como “hombres masa”, títeres al servicio de fuerzas magnéticas que nos dominan sin que les pongamos cara; súbditos de estúpidos iletrados capaces de embarcarse en cruzadas a cada cual más absurda y fuera de su tiempo. Pero más allá del absurdo que envuelve la actualidad política en España, con más corruptos que ideas y con más independentistas que alfabetizados, quisiera recalcar unos cuantos puntos sobre los que focalizar la atención en la temporada que está a punto de comenzar:

1. El legado de Lebron James. Acuérdense de estas palabras dentro de varias décadas. La temporada 15-16 será decisiva a la hora de comparar el legado de Lebron respecto al de las otras grandes leyendas de la liga. Un nuevo fracaso, y en su caso será fracaso todo lo que no sea ganar, lo relegará de por vida a una columna de salida en el diario de la historia de la NBA.

2. El corazón del campeón. Ese al que nunca se debe subestimar, en palabras de Rudy Tomjanovich, es el que poseen los Warriors, autores de la mejor temporada estadística de la era post-Jordan. Los de la Bahía han mantenido el bloque. Está por ver si han hecho lo mismo con su ambición y ética de trabajo.



3. Líderes con pies de barro. No me fío de Harden, de Carmelo Anthony, de Westbrook ni de Durant. Tampoco de Chris Paul, Derrick Rose ni del propio Marc Gasol. Sus cualidades para jugar al baloncesto me parecen irrebatibles. No así su capacidad para abanderar un proyecto. Eso sí, una victoria de alguno de sus equipos lo cambiaría todo. También mi opinión.



4. Los nuevos viejos Spurs. Los actuales Spurs se alimentan aún de las cenizas que ardieron el siglo pasado, es decir, de aquella elección del draft que hizo que Tim Duncan aterrizara en la franquicia tejana. Los actuales Spurs beben aún del manantial europeo que supuso la llegada de Parker y Ginobili procedentes del viejo continente. Los Spurs son el equipo más moderno de la liga a pesar de contar con un entrenador de 66 años al que en España ya le habríamos dado matarile con un ERE y con varios jugadores cerca de cumplir 40. La fórmula, aunque conocida por todos, solo funciona allí. Ojalá que les vuelva a salir bien.



5. ¿Por qué no, Pau? Por qué no ganar otro anillo y sumar un tercero. Por qué no reclamar un hueco en la historia de los Bulls, una nueva camiseta retirada, como la que tendrás, si se hace justicia, en Memphis y Los Angeles. Después de verte sojuzgar a todo un país como Francia, cuya impotencia quedó plasmada en las afirmaciones insidiosas de uno de sus diarios de cabecera, con cuarenta puntos como cuarenta soles, no puedo descartar que repitas una nueva hazaña. Eso sí, para que ello suceda Hoiberg, Butler, Rose y unos cuantos más inquilinos en la ciudad del viento deberán reconocer quién manda allí. Y mandas tú.

6. Kobe, te echábamos de menos, pero corremos el riesgo de echarte de más, de verte jugando a medio gas, mermado por todas las lesiones que te han aquejado en estos últimos años. Decide bien cuándo marcharte, porque a los ídolos se les juzga por cómo llegaron, por lo que hicieron, pero también por cómo supieron aceptar su muerte deportiva.

7. Con los Bucks la piscina lleva agua. La vierten Carter-Williams, un clon, salvando las distancias, de su entrenador, Jason Kidd; Kris Middleton, Giannis Antetokoumnpo, Greg Monroe y numerosos seres más venidos del futuro para dominar la liga con su envergadura y potencia física. No es el modelo de baloncesto que más me gusta, pero son una de mis apuestas para la temporada. Me sorprendería mucho que no llegaran a las cincuenta victorias.

8. Se busca pie para zapato. Se busca cenicienta para príncipe. Se busca equipo que represente el sueño de los modestos y, sinceramente, al no poder contar a Atlanta, ya consagrado entre los grandes de la Conferencia Este, me toca apostar por mis Celtics. Por lo que vi la temporada pasada, por lo que he visto en pretemporada y por la esperanza que representa tener en el banquillo al Perrault de nuestra era, al entrenador que llevara dos años consecutivos a la humilde universidad de Butler a la final de la NCAA. Bueno, y por ser un celtic también. 

Sobre estos ocho puntos erigiré mi particular república. Y sin temor a ser apuñalado por un conjunto de senadores me dispongo a disfrutar de esa gran obra que representa para la humanidad la mejor liga de baloncesto del mundo. Aunque a fin de cuentas no sea más que otro negocio cualquiera.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Estrellas, entrenadores (,) estrellados





“A Gasol lo que le interesan son los museos, los teatros y esas cosas”. Así, indignado, se mostraba Kevin Durant en una entrevista durante la fase de preparación de la selección americana para el Mundial de España del verano pasado; molesto porque Gasol había declinado la oferta de los Thunder y estaba decidido a firmar por Chicago, por una urbe mucho más atractiva desde el punto de vista cultural, por un mosaico cosmopolita en el que comunidades venidas de medio mundo se mezclan en obligada armonía (a veces también sin ella). No entendía que un tipo de 34 años y escasas –por pura biología– posibilidades de volver a saborear la gloria de un anillo no hiciera primar los criterios deportivos. Conviene decir que Kevin Durant, en las vísperas de firmar un contrato multimillonario con Under Armour abandonó la concentración de la selección estadounidense alegando fatiga. Su temporada ha estado marcada por una grave lesión de tobillo en una especie de fátum tejido, tal vez, con las madejas del propio karma. Cada uno da lo que recibe. Luego recibe lo que da.

Pero no se trata de Kevin Durant. Se trata de un Pau Gasol sobreexplotado en temporada regular, ignorado en multitud de desenlaces igualados y forzado ahora, nuevamente, tras una lesión muscular. En los Lakers Gasol podía aceptar que Kobe asumiera un protagonismo a veces desmesurado, pero tener que asistir a un monólogo de Rose, un jugador disminuido física y mentalmente por las lesiones y muy inferior, en cualquier caso, a Bryant, ha debido causarle más de una indigestión. Ojo, tras años vilipendiado por los sistemas de los inquilinos del banquillo de los Lakers, Thibodeau le ha devuelto el protagonismo, los minutos y la importancia. Eso hasta que llegaron los playoffs y el bueno de Thibs decidió que moriría con y por Rose. Murieron todos.

Lo hicieron a mano de unos Cavs que juegan a lo que dicta Lebron. La pusilanimidad de Blatt bien podría ser entendida como una sabia maniobra. Chocar con el rey siempre supuso penurias para el súbdito o vasallo y Blatt lo sabe. Tratar de imponerse y reivindicarse, como intentó en un principio, conduce, en el mejor de los casos, a la obtención de resultados mediocres. Con Love lesionado e Irving renqueante –más bien lesionado, aunque en cancha– Lebron dirige la orquesta en transición, desde la base, el alero o desde el poste medio. Falla, comete errores, pero sintiéndose el rey, el resto de piezas del tablero se mueven con libertad castigando el exceso de atención que genera su halo de invencibilidad en los rivales. No, haters, un escuadrón formado por Mozgov, Tristan Thompson, Shumpert y JR Smith no es superior a aquel integrado por Longley, Rodman, Kukoc y Pippen. Si Lebron gana con todos los condicionantes a los que se ha visto expuesto, esta victoria será pura como el diamante. Y va por buen camino.



Cierto, por el mismo buen camino por el que iban los Clippers hasta esta noche, la noche en la que a esta franquicia engendrada por un gen perdedor le vinieron a ver todos los fantasmas juntos. Su propuesta de juego colectivo es superior a la de unos Rockets que tuvieron que recurrir a un quinteto sin Harden para remontar el partido e igualar la eliminatoria. El chico de la barba mueve bien la pelota, tiene múltiples recursos, anota sin esfuerzo, pero hace peores a sus compañeros. Huelga decir que esto que hizo McHale, mandar a la estrella al fondo del banquillo en los momentos decisivos del encuentro, es lo que Thibodeau nunca se hubiera atrevido a hacer.

En fin, una gran noche de NBA que sirve de víspera de una Final Four a la que el Madrid llega con la urgencia añadida del fracaso de la sección de la que es deudora. No sé si Laso hará las veces de Thibs o de McHale o si anda en busca de un rey al que confiarse, como Blatt. Lo cierto es que, si pierde, de poco le servirá cantarle por Gardel a la afición aquello de “que veinte años no es nada”. Y es que enfrente tendrá a Zeljko Obradovic. Y él sí que sabe lo que han pasado en estos veinte años tras dejar al Real Madrid como campeón de Europa y en los que mientras la sección se unía y deslavazaba según soplaban los vientos (hasta la llegada de Laso, todo hay que decirlo) él no ha parado de ganar.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

El siglo de los bases





La NBA es una especie de organismo en continua transformación. En sus cerca de setenta años de historia la liga ha atravesado casi tantos estadios de desarrollo como el hombre en su cienmilenaria evolución. De once equipos, un par de divisiones y unas modestas aspiraciones de escala local y regional hemos pasado a treinta franquicias, seis divisiones y una repercusión internacional indiscutible que la convierte en uno de los faros más luminosos de esta nuestra aldea global. Sirva también, como ejemplo, el devenir del asunto racial, en el que la NBA no sólo ha caminado de la mano de los tiempos, sino que lo ha hecho siempre un paso por delante, enarbolando la causa de la igualdad no sólo con mensajes pomposos y grandilocuentes, sino a través de filantrópicos programas como el “Read to Achieve” o el “NBA Cares”. Lo mismo podríamos afirmar en relación con la geografía, el modelo de negocio, las reglas de juego o etiqueta y muchas otras dimensiones anejas al deporte y que se hallan en constante proceso de transformación y adaptación. Pero hoy quiero centrarme en el puro y duro baloncesto, hablar de la profesión de base y, para hacer buena esta introducción, lo haré especialmente de su diacrónica progresión.

Digo profesión porque ser base implica ser jugador de baloncesto y algo más. El jugador de baloncesto puede driblar, lanzar, pasar, rebotear, taponar, robar balones, ayudar en defensa,... El base debe poder hacer todo eso y, al mismo tiempo, escrutar cada movimiento del rival, comprender la psicología de su entrenador y de todos y cada uno de los compañeros y oponentes. El base debe entender de momentos, llevar los tiempos, minimizar errores, interpretar los espacios, acaudillar a su pueblo y no rendirse nunca. Geómetra y metrónomo, batuta y trompeta y, hasta los últimos años, generoso secundario de lujo. Todos estos sustantivos han venido definiendo a los mejores bases de la historia. Hasta el inicio del tercer milenio.

Hasta los años 70 la liga estuvo sometida al dominio de los hombres grandes. Primero fue Mikan y a continuación, compartiendo de manera desigual fama y títulos, llegaron Bill Russell y Wilt Chamberlain. No pudo Elgin Baylor ganar un anillo. Tampoco Jerry West sin la presencia de Wilt ni The Big O, Oscar Robertson, uno de los mejores bases de la historia, sin la ayuda de un aún imberbe Lewis Alcindor, Kareem Abdul Jabbar. En aquel entonces un siete pies móvil era conditio sine qua non para aspirar al anillo. De ahí que fuera tan necesaria, y milagrosa, la inesperada aparición de Willis Reed en el séptimo partido de la final de 1970.

Sólo el nombre de un base, si exceptuamos la rara y ambivalente condición de Oscar Robertson (Mr Triple Doble), trascendió a la altura de las más rutilantes estrellas del campeonato. Ése es Bob Cousy, el Houdini del parqué, el base de los primeros Celtics campeones y uno de los abanderados del concepto de entretenimiento. Pero, no nos engañemos, los Celtics siguieron dominando el campeonato sin sus pases de fantasía y su manejo de balón más propio de un trilero.

Algo así como un base. Eso era Oscar Robertson y también podríamos definir de esta manera a Walt Frazier, el icono más laureado de los Knicks, una especie de efigie viviente de la gloria ya lejana de los de Nueva York. Una mezcla extraña fue también Earl, “The Pearl”, Monroe, pero, sea como fuere, la década de los setenta vino a consolidar las figuras de los aleros (Rick Barry, John Havlicek, Julius Erving, Bob McAdoo,...) y los pívots (Elvin Hayes, Kareem Abdul Jabbar, Bill Walton, Moses Malone,...) relegando la presencia de los bases a un papel más bien testimonial.

Todo cambió en los 80. Nacido en Lansing, Michigan, Earvin Magic Johnson redefiniría las reglas del juego del baloncesto y los cánones clásicos de la belleza. De la reducción al absurdo que supuso su advenimiento derivó también el surgimiento de un nuevo concepto de “play maker”, el base alto, el jugador total. Más ajustado al libreto, pero igualmente singular en su estilo, Isiah Thomas le puso tanto corazón a la profesión que los títulos y reconocimientos le llegaron por derribo. Los ochenta, a pesar de que los perros grandes seguían siendo los favoritos de los managers y entrenadores, supusieron, además de una época dorada para el baloncesto colectivo, la reconsideración del base como elemento central en la conformación de un equipo ganador, algo que también tuvieron presente los Sixers del 83, con Maurice Cheeks, y los Celtics de Larry Bird, con la siempre añorada presencia del ojeroso Dennis Johnson.

Los 90, por su parte, fueron años de silenciosa siembra y cosecha escueta. De arrimar el hombro y arar la tierra para que las generaciones venideras la encontraran, a la postre, bien ventilada y con la textura perfecta. Un equipo, los Bulls, dominó la competición jugando sin un base puro, colocando al otrora maestro de ceremonias en una esquina. Como fotógrafo, aunque en ocasiones jugaran papeles determinantes. El triángulo ofensivo diseñado por Tex Winter, y tan bien implantado por Phil Jackson, fue debilitando, uno a uno, los esfuerzos de Terry Porter, Kevin Johnson, Gary Payton y John Stockton por ganar un anillo a la vieja usanza, haciendo orbitar el juego en torno a su mando. También los de Moncrief, Mark Price o los del inconsciente John Starks. Lo intentaron, a su manera los “no hermanos” Hardaway; el pequeño y jugón, Tim, y el grande y no menos jugón, aunque de cristal, Penny. Ambos sin premio aparente.

Kevin Johnson, Gary Payton y John Stockton, cada uno con su particular estilo, abrazaron la llegada de Jason Kidd, otro hacedor incansable de triples dobles, un verdadero líder en la cancha que anticipó, a su vez, la irrupción de Steve Nash, consecutivamente nombrado MVP de la liga en 2006 y 2007. Ningún base de sus características –director de juego y principalmente asistente– se alzaba con el más importante galardón individual desde que lo hiciera el propio Bob Cousy en 1957, es decir, medio siglo antes. Porque me lo van a permitir sus fans, hablar de Allen Iverson, desde el máximo de los respetos, es hablar de otra cosa. De un gran jugador, de un excelso anotador, de un reclamo sin igual, pero no de un base.

Sólo pasarían cuatro años más hasta que Derrick Rose, otro base, se hiciera con el MVP. Su fichaje por los Chicago Bulls, procedente de la Universidad de Memphis, puso sobre el tablero un nuevo prototipo de “point guard” que vendría a ser una generación más avanzada de la que quisieron inaugurar Deron Williams o Chris Paul, aunque este recuerde más a los pequeños directores de juego de otras épocas. Ahora el base es ante todo un anotador que asiste, simplemente, porque lo marcan los sistemas o por necesidades del juego. Son el principal quebradero de cabeza de las defensas rivales, apenas preocupadas ahora por lo que puedan hacer los interiores. El juego, aunque los clásicos hablamos siempre de que lo preferible es la consecución de un equilibrio, ha ido desplazándose hacia el perímetro y toda construcción ofensiva, salvo excepciones, suele empezar desde la figura de un base o la de un alero que hace las veces (Lebron James, Kevin Durant).

De los viejos matchups entre Russell y Chamberlain, Hayes y Kareem, Olajuwon y Ewing o entre Erving y Bird, Bird y Wilkins, Jordan y Drexler, Jordan y Barkley o Lebron y Durant, hemos pasado a emparejamientos entre tipos de estatura y complexión más cercanas a las de un tipo normal. De ellos no sorprende su estatura, sino su desbordante talento para la generación y mantenimiento de las ventajas y para la ejecución explosiva y controlada de gestos técnicos a máxima velocidad. Los nuevos iconos del baloncesto son bases y estos son mis favoritos:

1. Stephen Curry. De anotador puro en Davidson a promotor del baloncesto más bonito y vertiginoso de la actualidad.

2. Chris Paul. El base de los Clippers es el que mejor interpreta el arte del pick and roll y el que mejor hace partícipe del juego a sus interiores.

3. James Harden. Si quiere hacer un tiro lo va a hacer. El más virguero manejador de balón tiene una zurda prodigiosa para el lanzamiento exterior y mil y un recursos para finalizar bajo aro o buscar el contacto y sacar una falta.

4. Tony Parker. El base del equipo campeón merece crédito por ese simple hecho. Los que hemos crecido viendo a estos Spurs reconvertirse y regenerarse a lo largo de los quince años que separan sus cinco anillos, debemos valorar el grado de madurez alcanzado por el parisino.

5. John Wall. Sus complicados antecedentes familiares hacen de él un fiero competidor. Poco a poco ha ido refinando su tiro en suspensión y su lanzamiento exterior.

Invitándoos a hacer vuestra propia lista me despido. No tienen por qué ser cinco. Pueden ser diez o quince. Afortunados o no, una realidad se alza incontestable ante nosotros: vivimos en el siglo de los bases.




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

De Barcelona a Madrid





Llamar por teléfono. Eso fue lo primero que hizo Mike Krzyzewski después de que finalizara el último encuentro del Mundial de Baloncesto con un aplastante 129 a 92 a favor de su selección. Del otro lado del teléfono Paul George, el escolta de Indiana Pacers y principal sacrificado de este viaje hacia el triunfo tras su escalofriante lesión de tibia y peroné que le tendrá apartado de las pistas durante más de un año. Aquel fatal incidente ocurrió el pasado 1 de agosto, el día en el que los norteamericanos, en un partido de entrenamiento entre ellos, disputaron los minutos más igualados de todo este trayecto.

Desde el cambio de siglo y de milenio no he visto una selección estadounidense mejor que ésta. En 2000 un triple lanzado por Jasikevicius estuvo a punto de enviar el partido de semifinales a la prórroga, en 2002 fueron sextos en su mundial, en 2004 terceros en Atenas, en 2006 terceros en Japón y desde 2008 ganan pero no convencen coleccionando estrellas que se dedican a lucir músculo, asumir protagonismo y defender más bien poquito. El equipo de 2014 estuvo bien confeccionado, gozó de equilibrio y en él los egos encontraron acomodo sin necesidad de asumir tiros insensatos ni acaparar flashes. El equipo de 2014 no fue un desfile de aleros acumuladores de juego y lanzamientos, sino una muy buena mezcla de bregadores, intimidadores, referencias interiores, falsos cuatros, tiradores tras recepción y después de bote y jugones que demostraron poder compartir el balón. Este equipo defendió cuando hizo falta con piernas y con manos para correr, qué digo correr, para volar por la pista con una ocupación perfecta de las calles y una calidad de pase irreprochable. Y sin alguno de los pívots más conocidos y dominantes de la NBA reboteó en defensa y en ataque por deseo y anticipación pudiendo así marcar el tempo de los partidos.

Este equipo, a priori una versión “c”, abrió numerosos debates y terminó generando otros. Se dudó del respeto de los jugadores NBA, y de la propia liga, hacia el baloncesto del resto del mundo. Se pensó que serían batibles, que terminarían perdiendo por falta de experiencia, talento y conocimiento del juego. Y las dudas se disiparon mientras a algunos nos surgen otras. ¿Se ha vuelto a multiplicar la distancia entre el baloncesto NBA y el baloncesto FIBA?

La victoria aleccionadora de San Antonio y la exhibición de esta selección invitan a pensar que sí. La NBA vive una época dorada y goza de un fondo de armario de jugadores inacabable. Institutos y universidades siguen siendo el granero perfecto, una especie de Actor´s Studio para las futuras estrellas de la liga. En ellos los jugadores se forman en la búsqueda de la excelencia técnica a base de numerosas horas de repetición y uno contra uno. ¿Su primacía obedece a cuestiones de potencial demográfico? Sí, pero también es cuestión de escuela. De método y concepto. Mucho que aprender.

El Mundial diseñado para que nuestra selección culminara quince años de éxitos inspiradores nos ha dejado una reedición “sui generis” del Dream Team. Sin el glamour de aquellos nombres, sin tres de los cinco mejores jugadores de la historia en sus filas, me permito este desafío a la nostalgia y la historia en virtud de la calidad del baloncesto que estos jugadores, aún proyectos de estrella, han desplegado en la cancha. Mi enhorabuena para ellos y mi reconocimiento al cuerpo técnico comandado por ese ejemplo de honestidad, dedicación y amor al baloncesto que es Mike Kryzewski, Coach K. Su gestión del capital humano se estudiará algún día en las escuelas de negocios.




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Hombres de acción





En muy pocas entrevistas de trabajo el encargado de recursos humanos se aleja del guión previsto, del repaso curricular y de la evaluación de competencias. Rara vez, en el transcurso de dicha entrevista, no se expresa o insinúa la pregunta “¿qué sabes hacer?” Vivimos en un mundo de acciones, de comportamientos que conducen a un resultado. Necesitamos causas y consecuencias para respirar hondo y vivir tranquilos en nuestra cosificada realidad. Por esto mismo no es habitual que en el marco de un reencuentro con un viejo amigo éste nos pregunte: “¿en qué estás pensando?”, “¿qué te preocupa?” o “¿en qué lectura ocupas tu tiempo últimamente?” No, el amigo y tú os interesáis por la salud, por el trabajo, por las relaciones, por todas esas magnitudes tangibles que nos permiten calificar la existencia mediante adverbios de modo (bien/mal) o de cantidad (mucho/poco)

La obra que asola mi casa me ha hecho más consciente de todo esto. Los albañiles, fontaneros, pintores, escultores del yeso y artistas del barnizado actúan como autómatas, abren y tapan agujeros con la facilidad con la que lo haría una máquina. Se alimentan de certezas y sobre certezas edifican sus vidas, agendas y también sus obras. Son necesarios y lo saben. Son hombres de acción.

Y hombres de acción necesitan ahora todos los equipos de la NBA implicados en un séptimo partido para pasar de ronda. Hombres como Damian Lillard, autor de una canasta tan genial como achacable a la pasividad defensiva de James Harden, la antítesis de Lillard, un artista venido a menos, un filósofo del basket al que en Oklahoma siguen buscando para que juegue las finales de 2012, la serie contra Miami en la que certificó su salida de la franquicia. A Lillard, en cambio, no hace falte buscarle. Era el chico que se ponía el primero de la fila en la escuela, el primero en tener novia, el primero que saldría disparado a rescatar a un amigo herido. Lillard nació para actuar, es el Hemingway del baloncesto, un Napoleón negro algo más alto que el corso pero con el mismo instinto para la resolución de los conflictos. En pleno homenaje a Jack Ramsay, entrenador recientemente fallecido de aquellos Blazers setenteros que dieron paso a la Blazermania, Lillard rescató de las catacumbas a la franquicia que más tiempo llevaba sin ganar una ronda de playoffs. Lillard, eso sí, bien acompañado por una plantilla corta y, sobre todo, por el cuatro más inspirado de la NBA actual, Lamarcus Aldridge. 

 

Si la cosa va de “cuatros” inspirados es obligatorio hablar de Dirk Nowitzki. El alemán ha recuperado la magia de sus dedos y está dispuesto a eliminar a unos Spurs tan brillantes en el juego colectivo como huérfanos de una estrella que acapare la luz de los focos durante los momentos de presión. El séptimo partido en San Antonio será de infarto y en estos casos es difícil apostar contra el equipo que tiene a Nowitzki, el sexto jugador con mejor promedio anotador en partidos de “win or go home”.

Mr Unreliable, titulaban los diarios de Oklahoma con primer plano de Durant en portada tras el quinto de la serie contra Memphis. Durant respondió al desafío periodístico con 36 puntos y sit a su equipo a un paso de las Semifinales de Conferencia. La suspensión de Randolph y las molestias de Conley en la espalda desequilibran las apuestas. Durant y Westbrook no pueden permitirse otra salida por la trasera. Memphis planteará problemas, pero ganará Oklahoma. 

 

No por una acción, sino por un pensamiento expresado en voz alta y amplificado por los altavoces de la prensa y las redes sociales, empezaron a enturbiarse las aguas de la franquicia de los Clippers. Donald Sterling fue sometido a un sumarísimo juicio por decir lo que pensaba. La lucha contra el racismo se impuso sobre la libertad de expresión en un claro ejemplo de que se nos juzga por nuestras acciones y no por nuestros pensamientos, de que somos lo que hacemos y no lo que pensamos. Donald Sterling llevaba años pensando que los negros son inferiores y apestados. La diferencia es que ahora lo supimos. Su crimen fue el del asesino, al que no se le puede juzgar por planear en su mente el crimen, pero sí tras su ejecución. No se equivoquen, abomino todo lo que huele a racismo, a la farisea superioridad del hombre blanco. Aplaudo las medidas adoptadas y lo tajante de la actitud de Adam Silver, pero no entiendo que este hecho pueda haber afectado al rendimiento de los jugadores de los Clippers. ¿O es que acaso no sabían que jugaban para un tipo apestoso forrado de dinero y con inclinaciones ideológicas de este tipo? No me lo puedo creer, tal vez no se dieron cuenta mientras nadaban en jacuzzis de billetes de cien mil dólares, embriagados por el alcohol que les ofrecía su jefe. Más les vale a los Clippers que dejen el discurso a un lado y se apliquen para ganar a los Warriors. Juegan por la gloria deportiva, por sus miles de aficionados (iba a decir millones, pero son los Clippers) y por el honor. Frente a ellos encontrarán a dos tipos que sólo entienden de lanzar y anotar: Klay Thompson y Stephen Curry. Ya habrá tiempo para llorar.

Llorar, no les quedará otra a los Pacers si no son capaces de hacer valer el factor cancha en el séptimo e inesperado encuentro de su serie contra los Hawks. Conflictos más propios de edades adolescentes han infectado un vestuario que navegaba por aguas calmas hasta febrero. Stephenson, habitual hombre de acción, herido en su orgullo, optó por hablar fuera de la cancha en vez de hacerlo sobre el parqué. Ahora toca ganar un duelo a todo o nada con el aval de la lógica ante la inexperiencia de una modesta plantilla como la de Atlanta a la que es difícil restarle mérito.

En Toronto están como en Portland, esperando como agua de mayo una nueva visita a las Semifinales de Conferencia. Cuentan con un partido en casa para dar la campanada y vencer a unos Nets con más nombre y talonario. En esta eliminatoria tengo el corazón dividido pues aunque la propuesta de Toronto me satisface más, no quisiera perderme el duelo entre Pierce y Lebron en la siguiente ronda.

Se avecinan dos noches maravillosas de baloncesto. Les aseguro que no les costará identificar en ellas, de entre todos los jugadores que se vistan de corto, a las estrellas, a los jugadores seguros de sí mismos, a los hombres de acción. No les defraudarán.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Un movimiento ganador




El primer gran traspaso de la temporada NBA ha llegado antes de que ésta comience. Los Thunder de Oklahoma se han desprendido de James Harden a cambio de Kevin Martin, Jeremy Lamb y varias elecciones de Draft. Así, aunque a primera vista puedan surgir dudas, el equipo finalista de la pasada edición soluciona por la vía rápida un asunto que amenazaba con convertirse en una pequeña pesadilla, en un virus interno llamado a afectar a la química del equipo.

Con esto no quiero dejar pasar por alto el rendimiento ofrecido por el escolta durante su periplo por el estado de las infinitas praderas. Allí, con su zurda precisa y sus agresivas penetraciones se convirtió en el mejor sexto hombre del campeonato y en un indiscutible en los quintetos finales del equipo capitaneado por Russell Westbrook y Kevin Durant. Después de esta noticia, la supremacía de esta pareja escala un peldaño más. Es probable que el base dispute más minutos (no tendrá problemas) y que Durant asuma aún más protagonismo en finales de partido apretados (como tiene que ser).

Kevin Martin es un fantástico escolta, un profesional de la anotación con muchos y variados recursos en la parcela ofensiva. Además, el hecho de que no necesite abusar del balón ocasionará menos conflictos de ego de los que podría suscitar el afán acaparador de Harden. Jeremy Lamb, por su parte, es canela en rama, uno de los mayores talentos de una escuela, la de la Universidad de Connecticut, de la que han salido escoltas tan fantásticos como Ray Allen, Rip Hamilton o Ben Gordon. Su muñeca, su elegante suspensión y su inteligencia dentro de una cancha le han de convertir en un referente de la liga. Démosle, si no, tiempo al tiempo.

Los Rockets, dirigidos por Kevin McHale, reciben una fuente anotadora que cuando tiene el día parece inagotable. Sin embargo, habrá que ver si el bueno de Harden es capaz de adaptarse al modelo de juego coral propuesto por el mítico número 32 de los Celtics.

La mayor parte de expertos y columnistas de los grandes medios de comunicación norteamericanos expresarán sus dudas acerca de este movimiento. La mayoría hablará de una segura merma en las opciones de campeonato de unos Thunder que se quedaron muy cerca en temporadas pasadas. Sin embargo, yo, desde mi modesta atalaya y desde la ignorancia más absoluta de lo que se cuece en los despachos de un equipo NBA, respeto y saludo este traspaso. Los Thunder seguirán corriendo el contraataque, jugarán mejor en estático y brillarán más en el futuro de la mano de un Jeremy Lamb que tiene todos los ingredientes de un plato de alta cocina. 




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Juego de Tronos





Derrocadas las dinastías más pujantes de la primera década de siglo, Spurs y Lakers, y enterrada, aunque es difícil adivinar si para siempre, la mística que envuelve a los caballeros del trébol, un nuevo panorama se abre en ese océano de tierra que se encontraron españoles, ingleses y holandeses allá en la Edad Moderna.

En esa tierra indómita, mezcla de pedregales y llanuras fértiles, de montañas cuarcíticas y desiertos fríos, dos reinos se disputan la hegemonía. De la Península de Florida, estrecha franja de tierra que separa el Océano Atlántico del Golfo de Méjico, proceden los Heat, los señores del calor, doce guerreros acostumbrados a batallar sin armadura intentando hacer daño en el campo abierto. Su indiscutible señor responde al nombre de Lebron James. Le escoltan sus dos más fieles aliados: Dwyane Wade y Chris Bosh. Su séquito, más que por su habilidad o destreza, destaca por su intachable fidelidad, por su más que probada lealtad.

Dos mil kilómetros hacia el oeste, entre las Tierras Altas y las Grandes Llanuras, asolado por incendios y tornados, se erige el reino del trueno gobernado por una dinastía que abandonó, hace pocos años, el frío y lluvioso noroeste para instalarse en latitudes más cálidas. Aquí, en esta tierra de nadie abierta al ataque de cualquier enemigo que ose penetrar sus fronteras, manda Kevin Durant, un extraterrestre con cualidades de procedencia desconocida. Un siempre insidioso Westbrook, le disputa el cetro desde dentro. Por fortuna, el otro miembro del triunvirato se encuentra centrado en otras guerras y es que para Harden no hay nada mejor que herir una vez tras otra la moral del enemigo a base de triples o penetraciones imposibles. Cabe destacar, también, la imponente presencia de dos centinelas, Serge Ibaka y Kendrick Perkins, la pareja mejor preparada para contener los ataques enemigos.


Calor y trueno no son realidades físicas enfrentadas. Más bien, al contrario, se encuentran íntimamente ligadas y coalescen en el tiempo. Lo que está claro, es que ambas necesitan de una importante fuente de energía, una energía que, durante las dos próximas semanas, encontrará su origen en el deseo que ambos reinos tendrán por hacerse con el anillo de la NBA, un anillo para dominarlos a todos.

Un anillo que pasa, ya en clave baloncestística, por lo que puedan hacer secundarios como Battier o Haslem en los Heat y Collison o Fisher en los Thunder. Su aportación suele pasar desapercibida, pero son esos puntos con los que los rivales no cuentan los que más daño hacen a la estrategia rival.

Será clave, también, la aportación de Chris Bosh. Puede que Spoelstra siga utilizándolo desde el banquillo para igualar el flujo anotador que aporta Harden en Oklahoma y para evitar enfrentarlo, directamente, con esa guardia pretoriana formada por Perkins e Ibaka que protege el aro de los de Brooks.

Decisivas, también, serán las actuaciones de Westbrook y Wade. Dos de los mejores dribladores de la liga, dos de los físicos más explosivos, se verán cara a cara durante muchos minutos cada partido. No descarten que Westbrook defienda a Wade en los minutos calientes de la serie mientras Durant se “relaja” tapando con su envergadura los triples y las penetraciones de Mario Chalmers.

Será interesante, también, comprobar cuál de los entrenadores conduce la partida a su terreno, quién de los dos, Spoelstra o Brooks, mueve sus fichas antes para colocar un quinteto formado por cuatro exteriores. Creo que a ambos, por las piezas que tienen, les puede interesar oponer este formato. En ese momento la táctica dejaría paso al talento y la trinchera a un frente descubierto de cualquier tipo de obstáculo para que decidan el talento y la fortaleza mental.

Será esta última cualidad, la fortaleza mental, la que termine por decidir cuál de los dos monarcas es el rey mejor preparado para dirigir los designios de la nación. Aunque a priori parece imposible decantarse por Lebron James o Kevin Durant atendiendo a cuestiones numéricas o deportivas más allá de gustos o preferencias personales, esta final, este choque en las alturas, nos puede dar muchas pistas sobre el verdadero carácter de los aspirantes. James intentará anotar en transición, tras penetración, desde el tiro libre o a través de sus suspensiones en el rango de los 5-6 metros. Durant, además de todo eso, puede hacerlo también desde más allá de los 7,24. James defenderá a Kevin. No, en cambio, Kevin a James salvo en contadas ocasiones. Lebron, buen conocedor de la leyenda de Alejandro el Magno, intentará convertir el duelo en algo personal. Durant, más persa que macedonio, más Darío que Alejandro, se refugiará en sus tropas sabedor de que la gloria final no pasa por meter, rebotear o asistir más que Lebron, sino porque el equipo anote un punto, aunque sólo sea uno, más que el rival. 




Por ello ganarán los Thunder, por la astucia y saber hacer de su rey. He ahí mi pronóstico. Los del trueno en siete bonitos partidos en una final que promete ser la mejor desde las que libraron Celtics y Lakers en los ochenta. Y tú, ¿con qué rey te quedas? 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Oh là là






Acomódense en el carruaje. Disfruten de los faroles de hierro y de las cuestas repletas de pintores. Sean bienvenidos al París de Napoleón III, el de los bulevares y la Ópera, el del banquero ricachón y la recatada burguesa. Permítanme una recomendación. No dejen de visitar el Moulin de la Galette y su fantástico espectáculo de cancán.

Dirige la orquesta Tony Parker, un belga de raíces parisinas, un número 30 del Draft de 2001, un robo, otro más, de los perpetrados por los San Antonio Spurs en la lotería de todos los junios. Un virtuoso de la batuta, un maestro del allegro que no desdeña, en absoluto, los ritmos más lentos. Durante el tercer cuarto del partido de anoche simplemente bordó el baloncesto y le enseñó a Westbrook que esto es mucho más que saltar y correr. Parker, después de un master de once años junto a Popovich, es un diamante pulido, un jugador que entiende cuándo ha de entrar a canasta, tirar en suspensión o doblar el balón. Su cambio de ritmo de rápido a más rápido es simplemente indefendible. Su “floater” o tiro por elevación, un recurso menos carismático pero más efectivo que el del propio Navarro. 



Pero no todo el mérito es suyo. Parte se lo debe a todos y cada uno de sus compañeros, a esos que de manera individual leen de manera impecable el baloncesto. Y es que el juego de los Spurs no tiene nada de complejo o elaborado. No son los sistemas de Popovich un laberinto indescifrable. Todo lo contrario. Todo se basa en conceptos simples y por ello bellos. Tirar cuando estoy solo, dividir cuando tengo un defensa encima y moverme después de pasar para generar espacios dentro y fuera mientras la bola no ha dejado, en todo este tiempo, de moverse al ritmo de la música.

Una música fusión de ritmos procedentes de diferentes lugares del globo. Los San Antonio Spurs demuestran que la mezcla perfecciona la especie, que la diversidad es riqueza. Diversidad no sólo de culturas y procedencias. Diversidad también de generaciones y escuelas. La LEGA italiana, la ACB, española, la LNB francesa, Wake Forest, Carolina del Norte, Pittsburgh, Vandervilt, Florida, San Diego State. Muchos manuales unificados en uno solo gracias a la imponente presencia de un Gregg Popovich a quien sus jugadores respetan no por lo que parece y sí por lo que es.

Quiso Scott Brooks emponzoñar el partido, ensuciar lo que hasta entonces estaba siendo un tercer cuarto de fantasía por parte de los de San Antonio. Utilizó una táctica, para asombro de todos, permitida por el reglamento. Sus pupilos golpearon una vez tras otra el cuerpo de Splitter para llevar al brasileño a la línea. El ajustado parcial de 9-7 en el transcurso de esta estrategia demuestra que el sentido era otro. Romper el ritmo, enfriar a Parker. El posterior acercamiento de su equipo en el marcador le dio la razón y el hecho de que Popovich ya hubiera utilizado esta misma treta en el pasado les iguala en términos de autoridad moral.

Si Brooks puede apuntarse este tanto qué decir del juego de Durant o Harden quienes, con máxima eficiencia, provocaron que el partido llegase abierto a los últimos minutos. Ellos prefirieron hacerlo sin orquesta, de una manera más improvisada gracias a un talento natural basado también en la mezcla genética de la que provienen. Si Durant, con sus 2,08 metros de estatura es un espécimen único de ser humano, a Harden le ampara una técnica individual muy depurada amén de una mano izquierda a la altura de la de Jimmy Hendrix.

Por suerte, tras el impasse, la música volvió a sonar en el Moulin y el cancán se mezcló con algún tango para despedir una noche en la que, como casi siempre, ganó el mejor. El equipo mejor entrenado. El equipo mejor dirigido. La orquesta mejor afinada. Amanece en París mientras en Oklahoma la noche sigue cerrada. Nadie duerme. Allí todos se encomiendan al Dios Durant. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS