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La delgada línea roja





Muchos entrenadores, entre ellos algunos amigos míos, conocen por estas fechas el equipo que entrenarán durante la temporada. Su principal aliciente, en la mayor parte de los casos, es dirigir al conjunto con mayores posibilidades deportivas, el que parte con mayores aspiraciones en la competición autonómica, el que, tal vez, bien entrenado y no exento de fortuna, puede llegar a jugar un campeonato de España: un bonito reto, no cabe duda.

A partir de ahí se interesan por el funcionamiento global del grupo, por el bagaje técnico-táctico, la capacidad física de cada uno de los individuos. También por la metodología de enseñanza-aprendizaje que con ellos se ha seguido con vistas a mantenerla (y ahorrar “costes” de transacción) o renovarla (aportando un elemento nuevo de motivación). Solo unos pocos se interesan por cómo van sus estudios, cuáles son sus otras aficiones, cuál es el perfil de sus padres, cómo se trasladan al lugar de entrenamiento, en qué momento se encontraron con el baloncesto o su historial de lesiones, esas que siempre dejan una huella, ya sea física o mental.

Lo sé porque me ha pasado, porque yo he sido ese entrenador únicamente preocupado por el aspecto deportivo, un científico absorto tras la lente de un microscopio que ignora que fuera de su edificio se está produciendo un tsunami. Yo he sido el primero que ha corregido detalles técnicos e ignorado demandas emocionales mucho más serias o relevantes. Yo he intentado entrenar con métodos cuasi profesionales a chicos que nunca lo serán.

Y no está mal, no quiero decir eso. Creo que “las cosas bien hechas bien parecen” y que el compromiso con la inalcanzable perfección, sin obsesionarse, es un buen punto de partida, siempre que se disfrute del proceso y siempre que esa búsqueda abarque también aspectos extradeportivos. Creo, eso sí, que una temporada tiene que dejar un recuerdo imborrable por la calidad de las conexiones que se establecen entre los individuos, calidad que bien puede medirse a partir de la nitidez con que la memoria fabrica y conserva los recuerdos. En junio de 2019 prevalecerán los resultados; en junio de 2045 la atmósfera, las anécdotas, una enseñanza concreta.

Todo esto al hilo de una reflexión sobre el futuro del baloncesto de cantera y su supervivencia en un contexto de cada vez mayor competencia por el bien más preciado de todos: el tiempo. Los jóvenes tienen que repartir su agenda entre actividades que les serán objetivamente útiles en el futuro (o eso creemos) como la programación o los idiomas, las tareas escolares, vocaciones de tipo artístico cuya enseñanza está mucho más individualizada (pintura, música), una oferta de ocio multimedia muy atractiva y sus necesidades de socialización, apenas cubiertas durante el recreo, los descansos entre clases y la salida del instituto que el baloncesto, es cierto, ofrece de un modo supletorio. 

Con esto no pretendo decir que debamos mercadear con nuestros valores, negociar con todo aquello que siempre nos ha caracterizado, llámese esfuerzo o disciplina. Es más, creo que ellos nos ayudarán a singularizarnos y hacernos visibles en medio de esta tómbola. Sin embargo, no creo que esté de más hablar en voz alta sobre la delgada línea roja en la que nos movemos, siempre a caballo entre la educación y la competición, aunque no sean términos opuestos ni antónimos.

Las posibilidades de que un jugador de una ciudad media llegue a ser profesional son objetivamente pequeñas, no tengo los datos. Sin embargo, los entrenadores, educados desde el prisma de las grandes ligas, ignoran este hecho y simulan rutinas que han visto en los equipos que salen en la tele, el comportamiento y la actitud de técnicos que se juegan el sueldo en cada partido: calcan sus estilos de comunicación, la estructura de sus rotaciones, el diseño táctico (para que la acabe jugando el bueno),… Eso nos funcionará un tiempo, no digo que no, la sociedad es competitiva y la mayor parte de los padres comparten con nosotros esta herencia de querer ganar hasta a las chapas, pero tiene fecha de caducidad.

Si no hacemos de la experiencia deportiva algo mucho más transversal, si no conectamos con los jugadores en un nivel de profundidad mayor convirtiéndonos, en función de sus características y demandas, en una suerte de mentor responsable y distinguido (distinguido, digo, por su talla moral), no tendremos nada que hacer. Si nuestros equipos siguen pareciendo malos equipos de la NBA, y entrenando como tales, el aliciente que ofreceremos dejará de ser suficiente.

Ojo, esto no es una llamada a la revolución, a la introducción de complejos mecanismos didácticos o psicopedagógicos. Todo lo contrario, si algo reclamo es simpleza, un regreso a esa arcadia que en cierta medida fue el deporte en los ochenta y noventa en cuanto que actividad esencialmente lúdica, origen de amistades imperecederas y refugio indestructible frente a las adversidades sentimentales, académicas o familiares.

Solo si formamos parte de la solución, si los chicos encuentran un motivo poderoso para asistir (mucho más poderoso que el compromiso o la responsabilidad) el deporte de cantera seguirá siendo la elección de nuestros jóvenes para las tardes de invierno y de verano. Pongámonos a ello o será tarde. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

El final del verano





El final del verano huele a la tierra mojada que dejaron las últimas tormentas –¿o quizá fueron solo las lágrimas que anticiparon amargas despedidas?– El final del verano suena a las bielas de las bicicletas que, una vez abandonadas por sus dueños, se niegan a aceptar su hibernación forzosa. El final del verano luce tonos oscuros, crepusculares, y su tacto es áspero y cortante. Y, sin embargo, anuncia un nuevo capítulo de nuestras vidas; un año laboral, académico o deportivo que se abre ante nosotros y que es habitual comenzar repletos de optimismo.

Tiene el verano el don de poner a cero los contadores. Entre la arena de las playas, los riscos de las altas cumbres o en la quietud de las hamacas junto a la piscina es fácil padecer un ataque de amnesia selectiva y rescatar de lo vivido, únicamente, su vertiente más amable y reconfortante. Por eso es habitual llegar a septiembre ilusionados. Por eso el primer entrenamiento suele ser el mejor de la temporada en términos de voluntad y esfuerzo, aunque el balón parezca un extraño y pese a que al final del mismo las piernas parezcan sacos de hormigón. Por eso en el reencuentro del colegio o el trabajo, todos parecen más guapos y hasta más jóvenes. Todo gracias al verano.

Tiene el final del verano, también, un aire de regreso, de retroceso en el tiempo. Y es que cuando todo arranca parece necesario volver a repasar los mecanismos y protocolos, recordar cómo se avanza una pierna sobre la otra para mantenerse en equilibrio. Cada comienzo implica un acto de humildad y reconocimiento de nuestras limitaciones. En cada comienzo, leyes naturales, pero también convencionalismos, nos recuerdan lo gregario y dependiente de nuestra existencia. Esto mismo nos sucede a los entrenadores. Y no solo a la hora de afrontar planificaciones de mesociclos, microciclos o sesiones. También a la hora de afrontar el trato personal con los chicos y sus familias, o a la hora de llevar a cabo trámites imprescindibles como la elaboración de las licencias o el alta de todos los miembros de la plantilla en un seguro deportivo. Todo es un volver a empezar. Todo es un continuo aprender.

Todo para que luego la temporada nos envuelva en su particular vorágine de entrenamientos, viajes y partidos hasta que, inmersos en la bruma y una vez alcanzada la alta mar, sea inútil ya volver la vista hacia la playa que abandonamos en esos días tristes, pero al mismo tiempo alegres, del final del verano.


MUCHA SUERTE PARA TODOS EN ESTA TEMPORADA QUE ESTÁ A PUNTO DE COMENZAR. UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS.

¿De verdad importa?





El pasado domingo, la selección española ganó el campeonato sub 20 femenino. Lo hizo basándose en una magnífica demostración de poderío defensivo, siendo mucho más agresiva que cualquiera de sus rivales en el campeonato. Su medalla de oro se suma a la larga lista de condecoraciones que adornan las vitrinas de la Federación y, al menos, se consiguió con Teledeporte como testigo. Bueno, también con bastante afición en las gradas de Teguise, en Lanzarote.

Los chicos de su misma edad, en cambio, afrontan en Italia la búsqueda del campeonato en un ambiente de clandestinidad. Sus partidos se pueden seguir por streaming a través de la página de la FEB, lo que es de agradecer, pero eso mismo nos permite comprobar que apenas son capaces de reunir cien almas en el pabellón. Después de siete victorias consecutivas afrontarán a partir de mañana el camino hacia las medallas. De conseguirla, tendremos otro galardón más del que presumir.

A veces tengo la sensación de que todas estas victorias son poco menos que números. Números, sí, como de los que echan mano los políticos en sus intervenciones en el Parlamento. Claro que, detrás de esos números, hay largas semanas de trabajo y años de selección y perfeccionamiento. Sin embargo, si el mérito escapa de los focos, si los éxitos quedan en un segundo plano y apenas sí ocupan un exiguo espacio en los periódicos; y si además los mejores jugadores europeos de una generación son incapaces de reunir a más de cien personas para ver sus partidos, a uno le cabe preguntarse por qué le damos tanto valor a todo esto.

Trascendencia e importancia no deberían estar reñidas, es cierto. La primera es una dimensión social; la segunda, una percepción subjetiva (la foto de portada es un claro ejemplo de ello). Es más, si el desarrollo de una actividad dependiera de la valoración colectiva de la tribu, el abanico sería estrecho y de dudosa calidad. De ahí que los técnicos de la federación se afanen por presentar equipos competitivos, por hacer exhaustivos scouting de los rivales, por motivar a los jugadores, por tener controlados todos los aspectos extradeportivos de una concentración,... Por hacer bien su trabajo, en definitiva. De ahí, también que los chicos ofrezcan lo mejor que llevan dentro, su máximo esfuerzo, desde la base de que este es innegociable. E igual los árbitros, los oficiales y auxiliares de mesa, los voluntarios y organizadores de cada torneo. No es una cuestión de trascendencia. Es un asunto de orgullo, competitividad y compromiso personal.

Pero entiéndanme cuando les propongo la siguiente pregunta. ¿En qué medida importa el baloncesto? Sin una repercusión que rebase los límites de un círculo cerrado el baloncesto pasa por ser un divertimento privado, parecido al de esos chicos que se reúnen semanalmente para jugar al rol o para pegar unos tiros virtuales en un videojuego. Es decir, si los éxitos federativos en categorías inferiores permanecen fuera del conocimiento del común de los ciudadanos, si son conocidos solo por una pequeña “casta” de frikis del baloncesto y se limitan a un resultado, como el de ganar o perder en una partida de cartas con los amigos, ¿por qué reclamar de instituciones y empresas privadas subvenciones o patrocinios para clubes o proyectos de dimensión aún más reducida que los de la federación?

Perdonen este acceso de nihilismo. Ver las gradas vacías en un partido entre dos de las mejores selecciones sub 20 del continente me hizo reflexionar. Y llegué a la conclusión de que, aunque ganar deba ser el objetivo último de cada equipo que salta a una cancha de baloncesto, como entrenadores debemos reforzar todas aquellas facetas que van más allá del marcador, especialmente la formación integral del jugador. Porque el resultado es algo que queda para nosotros, para el reducido círculo de toxicómanos del baloncesto, pero la formación, en todas sus facetas, es un activo que el jugador lleva consigo y arrastrará en el conjunto de su vida.

Si en el contexto de una cantera de una ciudad de provincias, me dedicara solo a intentar ganar partidos, a gestionar un capital humano para sacarle la máxima productividad, no sería más que el manager de uno de esos clubes que manipulábamos en el PC Basket o el PC Fútbol. Y qué quieren que les diga, si los padres nos confían a sus chicos no es para que actuemos con ellos de esta manera, sino para que, luchando cada día por alcanzar nuestro potencial como equipo, les otorguemos también una experiencia que va más allá de un campeonato, tal vez la excusa para que todo lo demás suceda. Y tal vez todo lo demás sea lo verdaderamente importante.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

La respuesta era la catedral





Anoche regresé tarde de Burgos tras haber asistido a la Asamblea de la federación regional de baloncesto. En ella se expuso, amén de estados de cuentas y bases de competición, la necesidad de formular y ejecutar un plan estratégico durante los próximos cinco años. Un leitmotiv principal: la búsqueda y persecución de la excelencia. Fantástico.

Fantástico si no contrastara con el estado financiero de los clubes y de la propia federación, (que aunque bien gestionada no deja de manejar un presupuesto austero) fantástico si no hubiera seguido a un discurso en el que se recalcaba el carácter amateur de los diferentes actores que saltan a la escena durante una temporada de baloncesto, (directivos, árbitros, oficiales de mesa, entrenadores,...) carácter que sin duda repercute en su estatus sociolaboral, en la visión que de ellos pueda tener la sociedad o en la ausencia de incentivos para progresar, por muy quijotes que seamos, por muy enamorados que estemos de esa particular Dulcinea llamada baloncesto. Aun así fantástico. Cómo no aspirar a la excelencia cuando su búsqueda, aunque esencialmente infructuosa, es uno de los motores de la existencia.

En la misma asamblea se puso de manifiesto, también, cómo la crisis afecta no solo a las estructuras de cantera, sino, y principalmente, a los clubes profesionales. El no ascenso por tercer año consecutivo del equipo masculino de Burgos y la previsible desaparición del mítico Club Baloncesto Valladolid, dibujan un panorama sombrío del que Castilla y León no es monopolista. Orense, tras ganarse, ellos también, una plaza en ACB, tampoco vio admitida su candidatura. La mayor competición de clubes de nuestro país muestra, cada vez más, las señas de identidad de una liga cerrada, lo que unido a la bicefalia Madrid-Barcelona, que acapara títulos y finales, está conduciendo a la desafección del aficionado.

La demanda de baloncesto sigue una curva descendente desde hace años. Ni siquiera la coincidencia temporal de las dos mejores generaciones de nuestra historia, (en baloncesto masculino y femenino) y su innegable magnetismo, ha conseguido arrastrar a una masa de aficionados que vaya más allá del oasis de los campeonatos de verano. En 2015, los deportes han de abrirse espacio a codazos no solo frente a otros deportes, sino principalmente respecto a nuevas ofertas de ocio. Los usuarios cuentan con infinitas posibilidades para distribuir su tiempo y el baloncesto no consigue situarse entre las primeras opciones perdiendo de paliza ante marujas, cocineros, tertulias políticas de escaso valor intelectual, junglas, vídeos musicales, youtubers, juegos de estrategia o dosis ingentes de humor burdo (ojo, no es que sitúe a todas en el mismo nivel, son solo ejemplos).

Pero es que el aficionado, aunque pueda nacer, sobre todo se hace. Se hace si en casa se ve baloncesto, si en el cole monitores entusiasmados y conocedores del deporte le infunden pasión por el juego. Se hace si disfruta compitiendo, si comprende los valores asociados a dos aros y un balón y si observa, en los niveles profesionales, que los que ganan ven recompensado su esfuerzo, que los que ganan además de ganar divierten y se divierten, y si encuentra, en su pueblo o ciudad, referentes a los que imitar y con los que soñar. De lo contrario, el aficionado al baloncesto ni siquiera existirá o se diluirá con facilidad al llegar a la edad adulta. Si esto no es así; sin entusiasmo en el seno del hogar, en los coles y clubes, sin referentes arriba y sin una adecuada promoción del producto, crítica habitual a la televisión que difunde los derechos de la ACB, el chico optará por otras ofertas de ocio. Y será padre y le enseñará a sus hijos otras ofertas de ocio. Y este quedará con sus amigos y les hablará de otras ofertas de ocio. Y ya nadie dirá al día siguiente en el colegio: “¿viste el canastón que metió anoche Navarro?” Porque ya nadie verá baloncesto. Y, como consecuencia, nadie jugará tampoco.


Como os dije al comenzar este post, ayer regresé de Burgos y de ver su magnífica catedral, una amalgama de elementos arquitectónicos que desafían la gravedad, un conjunto de motivos decorativos que rozan lo sublime y, sobre todo, una labor conjunta y prolongada en el tiempo de numerosos obispos y también nobles, en su condición de servidores de dios y mecenas, de ingenieros y arquitectos, de escultores y pintores, de ebanistas y orfebres, de obreros y albañiles al servicio de una obra que insulta, por comparación, a todas nuestras imperfecciones. Una de ellas, la incapacidad para trabajar en equipo y dejar atrás el ego, el personalismo que destruye grandes proyectos por ofensas de pitiminí. 

Anoche buscamos soluciones en el salón de un hotel. Nos equivocábamos. La respuesta estaba fuera, a escasos metros. Tras el Arco de Santa María. La respuesta era la Catedral.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS  

Oferta privada, debate público





Os anticipo que no tengo muy clara mi postura sobre el debate que voy a exponer. No sé si es mejor que todos paguemos lo que sólo unos pocos quieren ver o que esos pocos paguen por lo que quieren ver dejando que una parte de esos pocos se queden sin poder verlo. Supongo que todo pasa por una derivada de la teoría de juegos, de una negociación entre agentes interesados en la que no es posible que todos ganen. Bueno, en realidad no, esto sí que lo tengo claro, en esta negociación ni los muchos ni los pocos están llamados a intervenir. Es una cuestión de una, dos o a lo sumo tres empresas, de un único oferente y muy pocos demandantes (cada vez menos). ¿Y a los pocos y a los muchos qué les queda? Joderse y aguantarse o adaptarse a las condiciones.



Concreto y doy nombres. Una organización, la Euroliga, alias “el oferente”, oferta los derechos de emisión de su producto (luego hablaremos del producto) país por país (con “independencia” de Cataluña, cuya televisión “pública” tiene contrato por dos años más). En España, el año pasado hubo dos cadenas que emitieron partidos para el conjunto de España. Una, Marca TV, desapareció el pasado 31 de julio por deudas no atribuibles, más allá de en su parte proporcional, al pago de los derechos de la Euroliga. La otra, Teledeporte, se apuntó al carro en las rondas finales para emitir, básicamente, los partidos del Real Madrid. Pues bien, estas soluciones de urgencia nos condujeron a la situación actual y a un final del verano y principio de otoño sin acuerdos cerrados. Y en éstas apareció Digital Plus, el gran conglomerado mediático de nuestro país, el producto más ambicioso de la extinta Sogecable, alias “el Imperio del Monopolio”, ahora PRISA TV, y sueño húmedo del también fallecido Jesús de Polanco, para hacerse con los derechos de la Euroliga por tres años imponiendo ciertas condiciones como la no coincidencia de fechas entre los partidos de Real Madrid y F.C. Barcelona. No crean que la negociación fue muy dura, qué va, el ente público apenas presentó oposición. Bastante tiene con no hundirse en ese mar de lágrimas que representan sus cuentas, en ese baño de dignidad que creen darse rellenando tiempo de pantalla con resúmenes de la Champions y tertulias de chascarrillo.



Y en el medio de este tango a media luz entre el único oferente y el único demandante nosotros, los consumidores de un producto que nos apetece degustar y que, sin embargo, se encuentra instalado en el medio de paquetes de compra muy diversos que incluyen, tal vez, productos secundarios que pueden no interesarnos. Porque parece evidente que el “todo gratis” ya no se sostiene, que si están en cuestión derechos básicos y universales como el de la sanidad, la educación o las pensiones, no parecería lógico que quedaran garantizados estos más triviales, pero oigan, me pongo en pie para criticar que el amante de la Euroliga acarree el peso de la financiación del hockey hielo, la vela o la hípica y viceversa. Digital Plus no termina de atajar correctamente esta cuestión. Sólo el amante del fútbol tiene sus propios canales, su itinerario de pago y disfrute a medida del consumidor. Sin embargo, las opciones de “deportes” se convierten en un cajón de sastre en el que todo entra, aunque quizá, debiéramos estar por ello agradecidos (ya adelanté que no tengo muy clara la cuestión).



Pero, ¿y al baloncesto?, ¿qué le conviene al baloncesto? Cuanta más barato sea el acceso a los contenidos mejor, ¿no? De esta manera contribuiríamos a la difusión de sus valores, de su riqueza, del espectáculo que a nosotros, los aficionados, nos vuelve locos y emociona. Pues qué quieren que les diga, tampoco tengo esto muy claro. Creo que la labor de captación de potenciales consumidores de baloncesto se hace en las canteras de los clubes y en los patios de los colegios. Es ahí donde el fútbol, por su simpleza natural y su adaptación a los más pequeños, se abre paso y empieza a sembrar su dominio. Pero a un televidente, habitual consumidor de Sálvame y derivados, también de fútbol cuando juegue la selección o su equipo, qué más le da que emitan el baloncesto en abierto o en un canal de pago si ni siquiera contempla la opción de ver un partido. Ahora bien, cómo le vende un padre de clase media las bondades de este deporte a su hijo si los mejores productos le están vetados por su precio, si no puede sentarle en sus rodillas para ver juntos un partido de calidad y decirle de vez en cuando “Ése es Kevin Durant, y es una máquina”.



Termino y sigo sin tenerlo claro. Disfrutaré de la Euroliga gracias a que mi padre es un buen amante del deporte y a que entre mi hermano y yo supimos convencerle de que las decenas de euros que gastamos en esta plataforma de pago serían una buena inversión para nuestro tiempo de ocio. Sé que los profesionales del Plus, por su categoría y trayectoria, nos deleitarán con buenas realizaciones y narraciones, pero no sé, en determinados momentos me acordaré de ese padre que no puede pagar para ver la Euroliga y, aún más, de ese hijo que crecerá sin saber cómo juegan al baloncesto los mejores jugadores del mundo.





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS (hoy más que nunca)

Dos años, un CLUB.







En la Santa Marta de ni tren ni tranvía, en este bebedero del río Tormes en el que las malas lenguas dicen, se bebe de todo menos agua, existe un club de baloncesto que sobrevive, oh milagro, a la omnipresente crisis económica estirando el valor del euro a base de sangre, sudor y lágrimas. Así lo acreditan mis presencias en la sede durante estos dos años en los que he defendido sus colores desde dentro. Allí, en unas oficinas separadas unos cuantos escalones, nunca los conté, del suelo, padres y madres consumen sus horas de ocio entre papeles, fotografías y ordenadores que hacen las veces de estufa durante el invierno. Se hacen llamar directivos por no presumir de lo que realmente son. Currantes.



Pronto, no sólo a través de estas impúdicas visitas que realizaba casi siempre para pedir, ya fuera información, ayuda o soldada, descubrí que detrás del armazón institucional y simbólico de la entidad se escondía una filosofía bifaz basada en el binomio baloncesto y niños. No por casualidad es el Club de Baloncesto Santa Marta el que menor cuota exige a los padres de los jugadores y jugadoras en toda la región. Porque practicar el baloncesto de manera competitiva no ha de ser un privilegio al alcance de unos pocos, ni siquiera una dolorosa punzada en los riñones de las economías domésticas.



Pero no se trata sólo de pagar poco, sino también de competir y pasear el nombre de la ciudad por toda Castilla y León. Y poco faltó este año para que las infantiles (las “infantilas”, como se hacían llamar) del club desfilaran de rojo y negro en el Campeonato de España de Lanzarote. Su tercer puesto en el campeonato regional, además de un logro histórico para el club, anuncia años de bonanza para la sección femenina. Y es que las chicas reivindican su lugar dentro de un mundo marcado por las emes del mercado y el machismo.



Más oscuros se ciernen los cielos para los chicos. A escasos metros del Pabellón Municipal se levanta el estadio de fútbol Alfonso San Casto donde juega sus partidos como local el Tercera División y, también, varios equipos de cantera que aspiran, cual agujero negro, a muchos de los mejores atletas de la localidad. Además, en la capital salmantina, el C.B. Tormes, equipo con plataforma en EBA, cuya dirección técnica reposa, además, en manos experimentadas, se presenta como una dura competencia que expide, por acción u omisión, jugosos pasaportes para que los chicos de Santa Marta cambien sus colores. De hecho, lo reconozco, nada me dolió más que ver cómo cuatro preinfantiles renunciaban a seguir creciendo en el club para apuntarse a un carro, el del ganador que, por cierto, y a modo anecdótico, descarriló.



No dejan de ser lecciones. Lecciones, procedentes muchas de ellas de los conocimientos y experiencias de grandes profesionales. En el primer año, sobre todo, de José Ignacio Iglesias Martín, Nacho para todos los niños y niñas que aprendieron a tirar gracias a él. Nacho, también para mí, afortunado discípulo que, recién llegado, recibió la grata noticia de saberse su ayudante. Lo supe a través de Isidro Álvarez, uno de los grandes responsables de la progresión del club en términos técnico-tácticos, un entrenador empeñado en hacer de cualquier entrenamiento y partido un homenaje al baloncesto más puro. Su salida, en busca de nuevas perspectivas y retos, parecía dejar un vacío difícil de cubrir.



Pero no fue así. No porque Pedro S. Torrecilla se puso al frente y asumió el relevo. Su presencia se multiplicó de tal manera que siempre sabías que podías contar con él para lo que fuera necesario. De él me llevaré para siempre la meticulosidad con que analiza cada detalle, el modo en el que aprovecha los ejercicios para trasladarle a los jugadores su manera de entender el juego. Pero si un mérito es atribuible a su labor, ése es el de hacer del elenco de entrenadores una pequeña familia. Pablo, Jorge, Eva, Luismi, Tomás, Fran, también los que llegáis ahora Manu y Víctor, sabedlo bien, quedáis al frente de una gran responsabilidad. Seguid disfrutando del entrenamiento, enseñando y aprendiendo de los chicos y honrando en cada planificación, preparación de entrenamiento o partido, el orgullo que supone formar parte de este club.



Hablando de nombres no me gustaría olvidarme de mencionar el de Manuel Santos, verdadero valedor de este proyecto. Con su ejemplo pone en duda la veracidad de aquellos versos del cantante que dicen “las obras quedan, las gentes se van”. Pasarán los años, crecerán sus hijos, cambiarán los tiempos y, sin embargo, el baloncesto en Santa Marta seguirá llevando su sello personal. Ojalá no le abandonen nunca las fuerzas porque sin él los cimientos de estos muros podrían resquebrajarse en cualquier momento.



Me llevo infinitos aprendizajes, las alforjas llenas de viajes, sonrisas infantiles y experiencias inolvidables y, aunque nuestros caminos se separan, no me importará seguir siendo el cronista de los logros improbables (no por falta de talento, sino por las trabas que debe superar) de un club inverosímil que sobrevive gracias al esfuerzo diario y lleno de fe de quienes apuestan por ese binomio que es su filosofía, por la felicidad de los chicos practicando el baloncesto. 

Ahora unas cuantas imágenes...

Primer campus organizado por el club en el que participé. Junio de 2011.



Último partido del grupo infantil masculino. Temporada 2011-2012



Después del último partido del grupo cadete. Temporada 2011-2012


Padres, madres y entrenadores frente al Ayuntamiento de Santa Marta reclamando justicia (¿Enamorado del deporte equivocado?)



Carrera solidaria en enero de 2013. Me faltó muy poco para subir al podio. 


Junior 2012-2013. Casi no llego a la foto (y falta Jesús, el Duque de Béjar)



... y un vídeo en cuya elaboración tuve el placer de participar junto al gran ideólogo y productor Pedro S. Torrecilla.



UN ABRAZO Y MUCHAS GRACIAS AL CLUB BALONCESTO SANTA MARTA POR ESTOS DOS AÑOS DE BALONCESTO.

FELIZ BALONCESTO






No sé si conseguiré explicarme. En realidad convivo con esta duda cada vez que empiezo a salpicar de negro el fondo blanco de mis pensamientos simbolizado por la hoja de papel virtual del editor de texto. De hecho, no sé si hago bien en escribir sobre estas fechas en unas fechas en las que que las propias fechas explican por sí solas nuestra manera de actuar y nos pilotan, sin rumbo fijo, a un paraíso de fingida felicidad o de irreparable melancolía (allá cada cual) del que es muy difícil escapar.

Pero en fin, me arriesgaré. Me arriesgaré, digo, a contaros la desazón y el desencanto que me provoca la sucesión de tradiciones que, ligeras de contenido, seguimos religiosamente mientras nos proclamamos ateos, escépticos o hijos de un dios menor llámese Messi o Justin Bieber. Llámese mejor, porque éste es su verdadero nombre, dinero, eso que según Jules Renard, postromántico francés, nos preocupa haciéndonos, por ello, diferentes a los animales.

Así, y aun asumiendo la omnipresencia de lo material en nuestras vidas, hoy quiero hacer una llamada a la esperanza, un canto sordo repleto de versos que no riman y estrofas que se pierden como gotas en el océano. Y es que no escribo para que me lean o me escuchen. Menos aún para que sigan las cuatro normas que intento poner en práctica cada día y que olvido torpemente mientras desayuno. Hoy las escribo para eso, para recordarlas. Y las hago extensibles como parte de la terapia que sigo en la búsqueda de sentido de este carrusel el que nos vemos inmersos sin, ni siquiera, tener que pagar entrada.

O mejor, no sé qué os parecerá, hago lo que hago siempre y me dejo de divagaciones estériles. Y es que siempre hay una cura para esta clase de males, una receta milagrosa que dibuja en nuestros rostros una sonrisa que bien pudiera ser definida como tonta, aunque en realidad sea la más inteligente de todas. ¿Y qué hago siempre que me peleo con el mundo, las creencias populares o los belenes de cartón piedra? Pues pensar en baloncesto (por ejemplo en estas imágenes). 



Sirve igual, apunten los ingredientes, un partido de élite o una cancha de parque mugrienta con redes dispuestas a contagiarte el tétanos. No sean quisquillosos, tampoco, con el punto de vista. Jueguen, entrenen o arbitren. Sean, por qué no, meros, qué digo meros, grandes aficionados. Critiquen y abucheen. Simplifiquen si es necesario una complejidad a veces artificial, a veces inherente al propio juego. No sean clasistas. Baloncesto es todo. Lo que gusta y lo que no. Laso, pero también Pascual. Individual, pero también zona. Masculino y también femenino. Clasistas no, pero tampoco tontos, que luego te acaban poniendo el baloncesto a la hora del pincho los domingos coincidiendo con los partidos de las autonómicas y claro, luego audiencias a la baja, patrocinadores que se dan el piro, equipos que no pagan los avales y el reconocimiento generalizado de que el fútbol es más divertido (una liga sentenciada en diciembre), más dinámico (90 minutos de los que se juegan la mitad) o más sostenible (si los clubes de fútbol le debieran dinero a los Corleone habría habido más asesinatos en España que en el Chicago de los años 20).

Vaya, parece que con el fútbol me pasa lo mismo que con la Navidad. No creo en ellos, pero se cuelan entre mis letras como esas chicas de una noche a la que mis principios renuncian perdiendo siempre la batalla contra mis instintos. ¿O es que se dejan perder? Bueno, hablaba de baloncesto y ahora paso a hacerlo de BALONCESTO, el que se enseña, se aprende y se olvida para volver a aprender en las etapas de formación, en los cientos (quizá miles, no tengo ganas de comprobar el dato) de clubes que se esmeran cada día en formar a jóvenes que comparten una misma pasión. 



Por suerte no es éste un asunto de productividad y no aparece en la agenda del Consejo de Ministros, aunque siempre se cierna sobre él la sombra de la guillotina, la del recorte por falta de importancia, la del destierro al cajón del olvido. Y sí, modestos podemos llegar a ser, pero el exceso de humildad no debe impedir que se reconozca la función que miles de entrenadores realizan, realizamos, en los patios de los colegios o, si tenemos más suerte, en los pabellones de nuestras escuelas o localidades. Allí, con un balón por medio, con dos aros y unas cuantas líneas, sin envoltorios de regalo ni sonrisas postizas se entremezclan pasiones y sueños con valores fundamentales que todos debemos aprender. Y es que el baloncesto, bien enseñado, practicado con dureza e ilusión, es una auténtica escuela de vida.

Hablo ahora como entrenador para recordar que muy pocos jugadores de los que tengamos el placer de dirigir llegarán a ser profesionales, a hacer dinero con el baloncesto. Aun así tenemos la obligación de enseñarles todo lo que sabemos y de seguir formándonos para que que nuestro bagaje sea cada vez mayor. Eso, en el aspecto deportivo. Sin embargo, habida cuenta de la escasa proporción a la que antes hacía mención, creo que es más importante generar consumidores futuros de deporte en general y de baloncesto en particular y contribuir, al mismo tiempo, a su formación en aspectos tan básicos como el respeto al compañero y los límites a la libertad.

Me conformaría, y ya me despido, si estos chicos siguen pensando de adultos que Navidad, tal y como se entiende en estos tiempos y dado que no hay otra palabra, puede celebrarse cualquier día. Porque Navidad, en cuanto que sinónimo de celebración o fiesta, es también sinónimo de baloncesto. Y el baloncesto, en cualquiera de sus diferentes formas y bajo sus múltiples máscaras, siempre estará ahí para tendernos su mano amiga.

FELIZ NAVIDAD. FELIZ BALONCESTO

En caliente






Deliberadamente en caliente. Así me he propuesto escribir este post. De la misma manera y a la misma temperatura con la que se gestaron algunos de los momentos más importantes de la historia del hombre. De haber reflexionado fríamente sobre las consecuencias trágicas que hubiera podido acarrear la toma de la Bastilla no estaríamos estudiando hoy la Revolución Francesa. De la misma manera, el mundo sería muy distinto si los norteamericanos no hubiesen reaccionado con vehemencia y orgullo ante el sibilino y alevoso ataque a su base militar en Pearl Harbour por cuenta de los japoneses.

Por ello he decidido no contenerme y poner las cartas sobre la mesa. Hace pocas horas que hemos perdido la final del campeonato provincial infantil contra los chicos de Salesianas, formados y entrenados, básicamente, en el Club Baloncesto Tormes, el más grande (Perfumerías Avenida aparte), en términos económicos y de masa social, de nuestra ciudad, Salamanca. Lo hemos hecho por ocho puntos, diferencia que no refleja lo sucedido durante el partido pues, a falta de poco más de dos minutos, estábamos a sólo una canasta. Los chicos lo han dejado todo, pero la dura defensa rival alimentada por un arbitraje que permitió el uso de las manos no nos dejó desplegar nuestro mejor juego ofensivo.

Hablar en caliente no significa caer en el empleo peyorativo del lenguaje. No pretendo rescatar de nuestro rico vocabulario todos esos vocablos, cientos, pensados para hablar con ánimo de ofender. Tampoco tengo una lista de jugadas, al más puro estilo Mourinho, para explicar el porqué de mi enfado e indignación. Son motivos más hondos los que me llevan a escribir con las mangas remangadas y a regurgitar toda la mierda que mis chicos han tenido que tragar durante el partido de esta tarde.

Podríamos estar horas debatiendo sobre la verdadera importancia de una final provincial de la categoría infantil. Objetivamente no se trata de un campeonato de España. Sin embargo, hasta el más insensible mortal, sería capaz de reconocer la ilusión que mueve a los chavales. Para ellos es todo un acontecimiento, una cita romántica con el deporte que más aman.

Quizá sea parte de la pedagogía que pretenden vendernos desde los colegios de árbitros. Quizá quieran enseñarle a los niños lo dura que es la vida antes de tiempo, antes de que una dolorosa relación o un “amable” profesor se lo deje claro. Preferiría que lo descubrieran viendo El Buscavidas o leyendo A Sangre Fría y no por mor de un arbitraje chulesco y malencarado; tan equivocado en el fondo como descuidado en las formas.

No sé si le faltaron luces o le sobraron cojones a uno de los árbitros para acudir con un chándal del C.B. Tormes, el mismo club en el que entrenan el noventa por ciento de los jugadores rivales. Desconozco si es una prueba que tienen que pasar todos los aspirantes a árbitros cuando una vez tras otra son designados para dirigir encuentros en los que intervienen equipos de su mismo club. Desde un punto de vista humano no deja de ser un marrón. Si te equivocas para los tuyos eres parcial. Si lo haces para el contrario un traidor. Éste se aprendió muy bien aquello de “Roma no paga a traidores” y no quiso disimular. Ni siquiera con el chándal.

Tampoco se cortó un pelo el principal, un árbitro veterano con tablas y experiencia en partidos como éste. Entiendo que de la simple lectura de la frase interior es imposible deducir la tonelada de ironía que incluía. El principal resultó ser una joven figura del arbitraje salmantino, el próximo Betancourt (creo que ahora sí se nota), un ser íntegro que no dudó en castigarme con una técnica por hacerle llegar el balón al otro árbitro para acelerar la continuación del juego. Es cierto que se trataba de un pase de más de quince metros. Pero el balón le llegó suavemente a las manos. Desconozco si quería enseñarme la técnica del pase o si le molestó la perfección en la ejecución. Lo único que sé es que aquellos dos tiros libres y posesión acabaron por decantar el encuentro a favor del conjunto rival en una acción tan determinante como la del tapón, con dos abajo a falta de dos minutos y medio, que supuso la eliminación por faltas de uno de nuestros mejores jugadores.

Lo siento, empiezo a parecerme a Mourinho y no era ésa mi intención. Así, a pesar de que desde mi parcial parecer me siento perjudicado, no era éste el principal motivo de este post. Lo que no querría es dejar pasar la expresión con la que se dirigió ese mismo veterano de 18 ó 19 años a uno de mis chicos de 12. Entiendo que todos podemos tener un mal día, pero ni siquiera después de ser despedido se le puede decir a un preadolescente: “Pero tú qué protestas subnormal”. Y aun así no quiero cargar las tintas sobre estos jóvenes árbitros a los que se les concede el privilegio de dirigir una final. Prefiero hacerlo contra quienes los eligen.

Se nos llena la boca hablando de la importancia del deporte de base. Todos los políticos corren como si fueran críos para hacerse la foto con los chicos vestidos de corto. Vende mucho decir que se apuesta por la cantera. Pero no se cuida. No se atiende a las necesidades de ese material tan sensible que encierra un chico (una chica) de trece o catorce años. ¿Por qué no aparecieron en el pabellón dos árbitros veteranos conocedores de las reglas y con la experiencia suficiente como para evitar el bochorno que se produjo? ¿Por qué se menosprecia a las categorías inferiores cuando constituyen, en realidad, la fuente principal de las que se va a seguir abasteciendo el baloncesto durante los próximos años? ¿Por qué se juega de tal manera con las ilusiones de estos jóvenes jugadores? ¿Por qué? Que alguien me lo diga para que pueda dormir más tranquilo.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO (del puro y sin mácula) PARA TODOS