De hombres a dioses, de dioses a...

 



Ya es oficial: Sergio Scariolo reemplazará a Chus Mateo en el banquillo del Real Madrid. El entrenador italiano regresa a la que fue su casa hace veintidós años, punto final de un período de tres temporadas en el que consiguió una liga. Es cierto, en aquel tiempo la sección atravesaba un vasto desierto en el marco de una crisis que llegó a poner en entredicho su existencia, pero, también es cierto, aquel bagaje es muy inferior al que ha atesorado en estos años Chus Mateo. El todavía seleccionador nacional entró en el club blanco de la mano de Lorenzo Sanz para, a continuación, tras la derrota electoral de este, ser refrendado por Florentino Pérez, quien lo despediría dos años después.

 

Precisamente, aunque sea de manera delegada o indirecta, a través de un equipo de colaboradores con Sergio Rodríguez a la cabeza del proyecto deportivo, Florentino Pérez es quien nuevamente lo contrata argumentando, supongo, que un cambio es necesario, que el periplo de Chus Mateo como continuador, de alguna manera, de la forma de conducir la sección de Pablo Laso (de quien actuó como ayudante ocho años consecutivos) ha concluido. Ello aunque los matices hayan sido evidentes y Chus haya desarrollado su trabajo con un guion y un estilo propios, amén de con muy buenos resultados, más aún teniendo en cuenta el ascenso de proyectos deportivos como Valencia Basket o Unicaja de Málaga, que asisten a un floreciente renacer que ha puesto en entredicho la bicefalia Madrid-Barça.

 

Según Perplexity, plataforma de inteligencia artificial que combina la potencia de modelos de lenguaje de última generación con búsquedas en tiempo real en la web según sus propias palabras, la permanencia media de los CEO de las grandes empresas internacionales oscila entre los cinco y los siete años, variando según los contextos. En orquestas de primer nivel internacional ─como el Real Madrid─ la duración de sus directores al frente de ellas oscila entre los 5 y 15 años, habiendo mucha mayor variabilidad que en el caso anterior y siendo extremo el ejemplo de Herbert Von Karajan, quien estuvo 35 años al frente de la Filarmónica de Berlín, hasta la fecha de su muerte en 1989.

 

Sin embargo, la duración promedio de los primeros entrenadores en la liga Endesa es de entre una y tres temporadas, cifras solo comparables a las de las compañías de teatro, donde una alta movilidad conduce a una alta rotación, pero aun así la IA nos dice, a falta de poder contrastar los datos, que los directores de teatro suelen estar en sus cargos entre tres y cinco años. ¿A qué conclusión podríamos llegar? Quizá, acaso, a que el rol del entrenador es más bien el de un subordinado, un encargado de un área concreta de rendimiento, lo que impediría su equiparación a CEO´s, directores de orquesta o teatro. Sin embargo, mi experiencia e intuición me dicen que estas diferencias no tienen tanto que ver con el cargo (tanto CEO´s como directores de orquesta, cine o teatro rinden cuentas a sus jefes) como con el campo o área de actuación, este sí particular y diferente: el baloncesto, el deporte de alto rendimiento, el nuevo circo romano.

 

Parece evidente que la alta competición deportiva y su evidente repercusión mediática acelera los procesos de destitución, sustitución, reposición y deposición de todos los actores que intervienen, siendo la del entrenador la figura más vulnerable y trascendente, pues tal es la confianza que se tiene en el advenimiento de un nuevo técnico, lo que nos convierte en contingentes y necesarios al mismo tiempo, máxima cuerdiana por excelencia. Aceptar ser entrenador es aceptar ser proclamado prescindible e imprescindible en función de los contextos y las circunstancias, hasta el extremo de poder ser despedido y contratado por la misma persona.

 

Esta suerte de contradicción se viene reproduciendo en el tiempo y alimenta también el personalismo de una figura, la del entrenador, que aparece especialmente realzada en el baloncesto europeo, donde los equipos siguen siendo de autor y el entrenador sigue siendo tan importante o más que los jugadores, hecho que no sucede en el baloncesto norteamericano, lo que se traduce incluso en los códigos de vestimenta. Enfundados en un buzo o sudadera cómoda, los actuales entrenadores de las franquicias NBA son jefes de personal, directores de un amplísimo y multifacético cuerpo técnico formado por especialistas en muchas y diferentes áreas. Su principal misión pasa por atesorar, filtrar, segmentar y seleccionar la información que le trasladan estos asesores y convencer a los jugadores, verdaderas estrellas del negocio, para que actúen conforme a estas conclusiones alcanzadas bajo el paraguas de la ciencia y a través de la reflexión colectiva.

 

El propio Sergio Scariolo experimentó este modelo en sus carnes, cuando como asistente de Toronto Raptors, equipo campeón de la NBA en la temporada 18-19, conoció de primera mano esta forma de trabajar, este formato horizontal de reparto de tareas y toma de decisiones y esto se notó en la forma de concebir su trabajo, y el de sus asistentes, en la selección española en un caso de importación y adopción claramente exitoso. Ahora parece haber convencido a Luis Guil para que lo acompañe, oferta irrechazable con la que al parecer no puede competir un puesto de la máxima responsabilidad en Palencia.

 

Este hecho, precisamente, en caso de confirmarse, hará que la duración en el cargo de Luis Guil no supere el año y medio, a pesar de la confianza renovada por el club tras el descenso, lo que nos lleva a concluir que esa fugacidad de los entrenadores en sus puestos tiene que ver también con su propia toma de decisiones en la búsqueda de nuevos retos o mejores contratos, lo que es lícito, faltaría más, pero impide igualmente esa continuidad que, a priori, parece buena consejera para la consolidación de los proyectos deportivos.

 

Redondeo esta entrada, como tantas otras veces, incapaz de alcanzar una síntesis o máxima aplicable a todos los casos. Es más, termino y pongo el punto final sin saber qué somos los entrenadores en el marco de este negocio: si directores de orquesta o de teatro, si CEO´s de una mediana empresa o curritos que visten de traje o buzo en función de su consideración profesional y la de su trabajo. Y no sabría decir, tampoco, si prefiero el modelo europeo de entrenadores jefe investidos de un saber esotérico y en posesión de la verdad, su verdad, o el de los jefes de personal cuyo nombre tantas veces desconozco y a los que me cuesta reconocer entre esa hilera de sabios que rodean a los jugadores en esas sociedades cooperativas que son los cuerpos técnicos y directivos de los equipos NBA.

 

Tanto es así que no descarto que, en la búsqueda de este sincretismo, en este, quizá, primer paso de la sección de baloncesto del Real Madrid hacia la NBA, Sergio Scariolo cuelgue sus trajes en el armario y se enfunde un cómodo chándal para situarse codo con codo con sus compañeros de trabajo, con los expertos en rendimiento, en técnica individual, en ataque, en defensa o en cortes de vídeo. Esto o que Chus Mateo coja la selección sin enterarnos, de manera silenciosa, e impregne de su modestia y buen hacer el trabajo de la selección española durante diez o doce años, o durante 35, a lo Herbert Von Karajan, mientras le llueven las críticas porque es un tío como nosotros, porque podríamos ser nosotros, porque nosotros podríamos hacerlo mejor. Claro.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Irnos como si no nos fuéramos

 



Sostengo, y cada día que pasa me reafirmo, que una buena pretemporada para cualquier entrenador de cualquier deporte, individual o colectivo, pasa por estar atento a los estímulos provenientes de diversos campos de conocimiento, por conversar con personas de diferentes estratos sociales, de distintas nacionalidades y generaciones, con distintas inclinaciones y gustos. Pasa por vivir con los sentidos activados y aprovechar la oportunidad que el verano nos concede en forma de tiempo e interacciones lejos del entorno de trabajo cotidiano y necesariamente formal.

 

También debe incluir estudio y dedicación a la materia específica, a las asignaturas propias de los cursos de preparación que no dejan de ser las que debemos seguir cursando toda la vida para adaptarnos a los tiempos y las innovaciones que el baloncesto ha ido incorporando tanto para sofisticarse y profesionalizarse como para asumir una necesaria especialización y un aparente cientifismo que nos permita igualarnos y compararnos con los expertos en otras cuestiones. Lo tengo claro, los entrenadores de baloncesto estudiamos para ser más competitivos en el ejercicio de nuestra profesión, pero también para situar a este oficio en una categoría que nos haga sentir orgullosos como colectivo.

 

Y esto está bien, desde luego, pero conviene recordar que esta alocada carrera por parecer más especialistas, más científicos, más expertos nos conduce a toda velocidad al punto de partida: a la necesidad de comunicar. Y comunicar, seducir, construir un discurso común alrededor de decenas de individualidades requiere de capacidades innatas como el carácter o el temperamento (uno es líder antes de saber que lo es), pero también de un sentido de la verdad y la bondad que, como ya apuntaban los griegos, solo puede partir del conocimiento del bien, de la virtud. Una comunicación sincera requiere de un conocimiento del otro y de uno mismo que permita el hallazgo de las semejanzas que tenderán el puente y las diferencias que lo harán más rico y estable.

 

Un liderazgo honesto y admirable requiere de un amplio conocimiento de la naturaleza humana, un conocimiento que solo puede partir de un amplio bagaje vital, un bagaje vital que solo el acceso a la cultura puede ampliar estirando el tiempo de que disponemos. La lectura, la música, la pintura o el cine no son solo elementos para la evasión, «vidas de repuesto», que diría José Luis Garci, sino también herramientas que ensanchan el tiempo, que nos conducen a lugares cuya visita nos llevaría meses, años, vidas y que, además, enriquecen cada experiencia dotándola de un contexto, de una mirada diferente y amplificadora.

 

En una reciente visita a la sinagoga del agua, en Úbeda, la guía nos recordó cómo los judíos enseñaban a leer y escribir a sus hijos porque siempre estaban expuestos a una expulsión, a un trágico desenlace. Lo único que llevaban lo llevaban consigo, este sería su único patrimonio imperecedero (o que, en caso de morir, moriría con ellos). Su equipaje material era necesariamente ligero, pero todo lo que necesitaban para sobrevivir y prosperar en nuevos vergeles o desiertos eran sus conocimientos aprendidos y memorizados.

 

Todo lo que tenían era memoria de pasajes de la cultura popular y oral hebrea, técnicas de cultivo o nociones básicas de arquitectura. No podrían echar mano de sus textos, no podían acumular el conocimiento en bibliotecas, pues no gozaban de ese tiempo para engordarlas del que solo disponían los grandes imperios. Pero tenían memoria, experiencia vivida y transformada por una cultura propia y una herencia no cuantificable pero inmensa que terminaría definiendo su manera de mirar y estar en el mundo.

 

Hoy depositamos este conocimiento en bancos a los que acudimos puntualmente con nuestro lector de huellas digitales o cualquier otra sofisticada forma de acceso. Nos hemos centrado en ampliar y, ya digo, sofisticar y adornar el conocimiento en bruto para, de alguna manera, situarnos en la sociedad, definirnos y agradar a los nuevos zares y reyes. Pero ese conocimiento es inútil, yermo, si no ahondamos en la importancia de nuestra mirada, en el conocimiento previo que conecta al aprendiz, en este caso nosotros, con el conocimiento nuevo. No habrá intercambio de ideas cuando un cerebro vacío se cruce con una máquina llena, de una inteligencia tan superior que, aun hablando técnicamente nuestro idioma, lo hará con un nivel de conceptos tan superior que conducirá al silencio, a la incomprensión, al sentimiento de inutilidad de unos y otras.

 

En fin, concluyo esta defensa del conocimiento no puramente científico, de la conversación informal, del hallazgo inesperado y de la necesidad de armarnos de una aproximación humanística y multidisciplinar admirado por lo que pude ver en el concierto de fin de curso, conmemoración del 75º aniversario del coro de la Universidad de Salamanca (y del 40º aniversario del coro de cámara). No solo a nivel técnico, sino también, como os decía, a nivel humano y emocional. Bernardo García-Bernalt dirigió el coro por última vez tras una dilatada carrera que empezó, como director de la coral, en 1990, pero, de no haberlo sabido con antelación, hubiera sido imposible darse cuenta.

 

Es cierto, Bernardo incluyó un homenaje a su abuelo, de mismo nombre, eligiendo un tema de su autoría y, es cierto, hubo algunas lágrimas en el escenario, pero ninguna suya. Bernardo García-Bernalt se fue, parafraseando las palabras de mi estimado y fallecido poeta Vicente Rodríguez Manchado, como si al irse no se fuera, consciente de que lo verdaderamente importante es que la música siga sonando, que se siga cantando en la universidad de Salamanca, en la ciudad, en la región, en el país y en el mundo, consciente de la grandeza de la música en comparación con su humilde, aunque gran aportación.

 

Por tanto, en honor al maestro y su última lección, no queda otra que lanzar el balón al aire y dejar que se siga jugando. Y, si puede ser, cada día un poco mejor, aunque será difícil, y nos llevará horas y fórmulas matemáticas, definir esto.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Aviso para navegantes

 



Que los New York Knicks perdieran una ventaja de 17 puntos en 6:22 después de haber dominado el primer encuentro de la eliminatoria ante los Pacers puede ser una anécdota. Que los New York Knicks perdieran una renta de 14 puntos en los últimos tres minutos de juego puede ser calificado como un suceso improbable. Que los Indiana Pacers remontaran ocho puntos en menos de cuarenta segundos cabe definirlo como un suceso altamente improbable. Que Tyrese Haliburton anotara sobre la bocina un lanzamiento de dos puntos que tomó creyendo que era de tres puntos, que se elevó varios metros por encima del aro hasta caer dentro del mismo y propiciar la prórroga (aunque en la mente de Haliburton y tantos otros pareciera el tiro que daba la victoria) debe servir, por encima de todo, como un recordatorio.

 

Poco menos que un aviso del tipo de los que lanza el planeta a los arrogantes seres que creen tenerlo domado y a sus órdenes. Una alerta que funciona como cláusula de humildad intelectual, algo que muchos de los actores de este deporte deberían firmar antes de adjudicarse la capacidad de querer modificarlo a su capricho, a base de algoritmos y viejos y nuevos usos de la ciencia y la matemática, para dar una ventaja comparativa a sus equipos sobre los rivales partiendo de un presupuesto al menos discutible: el baloncesto puede ser estudiado con las bases del método científico; el baloncesto puede ser estudiado, conocido y alterado en base a categorías y conclusiones derivadas de modelos que han servido para el estudio, el análisis y la alteración de sistemas de otro tipo, mucho más regulares y predecibles.  

 

Y yo, desde mi posición de natural escéptica, también ignorante, pues no conozco en profundidad los principios que hay detrás de estas aproximaciones, me pregunto si las regularidades o patrones sobre los que se asientan informes estadísticos, análisis multivariables y diagnósticos revestidos de cientifismo sobre el funcionamiento del equipo, el rendimiento de un jugador u otras cuestiones que, efectivamente, no lo discuto, pueden ser medidas y comparadas con otras, no obedecen más a la necesidad de hacer entrar en el molde los millones de casos y las múltiples variables que se combinan, no siempre en base a patrones, en una cancha, para alcanzar certezas que dejen tranquilos a entrenadores, asistentes, analistas y, efectivamente, científicos: «hicimos lo que nos decían los datos».

 

Comprendo, de sobra, que haya ciencia del deporte, que es ciencia natural y es pura biología, en especialidades como el atletismo, la natación o el ciclismo. Que haya alta ingeniería en el diseño de un formula uno o una moto de carreras. Que haya mucho de física en el golpeo de una pelota en el beisbol o el golf. También en el tiro libre, el único que se realiza desde la misma distancia del objetivo y sin oposición, aunque no siempre en las mismas circunstancias, el mismo entorno o contexto. Comprendo que haya una estadística que refleje e informe de lo sucedido y pueda tenerse en cuenta para intervenir en lo que deba suceder en un futuro, como parte de un acervo que los entrenadores deben conocer y saber interpretar.

 

Pero todo en su justa medida, acompañando y enriqueciendo la información cualitativa, dialogando con otras fuentes, siempre tras el filtro de una mente que conoce los porqués de los estadísticos, pero, sobre todo, en qué medida pueden resultar útiles (y, en este caso, ustedes me perdonen, es mejor pecar por defecto e infravalorar su impacto a caer en todo lo contrario y dotarlos de una entidad que no tienen por ser la toma de datos poco fiable, la muestra insuficiente o por estar su categorización viciada por los sesgos de los especialistas). Nada ni nadie más peligroso que alguien que nunca miente o que se declara aséptico o neutral. Toda selección de datos es subjetiva, toma unos y descarta otros. Toda presentación de estos puede dejar entrever qué piensa el que los tomó, no por malicia o interés, sino por un posicionamiento propio y personal ante esta cuestión.

 

Ojo, no digo que este campo de conocimiento no deba tener un hueco en los cuerpos técnicos o directivos de organizaciones deportivas que, entre otras cosas y cada vez más, deben presentar resultados, también económicos. Ojo, con esto no estoy diciendo que los resultados de investigaciones con cada vez más y mejores datos no aporten ideas que puedan jugar un papel importante en la toma de decisiones de una entidad o de un equipo de baloncesto. Pero me gustaría recordar cómo el ingente número de variables que entran en juego y que podrían ser estudiadas desde la óptica de numerosas disciplinas distintas debería invitarnos a la prudencia: en definitiva, no sabemos qué factor o factores, a priori, van a ser los que determinen el resultado del encuentro. No hay fórmulas certeras, ni siquiera mágicas.

 

Espero no haber dado la impresión contraria: los quiero a todos cerca y alineados. A psicólogos, a matemáticos, a especialistas en el tiro, a nutricionistas, a traumatólogos, a fisioterapeutas, a ideólogos, a especialistas defensivos, a especialistas ofensivos, a delegados de equipo y de campo, a utilleros, directores deportivos, generales y gerentes, a entrenadores principales, general managers y, desde luego, a aficionados. Pero, honestamente, nos quiero a todos (yo no sé lo que soy en todo este árbol de especialidades) postrados ante el juego, conocedores de su historia, humildes ante su grandeza. Nos quiero a todos asombrados y admiradores de su diversidad, de su impredecibilidad, absortos ante la incertidumbre que le es propia.

 

Lo firma un admirador de Guardiola, quien este año ha comprendido lo que conlleva querer domar un deporte, caparle sus instintos, adiestrarlo jugando a ser un dios. Lo firma un lector de historia e historias que vio en el tiro de Haliburton la repetición del tiro de Don Nelson en el séptimo partido de las finales de 1969 en el Forum de Inglewood, cuando el balón casi tocó los globos que tenían preparados los angelinos para la celebración del anillo. Lo firma Haliburton al celebrar lo que pensaba que era un triunfo del mismo modo en que lo hizo Reggie Miller hace ya treinta años, recordándonos que la historia siempre se repite (unas veces como tragedia, otras como farsa). Lo firma Haliburton redondeando sobre la bocina, y gracias a la victoria en la prórroga de su equipo, una remontada con el tiro de menor valor relativo en el baloncesto, el que nunca nadie debería intentar lanzar en base a la estadística y la ciencia del deporte: un «long two», así, en inglés.

 

Y yo me reconcilio con el deporte y con el baloncesto, y desde ayer, también cuando veo a Thibs y Carslile en los banquillos de ambos equipos, me gusta un poco más.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Temporada 24-25. Guion y obra



 

Elegí el baloncesto, o el baloncesto me eligió a mí, porque es una pequeña representación de la vida, porque permite, de alguna manera, expresar sentimientos e ideas que sobrepasan la contienda deportiva. Elegí el baloncesto porque es un lienzo en blanco en el que, eso sí, los óleos, o las acuarelas, tienen vida propia: intereses particulares, una mirada única de lo que el cuadro debería terminar reflejando. El juego de un equipo de baloncesto acaba siendo más bien una construcción colectiva en el que las aportaciones de los distintos arquitectos, de los propios constructores, carpinteros y albañiles acaban generando un conjunto que aspira a la armonía, pero que no siempre la consigue.

 

Pero hay que tener una idea. A la aventura de entrenar, al contrario, tal vez, que a la de la literatura, hay que ir con mapa y con brújula, tener una hoja de ruta, un libro blanco de buenas conductas y, desde luego, un código moral y de valores que el juego del equipo, de una forma u otra, terminará reflejando siempre que seamos insistentes y encontremos la manera adecuada de trasladar los mensajes.

 

Aquí entra en escena mi faceta de escritor y la construcción de personajes y la elaboración de los diálogos (dos de los aspectos más complejos de la narrativa), algo que constantemente hacemos con nuestros jugadores, proyectando para ellos un desarrollo y rol, mucho más que una jerarquía en pista, también una forma de encontrar su hueco en una pequeña sociedad que es por esencia cambiante. En muchos casos, al contrario que los Cercas o Aramburu de turno, no elegimos las características personales y deportivas de estos “personajes”, sino que nos los encontramos y tenemos la misión de, en primer lugar, conocerlos para, desde el conocimiento, proponerles cambios y exigirles un cierto acomodamiento al guion a sabiendas de que no podremos adelantarles el desenlace.

 

Si entrenar solo fuera maximizar rendimientos, exprimir cualidades; si entrenar solo fuera confrontar ejércitos y diseñar estrategias ganadoras, que también lo es, desde luego, esta sería la última entrada que le dedicaría a este oficio. Comprendería que otros siguieran haciéndolo o enfocándolo desde este punto de vista, pero para mí sería insuficiente: nos estaríamos perdiendo la vertiente más humanística de este trabajo; las conexiones emocionales, los puentes que se crean (y destruyen) entre individuos en la construcción de una comunidad que aspira a convivir en paz y hacer mejores a cada uno de sus integrantes. 

 

Todo esto, en fin, porque ha pasado una semana desde que terminara la andadura del Grupo de Santiago San Pablo Burgos, filial del Silbo San Pablo Burgos y equipo que aspira a ser referencia de toda una cantera (y quien dice cantera dice toda una serie de jugadores con nombre y apellido que sueñan con poder jugar al baloncesto). Y aunque, por definición, por ser un equipo al servicio de un club, encuadrado entre dos realidades distintas a las que debe atender, creo que es uno de los equipos que he entrenado que, finalmente, tras atravesar períodos difíciles, mejor ha reflejado mi manera de entender el baloncesto.

 

Por ser un equipo joven, plataforma para quienes aspiran a tener una carrera profesional y, al mismo tiempo, destino de aquellos burgaleses que aún quieren jugar al baloncesto a cierto nivel. Por ser un equipo mezcla de realidades, ambiciones y deseos, era necesario fijar una filosofía y una línea estratégica, optar entre distintas posibilidades. En este caso, priorizamos las necesidades de los jugadores jóvenes que aspiran a crecer y poder jugar en categorías superiores, ya sea dentro del club o en algún otro lugar. Es decir, le pedimos un sacrificio extra a los jugadores locales, amateurs que terminan de trabajar y estudiar y acuden al entrenamiento muchas veces sin haber comido, que venían de una tradición distinta de baloncesto y que tuvieron que adaptarse al nivel de exigencia y a un ritmo de juego más propio de lo que debe ser, bajo mi punto de vista, un equipo filial (y no un equipo senior más habitual) en la antesala del profesionalismo.

 

El ritmo alto, el sacrificio defensivo, la democratización en la creación de las ventajas y la resolución de las mismas, la apuesta por ser agresivos en la búsqueda del rebote ofensivo hilaban bien con los objetivos del equipo dentro del club, con las necesidades de los “jugadores proyecto” y, además, casaban a la perfección con mi manera de entender el baloncesto, producto mezcla de las propuestas de los equipos que he visto y admirado (Kings 2000-2002, Celtics 2008-2010, Spurs 2013-2015) y de las ideas de los entrenadores con los que tenido la suerte de coincidir y a los que he ayudado mientras aprendía, siendo el principal, claro, por tiempo y generosidad, Jenaro Díaz.

 

Además, no se puede infravalorar la fortuna de quien diariamente ha compartido despacho, pista, conversaciones sobre baloncesto y vida con Bruno Savignani y Jorge Álvarez en el contexto de un primer equipo que ha logrado el ascenso a ACB de una manera brillante gracias, en gran parte, a la mentalidad instalada y que, de igual modo, ha encontrado su reflejo en la pista a través del hilo conductor entre ideas y obra que es el baloncesto cuando se juega como se imagina. Esta conexión es la que ha facilitado la subida y bajada de los jugadores, la implantación de reglas comunes que ha hecho más sencilla la transición de los chicos vinculados a una y otra realidad.

 

De cara a planificar y poner negro sobre blanco todas estas ideas y dotarlas de coherencia, me serví de la sabiduría de otro buen amigo, Fernando García, y sus constantes reflexiones sobre el ciclo de juego, de modo que el baloncesto puede ser concebido como un todo que orbita en torno a la forzosa alternancia de posesiones y la interacción entre las distintas fases del mencionado ciclo de juego, lo que hizo que le diéramos un papel preponderante a las transiciones.  

 

Mil ciento veinte es producto de 28 y 40 y en esta multiplicación entre los metros de la cancha y los minutos de juego radicaba el núcleo de nuestra idea tratando de poner en valor cada segundo y cada metro en la medida en que son los principales recursos que tienen los jugadores y los equipos para progresar. Así, por tanto, decidimos trabajar todo el tiempo y en toda la pista tanto en ataque como en defensa porque así, también, valorando cada minuto y cada metro, justificábamos la presencia en pista de un jugador y, por tanto, la presencia en el banquillo de otros siete. No cabía el ahorro energético, no era concebible la regulación de esfuerzos.

 

Llamamos Guardiola a nuestro balance principal, basado en las líneas altas del fútbol (y en presionar cuanto antes el balón), lo que colaboró con otros objetivos secundarios como desgastar a los rivales y a sus jugadores más talentosos (muchas veces los manejadores principales), mantener al oponente lejos de la canasta (donde tenían gran ventaja de altura y peso) y elevar los niveles de sacrificio individual y colectivo, lo que terminó, al cabo de los meses, por reforzar la cohesión del grupo. Al mismo tiempo, dotamos a los jugadores de la facultad de tomar decisiones más o menos arriesgadas en la defensa con y sin balón y les exigimos estar todo el tiempo concentrados y conectados con sus compañeros (pues cada decisión desencadenaba otras cuatro decisiones simultáneas y otras tantas sucesivas).

 




En la transición ofensiva, alimentada en muchas ocasiones por la propia labor defensiva, liberalizamos y flexibilizamos la salida, dando libertad a quienes tenían la capacidad para salir en bote, priorizando una recepción en carrera y encarada al campo contrario sobre un pase profundo (si la recepción de este pase no cumplía con los primeros objetivos), siendo el objetivo prioritario detectar y encontrar al jugador con mayor espacio y tiempo para maniobrar y acrecentar la ventaja.

 

Cualquiera de los tres manejadores podría ser el teórico receptor de este primer pase, lo que nos hizo, tal vez, ser primeros en pérdidas, pero, también, el equipo con los primeros segundos más peligrosos de todo el campeonato. Un receptor y tres corredores debían provocar un gran estrés en la defensa, opciones rápidas de anotación y la generación de un campo abierto y sembrado para una toma de decisiones agresiva y una continuidad que evitara la colocación de las defensas (más físicas, recuerden) e incentivara un juego libre a partir de asociaciones de dos, tres, cuatro y cinco jugadores basada en reglas de continuidad que, por supuesto, podían encontrar sus debidas excepciones si el talento de los jugadores así lo determinaba.

 




El tercer pilar de nuestro juego se basó en dar una importancia extra al rebote, fundamentalmente al ofensivo y especialmente a través de la metodología de entrenamiento, primando ir con 3 y 4 jugadores en función de la posición del lanzamiento, lo que ya nos preparaba para iniciar ese balance de presión alta y en toda la pista. El deseo y la fe con la que los jugadores acogieron esta idea nos ha permitido ser uno de los tres mejores equipos en rebote ofensivo, con lo que ello supone en forma de oportunidades extra y ventaja anímica sobre las ya de por sí castigadas defensas oponentes.




 

La forma final de la obra, más allá de los resultados obtenidos, me ha dejado ampliamente satisfecho pues, siendo los medios y el horizonte del equipo nuestra guía principal, hemos llegado a recrear las ideas que me hicieron elegir el baloncesto (o que el baloncesto me eligiera a mí) sobre cualquier otro deporte o profesión. A partir de una serie de decisiones, de una conversación a corazón abierto con todos los miembros del equipo, el trabajo comenzó a cobrar sentido y el baloncesto desplegado nos ha permitido crecer colectiva e individualmente, algo que también me preocupa y me mueve, y dejar la camiseta, o el polo de entrenador, en mejor lugar del que nos lo encontramos.

 

No siempre es fácil determinar cuándo ha llegado el fin de la obra, hasta el punto de que muchos afirman que no se concluyen, sino que se abandonan, pero frente al sol que ilumina este precioso café de Menorca, pongo orgulloso este punto y final a la temporada dándoles las gracias a todos los jugadores y a todos los que nos acompañaron en el camino, con mención especial para Evaristo Pérez y Miguel Ángel Segura, cada uno en su particular papel. Os pedí que entre todos cuidarais de los recuerdos y vivencias de este año y entre todos conseguimos crear una bonita historia.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Un mosaico para interesarlos a todos




Durante el proceso de búsqueda de editorial, además de varias no respuestas, recibí otras muy amables, lo digo completamente en serio, que rechazaron la publicación del manuscrito por su carácter multidisciplinar, por su falta de unidad temática, genérica e incluso de tono. Es muy difícil vender libros en España, un país en el que se escribe más que se lee y en el que la mayor parte de contenidos culturales se consumen por la vía rápida de las imágenes, los reels o vídeos preferiblemente cortos. El riego de producir un libro y no obtener un mínimo retorno era muy grande como para publicar este mosaico de textos relacionados con el baloncesto que conforman Individual o zona, más aún tratándose de un escritor anónimo sin un exagerado alcance en las redes, sin una particular popularidad.  

Pero estaba en la esencia del proyecto, en el sentido de dedicar varios meses (y molestar a familiares y amigos) a la corrección, selección y edición de los textos de este blog querer reflejar su esencia, la naturaleza principal de este espacio que no deja de ser, por ser fundamentalmente un diario, un reflejo por escrito de la mente de su autor. Y este autor ha cambiado mucho en estos 14 años. Y necesita explorar diferentes géneros, medirse ante los retos formales de los aspectos ontológicos de cada uno de ellos. También escribir de diferentes temas, dar voz a diferentes personajes, no siempre los más nombrados o famosos, que suelen ser los que menos me interesan.

 

Por lo tanto, Individual o zona, el libro, es como Individual o zona, el blog del que se nutre en su mayor parte: un producto deliberadamente abigarrado, fragmentario, poliédrico… No esperen encontrar aquí una biografía, un libro de encargo, un producto al servicio del mercado que sabe lo que se lee e intenta escribirlo. Este no es un libro en busca de lectores, sino, ante todo, un libro que aglutina una visión del baloncesto y la vida que parte de su presunción de complejidad, de la negación de la parcelación de los saberes y la hiperespecialización a la que parecen querer abocarnos las fuerzas ocultas que mueven los hilos en el planeta y, por lo tanto, también en este pequeño sector.

 

Y, sin embargo, creo que, en su variedad temática, en su mezcla genérica, en su vocación holística está también su fortaleza y, sin haber nacido como un producto destinado a la venta masiva, creo que pueden ser muchos los potenciales lectores, aunque no se vean directamente interpelados. Sin conocer el contenido de ningún algoritmo, creo que Individual o Zona puede generar el interés de muy diferentes lectores.


1.      Los jóvenes aficionados al baloncesto pueden disfrutar de las crónicas de aquellos sucesos que han vivido muy de cerca, contrastar su propia visión con la mía; rememorar pasajes recientes de la historia de nuestro baloncesto, que es también la nuestra.

 

2.      Los aficionados al baloncesto y su historia pueden ahondar en alguna de las figuras cuya vida se aborda en el capítulo dedicado a las leyendas. Es más, les gustará encontrar en ella a personajes que no ocuparon portadas, jugadores y entrenadores importantes, pero no los más importantes.

 

3.      Los entrenadores de baloncesto (y otros deportes) pueden encontrar comprensión, consuelo y verse reflejados en las reflexiones personales y, por otra parte, discutir, confrontar o concordar con los argumentos expuestos en los artículos más ensayísticos o filosóficos, los que pretenden dar que pensar (no generar adhesiones). También, de esto estoy seguro, saborearán el prólogo de Jota Cuspinera, ese primus inter pares que, a diferencia del despotismo ilustrado, practica un «todo para el pueblo y solo con el pueblo». Fue todo un lujo tratarlo y conocerlo. También que aceptara escribir y firmar el prólogo.

 

4.      Los entrenadores de baloncesto (y otros deportes) disfrutarán también conociendo cómo los más grandes de nuestro oficio padecieron y disfrutaron, explorando qué había detrás de su toma de decisiones, de su manera de actuar en un banquillo y en la forma de liderar un grupo.

 

5.      Las personas que orbitan alrededor del deporte, no necesariamente del baloncesto, pueden encontrar útiles, incluso inútiles, los artículos relacionados con lo que he venido a llamar «el hecho deportivo», esto es, la expresión deportiva y el modo en que se relaciona con la sociedad en su conjunto.

 

6.      Puede que hasta los educadores que enseñan otras ramas del saber consideren interesantes las disquisiciones sobre pedagogía y didáctica. No compartimos campo, pero buscamos la transferencia del conocimiento y la transmisión de unos valores, amén de una conexión íntima entre individuos que posibilite lo anterior.

 

7.      Quizá también un lector cualquiera, que ignora todo del baloncesto, pueda disfrutar de la lectura de este libro, encontrar placer en una prosa que he intentado cuidar, extrapolar cuestiones a menudo específicas a su mundo, a su día a día. O, lo dicho, solo disfrutar, que ya es mucho, y cada vez más, en un mundo que se autocensura continuamente, que se avergüenza tan a menudo de ser como es.

 

Individual o Zona estará mañana a la venta en la web de Ediciones en Huida, la editorial que, por conocimiento y amistad, quiso dar a luz a esta colección de reseñas, artículos, crónicas, reportajes, ensayos y entradas de diario. Apostar por el libro es también reconocer su osadía. Solo puedo darles las gracias.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

De la cancha al blog, del blog al papel

 



Llegué al basket como llegaba cualquier otro niño, o tal vez no. En mi cabeza se mezclan locuciones de Barthe y Trecet, canastas demasiado altas como para querer ser Arlauckas (en duelo directo frente a mi amigo Mario, alias Tanoka Beard) o imágenes difusas de partidos callejeros entre jugadores malos y muy malos que a mí me parecían buenos y muy buenos. Llegué al basket, en definitiva, sin empujón previo ni invitación oficial, como un oyente y un voyeur que no acababa de entender lo que ocurría, pero que no tardaría en soñar con ser Raül López mientras jugaba a ser Luis Amado, portero de Caja Segovia y luego de Interviú, cuando las cajas y las revistas para adultos, también las canchas callejeras, aún ocupaban un lugar importante en nuestras vidas de barrio, pequeños submundos donde aún reinaban códigos más propios del Western o del Medievo y uno se las apañaba para sobrevivir intentando demostrar habilidad en lo que fuera, incluso en el baloncesto, para evitar ser la diana de las burlas o el señalado por incompetente o distinto.

 

Hay algo de esa nostalgia en Individual o Zona, el blog, que también verán en Individual o Zona (Ediciones en Huida, 2024), el libro que pronto saldrá a la venta y que recopila, selecciona, ordena y cataloga en cinco capítulos catorce años de artículos, crónicas, reportajes y entradas de diario surgidas casi siempre del impulso primigenio de exprimir la anécdota hasta adquirir una enseñanza, una teoría que me siga permitiendo comprender realidades tan complejas como los 44 tiros libres que lanzó el rival del pasado domingo (frente a nuestros 19) o por qué sigo ocupando los mejores años de nuestras vidas tratando de entender la naturaleza humana a través de un deporte que cada vez me representa menos, asido como está a su faceta de negocio/espectáculo o a la pequeña rendición de cuentas frente a una sociedad que ha dejado de lado la educación y aborda cualquier actividad como si se tratara de una compraventa.

 

Si les digo la verdad, del baloncesto me interesa más su papel, no siempre buscado, de reflejo de la sociedad, de fotografía en color, o blanco y negro, de momentos clave de nuestra historia. De ahí que el libro recoja gran parte de los artículos que dediqué a algunas figuras que trascendieron el 28x15, de hombres y mujeres que planearon muy por encima del parqué y sus miserias. Y, ya saben, hice caso de aquellas sabias palabras que se pronuncian en El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962): cuando la leyenda se convierte en realidad, imprime la leyenda.

 

Del mismo modo, si les da por hojear sus páginas, verán que también abordo dos aspectos que me han interesado: el hecho deportivo y la teoría del entrenamiento. El primero en su faceta sociológica y filosófica; el segundo, como aprendiz en prácticas que sigo siendo de un campo que, como les digo, me resulta cada vez más ajeno, pero con el que me sigo peleando para evitar preguntas incómodas sobre mi identidad o mi sustento. Es decir, treinta años después, aquel niño que intentaba jugar lo mejor posible para sobrevivir en la selva de un barrio de Salamanca sigue haciendo baloncesto para mantenerse en pie en la jungla de asfalto del institucionalismo y las convenciones. No hemos cambiado tanto.

 

Así que no puedo concluir otra cosa: el baloncesto sigue siendo una parte fundamental de mi vida porque me salva y, a pesar de todo, me abriga y cobija de la intemperie. Y quiero pensar que sigue teniendo sentido dedicar los mejores años de nuestras vidas a transformar, aunque sea mínimamente y a poder ser para bien, los caracteres y las mentalidades de las futuras generaciones, aun con el riesgo de que asuman las nuestras, temblorosas y dubitativas, necesitadas del abrazo del baloncesto para mantenerse firmes y en pie. Y no siempre.

 

*Individual o Zona estará próximamente a la venta tanto en la web de Ediciones en Huida como en diferentes librerías a lo largo y ancho de la geografía española.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

A Juan Bernabé, presidente

 


Hace mucho que no escribo. Hace mucho que no encuentro el tiempo y el lugar para completar este rito de gritar en silencio. Hace mucho que no escribo por la urgencia de los asuntos presentes, la inmediatez de la próxima entrega de los deberes diarios y también, qué sé yo, porque de vez en cuando acude esa sensación de ausencia de necesidad, de absurdo. Un «total para qué» que resta prioridad a los delirios del alma dándosela, por contraposición, a los designios de la economía productiva, seguro más absurda e inútil en el medio y largo plazo, fundamentalmente cuando ya no estemos aquí.

 

Pero hoy siento que esta necesidad es, al mismo tiempo que absurda, perentoria. Que me urge escribir y que me lean, si les apetece, sobre la figura de Juan Bernabé, el presidente del Club Baloncesto Clavijo en los cuatro años que trabajé en este club, en esta institución de la vida logroñesa y riojana que trasciende, esto es seguro, los límites de la cancha, el perímetro de los recintos donde se juega al baloncesto para configurarse, bien en un faro de la vida deportiva y la educación de los ciudadanos de toda la región, bien, en otras ocasiones, con mayor o menor merecimiento, en diana de las críticas y los recelos de quienes han querido derrotarla o derrocarla, en función del grado de animosidad.

 

Cuando llegué a Logroño, en agosto de 2018, Juan era la figura visible del club. Algo más que un presidente, no solo en los aspectos representativos y simbólicos, sino también en la medida en que su personalidad terminaba impregnando los modos de hacer y fundamentalmente de ser del club. Y como no estoy aquí, y menos en un día como hoy, para señalar aquellas acciones que pudieron ser distintas o mejores, prefiero quedarme, y me quedo, no ya por su muerte, sino porque lo siento así desde que salí de Logroño, con todo aquello que convertía a Juan, y por ende al club, en una figura entrañable e inevitablemente querida.

 

En primer lugar, debo subrayar su optimismo vital, el modo en el que afrontaba la adversidad, la seguridad que desprendía de que la siguiente acción sería positiva para el equipo. Siempre que hallaba lucha en el parqué, él devolvía energía, fe y esperanza y se la transmitía a todo el conjunto. Siempre que veía reflejado su amor al baloncesto en los jugadores que vestían la camiseta de su querido Clavijo, su otro hijo, él se mostraba partidario de hacer todo lo que fuera posible por aportar los medios necesarios para la consecución de los objetivos. Juan nunca cayó en la crítica desaforada e injusta, aunque por momentos dejara entrever su preocupación cuando los resultados no eran los esperados.

 

A Juan lo recuerdo sentado a pie de pista en la cancha del Lidia Valentín de Ponferrada, disfrutando de un partido de tres prórrogas que a la postre perdimos, orgulloso y satisfecho por el espectáculo presenciado. También en las gradas de Menorca, apurando las últimas opciones de un ascenso deportivo que luego llegaría por la renuncia de Prat a jugar en LEB Oro. También en los asientos de madera de El pez Volador de Madrid, transmitiendo fe y aliento a una plantilla que llegaba muy diezmada al partido, con solo siete efectivos, uno de ellos recién llegado de Uruguay. Y en el modesto pabellón de Jesuitas de Logroño, siguiendo a los minis del club en el partido anterior al que debía disputar su nieto, el niño de sus ojos, Martín,

 

Un Martín que hereda sin saberlo, aunque pueda que lo intuya, un patrimonio personal de incalculable valor. Ser el nieto de Juan Bernabé en las calles de Logroño, en las gradas de sus pabellones de barrio o colegio, en el parqué del Palacio, es casi un legado shakesperiano. No tardará en darse cuenta de ello, se lo transmitirá su padre, se lo enseñaremos todos. No para que sienta que no puede igualar lo hecho por su abuelo y ello lo abrume o paralice, sino para que lleve con orgullo una bandera que no señala el lugar del triunfo o los éxitos, sino el de la lucha y el entusiasmo, patrias ambas del carácter y la personalidad de Juan.

 

Con Juan Bernabé tomé mi último café antes de vaciar el piso y dejar Logroño hace ya año y medio. Le pedí que nos despidiéramos y accedió encantado. Quería que entendiera los motivos y lo hizo deseándome suerte en mis próximos proyectos y dejando la puerta abierta a un penúltimo regreso a esta que siempre consideraré mi casa. Hoy siento que lo traiciono al no poder acompañarle en su despedida, pero pienso que me perdonará. Estoy de viaje persiguiendo una pelota naranja, intentando ganar, meter más puntos que el rival. En realidad, porque esto es lo único que controlo, procurando luchar y emplearme con entusiasmo sirviendo a los colores que ahora me visten y a los que me debo, como un día me vistieron y aún me debo, los del Club Baloncesto Clavijo, el hijo mayor de Juan Bernabé. 

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Vuelo París - Los Angeles



Otra llama que se apaga. Otra olimpíada que deja paso a una nueva. París entregará el testigo a Los Angeles después de haber enseñado su belleza señorial y su inconfundible y delicioso aroma multiétnico y mestizo. En solo cuatro años pasaremos del siglo de las luces a las vertiginosas décadas del silicio y las inteligencias artificiales. Del cine como invento al cine como industria. Del arte en sí mismo al arte para el público. En solo cuatro años es muy posible que el deporte haya avanzado en términos exponenciales y surjan nuevos paradigmas de preparación y rendimiento. Nunca cuatro años fueron tan importantes en la historia de la humanidad y del planeta como los que empezarán a partir de esta noche.

 

Mientras tanto, es divertido hacer balance. Tratar de cuantificar globalmente el esfuerzo financiero y organizativo de un país o, al menos, de su deporte. Y, si son envidiables los programas de apoyo a los deportistas de algunas naciones de nuestro entorno, similares en PIB y/o población, llama aún más la atención el éxito de naciones pequeñas como Países Bajos, las repúblicas balcánicas o Nueva Zelanda. Por otra parte, parece establecerse una correlación causal entre suficiencia económica y éxito en los Juegos, algo que nos resulta familiar.

 

Quisiera destacar, en todo caso, el fabuloso resultado obtenido por España en los deportes de equipo, fruto de décadas de estudio concienzudo, aplicación de nuevas metodologías y herramientas psicológicas. Cuando de defender una portería juntos o cuando de escabullirse entre las barreras enemigas se trata, en España somos prácticamente los mejores. En ese haber, sin duda, hay que incluir la formación de los entrenadores y su capacidad para erigirse en líderes de colectivos, emblemas de una filosofía y un escudo, amén de astutos estrategas.  

 

En este sentido, el peor resultado global ha sido el de nuestro querido baloncesto, un deporte que, incomprensiblemente, se aboca a un período de transición en ambos géneros. Incomprensiblemente, me refiero, porque los actuales jugadores de entre 25 y 30 años tendrían entre 9 y 14 años en los Juegos de Pekín o entre 14 y 19 en los Juegos de Londres. Es decir, ahora mismo deberíamos estar cobrándonos los réditos de la generación de oro de nuestro baloncesto en forma de jugadores que, entusiasmados por lo que veían, redoblaban esfuerzos en el intento por imitar a sus ídolos.

 

No, no soy un ingenuo ni quiero simplificar hasta tal punto un análisis que debe ser multifactorial y atender a muchas más variables. Sobre todo, cuando ni siquiera está confirmada la tendencia (hace solo dos años éramos campeones de Europa y el año pasado las chicas resultaron subcampeonas), aunque bien haríamos en anticiparla teniendo en cuenta la edad media de los combinados y el modo en el que se han agarrado los seleccionadores a jugadores muy veteranos para intentar conseguir los resultados deseados. Por no hablar de las nacionalizaciones. 

 

En la cara opuesta de este pesimismo informado, el optimismo debe provenir de la nueva hornada. La generación que, constituida por chicos nacidos entre 2004 y 2006, debe poblar la convocatoria para los juegos de 2028. Estos chicos ya se desarrollan en el marco del nuevo paradigma anunciado, provocado por los cambios en la normativa de la NCAA, por la globalización de la oferta formativa y por la cada vez mayor competitividad de las ligas, algo que, a priori, debería ser bueno para ellos, pero que, al contrario, provoca que jueguen papeles testimoniales y sean obviados por entrenadores que, lógicamente, en aras de conservar su puesto de trabajo, intentan ser competitivos cada sábado o domingo exprimiendo a los Llull, Lorenzo Brown y Rudy de cada casa, tal vez tomando como ejemplo lo visto en París.  

 

Porque, ¿quién tiene que pensar en el futuro? ¿A quién le pagan por ello? ¿Quién tiene esa grandeza de espíritu y esa cuenta corriente, esa altura de miras? Si caben nacionalizaciones sin arraigo, caben adopciones de “bebés” de más de dos metros. Si caben veteranos, caben veteranos, aunque no quepan juniors. ¿O no? Es evidente, cada uno tiene que asumir su parte y cada club es soberano en su jurisdicción. Pero también es verdad que nos gustaría poder reflejarnos en un modelo que apuesta por el cambio, que no se pelea por los resultados de los torneos de cada verano y que sí se vuelca, en cambio, por asesorar a cada jugador y a cada familia para generarle el entorno más propicio posible en cada caso concreto sabiendo mezclar exigencia, presión, amabilidad y confianza.

 

En fin, otra llama que se apaga, otros Juegos que se nos van, como el agua turbia del Sena, siguiendo la ruta del mar, que es de alguna manera el morir, que decía el poeta. Unos juegos que se cierran con éxito y devuelven al deporte, en su conjunto, y a sus principales valores (la nobleza, la justicia, el respeto), al lugar que merecen en el imaginario colectivo de las sociedades. Se apaga la llama, se acaba la tregua. Regresan al anonimato los héroes.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

 


Esplendor en la hierba

 



De camino a casa, tal vez a modo de recordatorio, leía la siguiente frase de CJ McCollum, jugador de los New Orleans Pelicans: «debes tener una fe en ti mismo por encima de la lógica porque mucha gente va a intentar desanimarte». Se refería a su faceta de deportista, aunque el contenido es extrapolable a cuantos proyectos personales asumamos en contra de la geometría cartesiana o lo que sea costumbre en cada época y lugar. Y en cierta medida coincido con CJ, pues metas improbables requieren caminos resbaladizos y caminos resbaladizos, desde luego, valentía no exenta de equilibrio.
 
Ser una de las 104.000 personas con entrada en los muelles bajos del Sena es un privilegio que se consigue con mucho esfuerzo y trabajo transformado en poder adquisitivo: los admiro y envidio. Ser uno de los 10.500 deportistas que representará a una de las 206 delegaciones, salvo excepciones folclóricas en países pequeños que el COI ya ha ido controlando, es un auténtico desafío estadístico y una hazaña que admiro y envidio ahora que nos sentaremos a ver los resultados, el último paso de un camino que ha tenido que ser muy duro. Es esto, solo envidio el resultado, la escenificación del triunfo, pero, como el buen Bartleby, yo nunca lo haría, especialmente en el caso de las disciplinas individuales y más aún en aquellas administradas y regidas por los grandes inquisidores de la piscina o el estadio: el espacio y el tiempo.
 
A estas alturas ya tenemos claro que el deporte de alto rendimiento no es saludable y que puede acarrear numerosas dificultades en la vida diaria futura de quienes lo practicaron. Y también que, salvadas honrosas excepciones, el coste de oportunidad de los deportistas es muy elevado, ya saben lo que decía el poema de Wordsworth: «aunque ya nada pueda devolvernos el tiempo del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos porque la belleza subsiste en el recuerdo». Y sí, el tono del poema es optimista e inspirador, pero no deja de recordarnos que juventud vivida es juventud vencida y que, en el caso de estos deportistas, decir vivida es decir mucho.
 
Es por esto que detrás de cada 10.500 deportistas olímpicos, también de todos aquellos, muchos más, que han luchado para serlo con la misma falta de lógica y sentido común, con el mismo exceso de fe en sí mismos, hay una historia. Una historia de superación, seguramente; una historia de enfrentamiento, muy probablemente, ante los sabios y humildes, y bienintencionados, consejos de familiares y amigos. Por no hablar de los conflictos internos, de los monólogos interiores que un día defendieron una tesis y al día siguiente la contraria. Solo el cuerpo en marcha, en funcionamiento, buscando, porque están ahí, como el Everest, sus límites, pudo silenciar las voces.
 
Ahora llega la puesta en escena, el concierto, el final de la historia. Y me apena que solo unos pocos, los privilegiados, los que ya eran capaces de estar en el instante antes de que nos sangraran los oídos de tanto escuchar los mantras del partido a partido, juego a juego o pulgada a pulgada, sean capaces de disfrutar del momento y alcanzar ese éxtasis que sienten los virtuosos del violín, el piano, la danza o la raqueta. Me apena que sean ellos los que se lleven las medallas y acaparen los titulares. Que sean los Ulises de turno los que tengan su Odisea grabada en la historia del tiempo y no todos aquellos que acabarán la competición y volverán de Troya habiendo olvidado el privilegio de ser uno de los 10.500 deportistas olímpicos que recorrieron las calles de París y surcaron las aguas del Sena sin pagar entrada, hotel o apartamento turístico.
 
No habrá historia ni titulares para ellos, aun cuando su relato es, sin duda, mucho más conmovedor, más humano, más aplicable a nuestro día a día, a nuestra lucha diaria por desatender los rigores de la lógica que nos explican los que nunca nos entendieron, por llegar a ser olímpicos en nuestras actividades, campeones de nuestros pequeños torneos de mus o pádel. No habrá historia para quien considerará un fracaso no haber superado un listón, alcanzado una cifra, rebajado un tiempo obviando el privilegio y su capacidad sobrehumana sin reparar en el milagro. No habrá Homero y, lo peor, tampoco Wordsworth para quienes no logren sus metas, o para quienes no construyan una realidad alentadora respecto al esfuerzo invertido. No habrá belleza en el recuerdo de quien se focalice en un resultado, si este es negativo; solo nostalgia del esplendor en la hierba que sus ojos no llegaron a contemplar.
 
UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

El curso que duró muchos años

 

Equipos Infantil Naranja y Cadete Blanco en Torneo Internacional de Santa Marta


El pasado 31 de marzo, el día después de una derrota del primer equipo del San Pablo Burgos en Valladolid, y en la previa de una visita a Ávila con la cantera, me automediqué un paseo sin rumbo por Salamanca, una de esas recetas mágicas que de vez en cuando curan el alma, aunque sea de forma provisional o con el riesgo de una recaída aún más fuerte como amenaza futura. Pese a todo, hacia las siete y media de la tarde, aún con sol debido a que de madrugada habíamos cambiado la hora, regresaba a casa apesadumbrado, no solo por el dolor derivado de aquel partido perdido, sino también temiendo las posibles consecuencias que podría traer. El paseo no había surtido el efecto buscado, pero, afrontando el último recodo del camino, doblando la esquina del bloque familiar, apareció Rubén, capitán y jugador de referencia de los equipos que entrené en el colegio Trinitarios, en la Avenida Filiberto Villalobos del Barrio San Bernardo, el lugar en el que aprendí a multiplicar, escribir, jugar al fútbol sala y entrenar, o algo parecido, baloncesto.

 

Y descubrí que a Rubén, con quien mantuve una estrecha amistad mientras ambos vivíamos en Salamanca, le va muy bien en la vida. No sin gran esfuerzo ha alcanzado un puesto de prestigio y responsabilidad en el oficio que siempre imaginó. El suyo es un caso de éxito de manual, pero también de éxito en el concepto machadiano, pues en su carrera hacia la posición que ocupa actuó siempre con una honradez exquisita y un corazón de oro. En fin, el encuentro con Rubén logró todo aquello que el Huerto de Calixto y Melibea, la Plaza de Anaya o la Calle Compañía no habían conseguido: sonreía de nuevo, volvía a desear ir a Ávila con los jugadores de cantera: renovaba así el derecho a ser y sentirme entrenador.

 

Aquel encuentro resume de alguna forma una temporada en la que he aprendido mucho de Lolo (Encinas), Jota (Cuspinera) y Jorge (Álvarez), entrenadores del primer equipo, hombres de baloncesto que han leído y andado mucho y, por ello, ven mucho (y bien) y saben mucho. También de todos y cada uno de los jugadores del primer equipo, maestros de la técnica y la táctica individual, muchos de ellos internacionales con sus selecciones, muchos de ellos hijos de los mejores programas de desarrollo de jugadores de nuestro país. Estar cerca, a pie de pista, me ha permitido observar con todo lujo de detalles los movimientos que hacen pensando y, más aún, los que realizan sin pensar en ese camino que va desde la necesaria consciencia hasta la bendita inconsciencia.

 

En esta temporada he conectado directamente con sesenta y cinco jugadores y, en muchos casos, también con sus familias. A los catorce jugadores que en algún momento de la campaña han formado parte del primer equipo he de sumar a los seis jugadores distintos que han pasado por el grupo de tecnificación y a estos veinte los cuarenta y cinco jugadores que han entrenado y jugado en Junior Blanco, Cadete Blanco e Infantil Naranja, cada uno en un estadio de su desarrollo distinto, con circunstancias personales y familiares también distintas. En conjunto, podría decirse que he asistido en vivo a una representación teatral de la adolescencia masculina y su evolución. He entrenado a chicos de doce años, menos de 1,50 y aproximadamente 40 kilos y a chicos de más de 1,90 (por no citar a los profesionales) y cerca de 95 kilos. Y he intentado ser lo que decía Whitman que somos: multitudes.

 

Probablemente, mi capacidad de multiplicarme y atender necesidades socioafectivas y también baloncestísticas tan diversas no haya alcanzado para alcanzar el ideal tomista de justicia de dar a cada uno lo suyo. Por fortuna, las redes sociales de cada equipo, en base a la actuación generosa y ejemplar de los líderes que han ido surgiendo durante la marcha, han hecho que su funcionamiento interno haya sido impecable. Hemos sido equipo en la victoria y, más aún, en la derrota, entre otras cosas porque hemos perdido más que ganado, al menos en el marcador.

 

No se engañen, hemos ganado mucho más que perdido en la medida en que los grupos han crecido en disciplina, entusiasmo, comprensión del juego, en la medida en que los individuos han crecido en disciplina, entusiasmo y comprensión del juego. No, no se me ha ido la cabeza: los individuos se han exprimido en favor del grupo para luego beber de la fuente común. Hemos conseguido igualar energías, conciencias y esfuerzos. Hemos valorado por igual la destreza y el sacrificio. Hemos hecho avanzar en paralelo al grupo y sus miembros.

 

Y yo también he ganado. Principalmente esa capacidad de ser camaleónico, de comprender mejor el baloncesto y sus necesidades conceptuales y didácticas al estar en contacto con realidades tan distintas. He ganado capacidad de comunicación, intentando conectar con generaciones tan distanciadas en el tiempo. He ganado a Roberto, Javier y Manu, compañeros de batallas, mucho más que asistentes. He ganado un sitio en el que poder crecer y seguir aprendiendo y he vivido en una ciudad que también es muchas ciudades y que todavía, al contrario que la Ítaca de Ulises, tiene mucho que ofrecerme. Y, por encima de todo, he multiplicado las posibilidades de encontrarme un día de marzo cualquiera, tras una dolorosa derrota, en cualquier eventual esquina cercana a mi domicilio, con Gonzalo, Dani, Pablo, Álvaro, Nicolás o Juan, y que me cuenten cómo les va la vida mientras yo sonrío y me olvido de la tristeza. Y renuevo el derecho a ser y sentirme entrenador.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS