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En el principio no fueron los conceptos

 




No soy ni mucho menos rencoroso. Entiendo el valor metafórico y eufemístico de la cigüeña como ave transportadora de bebés que salvó a tantos niños de comprender la naturaleza del indecoroso acto sexual antes de tiempo. Igualmente, comprendo el sentido de la regla de tres como argumento lógico útil para simplificar el acceso al mundo de las proporciones, por falaz que sea su formulación. Es más, puedo presumir de haber sido un niño disciplinado y poco preguntón cuando los adultos empleaban aquel manido “cuando seas mayor lo entenderás”. Todo este preámbulo para que descarten, de antemano, que el elemento contestatario sea la base del siguiente argumento: el baloncesto estaba antes y estará después de los conceptos en virtud de los cuales muchos procuran enseñarlo.

 

Es evidente, ahora nos resulta complicado pensar en un mundo sin fronteras, imaginar que nuestro país no es una península (“casi isla”) y renunciar al orgullo que nos provoca el hecho de ser latinos (descendientes de los habitantes del Lacio, región en el entorno de Roma) o ibéricos (pueblo situado en el este y sur de la ahora llamada Península Ibérica). Pero es que la misma península es un nombre, es decir, una mera convención que, solo a veces, anuncia o enuncia su significado (esa fue siempre su intención primera, pero modificaciones a lo largo de los años pudieron extinguir este vínculo entre significante y significado). No dudo que en el principio fuera el verbo y que nuestros antepasados se vieran obligados a nombrar para conocer. Pero qué condena esta, ¿no creen?

 

Vista desde el espacio, la Tierra no presenta fronteras, todos lo sabemos, pero todos lo olvidamos. En algún momento no hubo religiones instituidas (ni siquiera para poder negarlas) porque ni siquiera había instituciones, al menos conscientes de serlo. Pues bien, lo mismo sucede con el baloncesto, cuya esencia solo podemos intuir haciendo una ardua labor de prehistoriador, y puede que ni siquiera eso importe, porque, en definitiva, a veces olvidamos la simplicidad de sus elementos básicos: objetivo, móvil, número de jugadores, manera de puntuar y evitar que el rival puntúe.



Esta es mi particular cruzada cuando afronto el reto de su enseñanza. Pido perdón de antemano si no uso una jerga especializada, parece impropio de un escritor, pero, ya les digo, aun reconociéndole valor al lenguaje, creo más en los alfabetos de consumo interno, en esos idiomas que inventábamos de niños para que, precisamente, los adultos no pudieran entendernos. Es decir, hablando en román paladino, me la quieren soplar, aunque a veces los emplee, términos como “pasar y cortar”, “dividir y doblar”, “lado fuerte”, “lado débil”, primera ayuda, segunda ayuda, incluso puerta atrás. ¿Por qué? Porque no existían y siguen sin poder apreciarse desde el espacio.

 

Por supuesto, y he cambiado cien veces de idea acerca de este punto, ahora mismo creo que es mucho más importante que los jugadores a los que entrenamos conozcan su cuerpo y sean capaces de emplearlo con equilibrio, coordinación, flexibilidad y velocidad a que conozcan conceptos que a veces parece que ejecutan más para complacer a su entrenador que a un hipotético espíritu del juego, que no sabemos cuál es, pero que, desde luego, no necesariamente atiende a la lógica que se ha impuesto en base a una presunta utilidad que ni siquiera discuto: es verdad, un equipo que juega bien pasar y cortar puede ganar el partido a uno que no lo haga (en igualdad de factores mucho más determinantes), pero eso nos debería importar lo justo.

 

También, y en esto también he cambiado de opinión, he vuelto a pensar que es más importante que dominen las tres acciones principales que se pueden hacer con balón, en aras de una autonomía decisional que los lleve a amar el juego bien a través de su dominio o el reto que les supone, a tomar las decisiones que se ajustan a un esquema lógico heredado y que, ya les digo, no niego que pueda funcionar. Esto porque pienso que solo un dominio atlético y técnico puede conducir a que el niño se centre en conseguir, para él y para su equipo, meter más, o recibir menos, canastas que el rival.

 

Sin embargo, aunque tengo claro que quiero eliminar de mi particular diccionario de baloncesto las convenciones que algunos honorables maestros (esto sin dudarlo) acordaron para generar un idioma común y dotarse de un bagaje que, a través de la simplificación de estructuras, les condujera a resultados positivos, tengo más dudas en el método a utilizar para sustituirlo. Desde luego todo pasa por la táctica individual (íntimamente relacionada con la técnica individual) puesta al servicio de la causa colectiva, imbuida de valores que permitan este ejercicio, al mismo tiempo egoísta (ambicioso, orgulloso) y solidario (pues implica renuncias) que puede permitir meter canasta y que no te la metan.



 


Admito que me gusta transportar a mis jugadores a situaciones cotidianas de la vida en las que se ven obligados a colaborar (una tarea doméstica), luchar por la obtención de un bien escaso o defender algo que tiene un valor para ellos. Al menos así, hablándoles en términos que conocen, puedo establecer con ellos un puente o canal de comunicación, pidiéndoles una interacción continua que nunca debe resultarnos irrisoria: lo único que varía es la lógica desde la que se pronuncian las palabras, y ellos, en muchas ocasiones, están menos contaminados que nosotros.

 

Por otro lado, me gusta el concepto de iniciativa. Retarles a gobernar lo que ocurre en el campo. Y para mandar hace falta captar y procesar información, conocer cómo están distribuidas las piezas, al menos las esenciales para poder tomar decisiones (yo mismo respecto al campo, yo mismo respecto a mi defensor, mi defensor respecto a mí, los compañeros respecto a mí, los defensores respecto a mis compañeros). Esto con balón y sin balón, pues quiero a cinco jugadores tomando decisiones con, eso sí, la pelota y los aros actuando como centros de nuestro campo gravitatorio y los objetivos colectivos (meter canasta y que no nos la metan) en la mente. No en vano, y esto casi no es necesario explicarlo, aunque hay muchos chicos que se “equivocan”, la mayor parte de ellos, y de manera natural, se sitúa encarando el aro rival y de espaldas al aro propio.

 

Pero regreso a la iniciativa, un concepto, sí, no lo niego, pero muy anterior, pienso, a todas esas pajas mentales de profesores de la vieja escuela, a la mayoría de las cuales admiro, no me malinterpreten. Si nuestro compañero con balón lleva la iniciativa debo permanecer atento y a la expectativa de lo que pueda hacer (progresar, cocinar un ataque o demandar colaboración). Mi situación y la de mi defensor deben favorecer su acción, cualquiera que sea y, si mi defensor tiene otros planes, debo hacérselo pagar en aras de colaborar con mi compañero sin perder de vista, en todo momento, que lo que queremos es meter canasta. Lo mismo sucede con los jugadores más próximos al balón, cuya iniciativa, por este hecho, es anterior a la de un jugador más alejado de este. Esto no deja de ser una jerarquía, pero me parece más sencilla de trasladar a una lógica preverbal, preconceptual, que debería ser la propia de esos seres libres de contaminación que son los niños.

 

Podría seguir desarrollando este tema, diciendo que con la iniciativa perdida entraríamos en una fase de emergencia o cooperación humanitaria. O que con la iniciativa transformada en ventaja deberíamos jugar para aprovecharnos y reaccionar a la reacción de la forma que mejor colabore con nuestro objetivo principal, que debe ser meter canasta, algo que siempre va a ser más sencillo si progresamos con velocidad, control corporal y percepción de la pista, si somos capaces de combinar elementos, pasar con precisión, agarrar el móvil y predisponerlo para su lanzamiento en poco tiempo para hacerlo, además, con precisión.

 

En fin, creo que en el principio fue el atletismo, la psicomotricidad, los elementos condicionales, la propiocepción… Que después vinieron los fundamentos específicos relacionados con la existencia de un móvil de unas particulares características. Que al tiempo se impone una lógica que no es difícil de entender a través de la palabra iniciativa o cualquiera que se nos ocurra para que el niño comprenda que no juega para ser protagonista, sino para que el equipo meta canastas y no las reciba. Y que mucho más tarde, y solo si la suma de tácticas individuales, de inteligencias estratégicas particulares, no es positiva, va la enseñanza de conceptos que, además, no se desgasten, les va a explicar mucho mejor el entrenador senior que les pregunte por la lógica de la regla de tres y les pida que le crean cuando les cuente que los niños vienen de París, unas veces por desconocimiento, otras como demostración de fe en su ideario

 

Dicho esto, fracaso cada vez. No porque el equipo contrario nos gane por pasar y cortar. Sino por no saber explicarles que un individuo desconocido que se aproxima es peligroso y no debemos abrirle la puerta, por si se lleva nuestros Lego. Pero creo, humildemente, que al igual que el sistema educativo se equivoca al formar a los adultos del mañana con los parámetros de hoy (y no atendiendo a una mayor transversalidad en base a la humildad y conciencia de nuestra propia ignorancia), nos equivocaríamos como entrenadores si seguimos formando en conceptos que, aunque puedan llevarnos a ganar, no sabemos si seguirán vigentes cuando los alevines de hoy sean los senior del mañana y que, desde luego, no serían fáciles de explicarle a un marciano recién aterrizado en La Tierra, por producto de una simplificación que sean.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

El mayordomo de los fundamentos

 




El bote, cuando no es útil, no es bote, es abuso. De la paciencia y la confianza de los compañeros. Del entusiasmo y el dinero de los espectadores. Esto es lo que he querido transmitir en el primer turno del Campus Gigantes de Valladolid, organizado por Javier Hernández Bello y David Barrio, y acompañado por grandes amigos y compañeros, mientras, a través de la visualización de imágenes y la ejecución de tareas más o menos emparentadas con el juego real, hemos querido imitar el buen uso del bote del jugador del momento, un Cris Paul que ha venido a alcanzar la madurez cuando a otros se le agolpan las telarañas y solo piensan en la jubilación.

 

El bote es un fundamento medial, una herramienta que construye la casa pero que no forma parte de ella, que aquilata triunfos más por defecto que por exceso, pero que necesitamos, toda vez que fue incluido en unas reglas que originalmente no lo contemplaban. El bote, tal y como apunté al final del vídeo y de los entrenamientos, es el Robin de los fundamentos, o Alfred, el mayordomo, como sugirió uno de los jugadores. Suple, acompaña y complementa a los dos fundamentales: el pase y, desde luego, el tiro (finalizaciones), que vendrían a ser Batman.

 

Sobre él se han elaborado muchas teorías, algunas con la visión nublada del enamorado y otras con la perspectiva nostálgica del que lo prohibiría de nuevo, por fomentar el egoísmo, dificultar la circulación de balón o atentar contra el noble espíritu del baloncesto que se jugaba en sus tiempos, eso sí que era baloncesto. Lo cierto es que con el trabajo realizado, también el previo de preparación de los materiales didácticos y las sesiones, y con estas reflexiones a posteriori, no vengo ni a demostrar ni a desmontar, sino a proponeros algunas ideas que nos hagan pensar al respecto.  

 

Con relación a las caras del balón creo que hay un consenso generalizado sobre la necesidad de manejar y estar familiarizados con todas ellas. En situaciones de lectura o desplazamientos laterales sin perder de vista la canasta (y con el cuerpo orientado hacia ella), también en el inicio de los cambios de ritmo y las frenadas o antes, por supuesto, de iniciar una acción de pase o tiro, la mano debe recorrer al menos dos de ellas, alargando el tiempo que el balón pasa en la mano y escondiendo, así, la verdadera intención. No solo por reglamento, sino también por ser un obstáculo para la coordinación de tren superior e inferior en la mayor parte de los casos, desecharía la idea del acompañamiento o manejo, aunque jugadores como Luka Doncic alarguen la pausa en el bote llegando a colocar la mano en la cara inferior del balón.

 



En cuanto a la disociación del trabajo de los pies y el de la mano o bote, creo que también existen consensos, aunque aquí, como en los puntos que veremos a continuación, lo importante es manejarse en la armonía y en el ruido, ser a veces metrónomo y, otras, improvisadores. Desde luego, tener la capacidad de mostrar cosas diferentes (no solo con los ritmos, sino también con la colocación o dirección de los distintos segmentos corporales), de anunciar intenciones distintas, es siempre útil en un deporte de oposición y de objetivos contrapuestos.

 


También me parece clave jugar con el binomio actitud-intención. De ahí que sea relevante adelantar, aunque sea en décimas de segundo, la toma de decisiones; basarla en una intuición y no en una lectura a posteriori que desencadene una reacción, aunque siempre debamos estar alerta. Ante la visión, casi premonitoria (aunque basada en la experiencia y la memoria de acciones anteriores, vistas o vividas), de lo que va a suceder, el jugador toma una decisión y debe, por lo tanto, esconderla hasta el último momento, debiendo disociar en todo caso su actitud corporal de su verdadera intención.

 

Utilicé a Elastic man, de los Cuatro Fantásticos, para hablar de la amplitud del bote y la necesidad, nuevamente, de manejar cualquier anchura, pues no es siempre lo ideal llevar el balón muy lejos del tronco para ganar libertad de movimientos y engaño y será necesario también llevarlo delante y lejos de un defensor que nos persigue, o meterlo por un espacio reducido buscando esos espacios intermedios donde el atacante reina mientras los defensores se miran y repasan las reglas defensivas buscando una explicación y, muchas otras veces, demasiadas, un culpable.

 

Me serví de un duelo a espada de La máscara del zorro para hablar del bote de amenaza y de la necesidad de tantos y tantos jugadores que observo de elevar la altura de los hombros e intercambiar, en general, los diferentes grados de angulación de la espalda y de amplitud de los pies durante el ataque con vistas a poner máxima presión en el defensor. Para ello, con el símil de Los Picapiedra, quise explicar la necesidad de cambiar ritmos y velocidades en muy poco espacio, de acelerar de súbito y frenar en seco, una tarea a realizar, como casi todas, en estrecha colaboración con los preparadores físicos.

 


Por último, me serví del caballo del ajedrez para explicar la necesidad de jugar con ángulos y variar trayectorias (algo que aprendí de las reflexiones de Jenaro Díaz), saltando por encima de las piezas defensivas hasta insertarnos, nuevamente, en esos espacios intermedios de duda y desconcierto. Cris Paul dibuja eles por el campo, mezclando ataques y retiradas, provocando la somnolencia de defensores que despertarán demasiado tarde.

 

En fin, hay mil detalles a aportar con el bote y muchas de las normas, interesantes dentro del proceso de enseñanza, se muestran rígidas ante las nuevas necesidades. Ya no sirve el bote plano, ya no vale manejar con una mano, ya no bale el bote bajo ni únicamente el bote lejos, ya no vale echarla cuanto más adelante mejor ni usar el menor número de botes posibles, pues el último, un bote fuerte, casi en el pie, amplía el arsenal consecuente y mejora la siguiente acción, a la que el bote se debe como buen mayordomo, como buen Sancho del pase, el tiro y, por lo tanto, de los éxitos del conjunto. 




 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XLIII





Equipo improvisador vale por dos

Quizá vaya siendo hora de hablar de baloncesto- Por cierto, no sé si hacer deporte “individualmente” habilita para echar unos tiros en uno de esos parques que siempre están vacíos o si la conquista se circunscribe al jogging, al footing o a lo que solíamos llamar correr. Yo lo intentaré el primer día, ya lo aviso. Sanitariamente no creo que haya problema, el próximo domingo habrán pasado cincuenta días sin que nadie, salvo perros (y no se infectan), haya pisado una cancha de baloncesto. Eso sí, espero que a nadie más se le ocurra. Esta vez ya pueden venir los mayores armados con navajas que no me pienso mover.

Pero hablemos de baloncesto, les decía. Aprovechando que un amigo me pidió ideas para compartir con entrenadores de su club, me dio por discurrir un poco, algo que no sale fácil toda vez que el mundo se ha visto reducido de golpe a las cuatro paredes de la casa y a las 17 pulgadas del monitor. Estas fueron tres ideas que me vinieron a la cabeza.

En cuestiones técnicas, también artísticas, cuanto peor es el modelo peor es la copia, aunque existan posibilidades de que la copia supere al original, como el alumno puede superar al maestro. Ello para empezar a utilizar los medios audiovisuales en los entrenamientos de técnica individual y ajustar los gestos a enseñar a los parámetros anatómicos de cada jugador. No enseñen vídeos de Chris Paul a su cadete de 1,92, ni intenten enseñar gestos de Kevin Durant a su base jugoncete. Simplemente, no es lo mismo.

X + Y Z Es decir, para llegar al punto final de un proceso de enseñanza no creo en la segmentación del mismo ni en las fases transitorias que muchas veces pueden ser contraproducentes y contradictorias. En mi opinión el primer paso para hacer bien Z es hacerlo mal, muy mal, rematadamente mal. Así fue también el primer ensayo del musical El rey león o del último directo del Circo del sol. Pondré un ejemplo: para que un jugador sea efectivo en situaciones de “spot up” o recepción con ligera ventaja (posicional, temporal o espacial) el paso previo no es enseñar a parar el balón, subirlo por encima de la cabeza, mirar, pivotar,… Si queremos jugadores que tomen rápidas decisiones antes de tener el balón en sus manos tendremos que mejorar su capacidad de percepción/análisis intuitivo y trabajar únicamente con herramientas que sean compatibles con la velocidad de juego que exige el baloncesto actual: ejecución rápida de tiro, pase extra o puesta del balón en el suelo con múltiples recursos, incluido el paso cero. Y convivir con el error, primero en entornos no estresantes y luego, por supuesto, también en competición. 

De la concentración de la culpa a la difusión de la responsabilidad. Creo que como entrenadores tenemos que determinar qué clima queremos que reine en nuestros entrenamientos. Si toda la carga del reproche, en la medida en que la corrección se produce siempre sobre un error por alejamiento de la acción de un jugador sobre el plan previsto, cae sobre el infractor, crearemos equipos jurado. De ahí que siempre que una acción del juego no desemboca en una acción positiva me guste poner el foco en la reacción, en la falta de creatividad de quienes asistieron a ese alejamiento del plan previsto y se quedaron paralizados, cuando no culpando al compañero. En mi opinión, los grandes equipos de la historia fueron grandes improvisadores sobre la base de un guion. Creo, además, que esta es la principal característica de un equipo imposible de analizar o “scoutear”, el grado de improvisación, no la modificación sistematizada de 90 jugadas.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS.

De vuelta de los campus





Tengo muchos motivos para seguir acudiendo cada verano a diferentes campus. En todos ellos, de manera más o menos casual, coincido con buenos amigos (el concepto de amistad es más laxo cuando se trata de basket, nos basta con respetarnos cuando hablamos de baloncesto), me reencuentro con chavales –sí, aunque no sean los mismos reencontrar es la palabra exacta– cuya ilusión aún no se ha visto corrompida y entreno a mi cuerpo, entre otras cosas por el modo en que se alargan las reuniones nocturnas, para lo que le espera durante la temporada. Tras tres semanas casi consecutivas, agradezco el parón pero, al mismo tiempo, echo de menos la pista y la enseñanza, también las bromas que nos cruzamos, muchas de ellas ácidas, sobre esto que, no sin cierta sorna, llamamos profesión.

Este año, además, concretamente durante el Campus Gigantes que tuvo lugar en Valladolid, sufrí una suerte de revelación. Una epifanía que me ha llevado a replantearme el modo tradicional de enseñanza, basado, por más que se debata (acompáñenme, si no, por los colegios de cualquier ciudad), en la adquisición de una serie de herramientas motrices relacionadas con los tres elementos que definen el baloncesto respecto a otros deportes: el bote, el pase y el tiro. Toda una putada para los chavales, cuya mano es infinitamente más pequeña que la del balón y su musculatura se encuentra aún por desarrollar. Toda una aberración desde el punto de vista del cuidado de la autoestima, por más que haya que sembrar sin pensar en el fruto, por más que crea firmemente en la idea de plantar árboles que no veremos crecer.

Todo lo que hacen los jugadores pequeños es compensar su falta de fuerza con gestos que el día de mañana habrá que borrar de su memoria muscular (giro de caderas, que conduce a rodillas mal alineadas, y hombros, apertura exagerada y posición heterodoxa de los pies, manos demasiado juntas en el balón,...). Cuando lleguen a tener un cuerpo de adulto su tiro será totalmente diferente (un gran entrenador de tiro les pedía quedarse cortos, pero tirar bien. Quedarse cortos, repito), y lo mismo sucederá con cada uno de los fundamentos, viciados de origen para no sufrir el ostracismo, el aislamiento social que sufre el que no es hábil o diestro a juicio de los demás (menos mal que somos libres). Menuda putada, insisto. Con la cantidad de cosas que podrían aprender –tocar el piano, hablar idiomas, relacionarse,…– mientras van de cono en cono adquiriendo una coordinación excesivamente específica que, en el mejor de los casos, les podría servir para imitar el caminar de un borracho.

Ello por no hablar de lo que les ocurre a los jugadores grandes. Incapaces de poner un balón en el suelo sin que sea rapiñado por los hambrientos roedores en esa selva de características evidentemente darwinianas en que se convierte, demasiado pronto, la cancha. Niños que tienen que hacer un esfuerzo enorme para mover palancas excesivamente amplias sin tener la fuerza necesaria en el otro extremo de las mismas. Niños que llegan tarde a todo porque mientras accionan el movimiento de echar a andar, o a correr, los demás ya han llegado a la otra pista. Para eso que les compren entradas a pie de pista en el Staples.

Luego te encuentras con que apenas cuatro o cinco gatos contados llegan a selecciones sub 16 o sub 18 después de haber sido los mejores en minibasket. Y con casos bastante habituales de chicos, más chicos que chicas, que empezaron a jugar hacia el final de su adolescencia (Embiid, Willy, Raúl Pérez, sí, el tirador) y que llegaron a dominar las herramientas antes mencionadas en muy escaso tiempo Y te llenas de argumentos para retrasar el inicio de la competición, como ya hacen en algunos países avanzados como Canadá donde insisten en el "learn to train" y el "train to train", o para invertir el tiempo que dedicamos a la técnica y a la táctica individual (y hasta para cambiar el nombre de estos tecnicismos), priorizando la práctica de la intuición, de la inteligencia espacial, del ingenio en la búsqueda de soluciones, sobre los conceptos que, a veces sin darnos cuenta, empezamos a implantar reduciendo el vasto número de posibilidades que encontraría un niño si en vez de un mapa del mundo le enseñáramos eso, el mundo.




Urge sustituir el concepto por la metáfora (la puerta atrás es una colleja al defensor despistado o una palmadita por lo bien que lo ha hecho). Hay que celebrar el error como si fuera un triple sobre la bocina en vez de ser conservadores para intentar ganar el partido del próximo domingo, aunque sea la final del Campeonato de España mini en San Fernando, pidiendo pases de pecho o consumir las posesiones. Hay que eliminar el sesgo pavloviano con el que seguimos educando (silbatos, conos, rutinas,...) en la búsqueda de un silencio absoluto, un orden perfecto, un juego que se ajuste a las categorías que llevamos preconcebidas, reduciéndolo a algo tan infinitamente pobre en comparación con lo que podría llegar a ser que me doy hasta vergüenza a mí mismo por haberlo hecho tantas veces (y las que vendrán).

Y volveré a los campus, claro, a verme de nuevo con los viejos amigos, a reencontrarme con los jóvenes aún enamorados del baloncesto. Eso sí, si me dejan, y aunque no me dejen si consigo que siga grabada en mi piel esta sensación que apenas me deja escribir, la próxima vez lo haré diferente. Al menos pretendo celebrar como un gol por la escuadra el pase que termine en la grada buscando una línea de pase que yo no vi. Que no nos jugamos la vida en cada partido, coaches. Que seguimos sin gobierno y aquí no ha pasado nada. 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS. 

La delgada línea roja





Muchos entrenadores, entre ellos algunos amigos míos, conocen por estas fechas el equipo que entrenarán durante la temporada. Su principal aliciente, en la mayor parte de los casos, es dirigir al conjunto con mayores posibilidades deportivas, el que parte con mayores aspiraciones en la competición autonómica, el que, tal vez, bien entrenado y no exento de fortuna, puede llegar a jugar un campeonato de España: un bonito reto, no cabe duda.

A partir de ahí se interesan por el funcionamiento global del grupo, por el bagaje técnico-táctico, la capacidad física de cada uno de los individuos. También por la metodología de enseñanza-aprendizaje que con ellos se ha seguido con vistas a mantenerla (y ahorrar “costes” de transacción) o renovarla (aportando un elemento nuevo de motivación). Solo unos pocos se interesan por cómo van sus estudios, cuáles son sus otras aficiones, cuál es el perfil de sus padres, cómo se trasladan al lugar de entrenamiento, en qué momento se encontraron con el baloncesto o su historial de lesiones, esas que siempre dejan una huella, ya sea física o mental.

Lo sé porque me ha pasado, porque yo he sido ese entrenador únicamente preocupado por el aspecto deportivo, un científico absorto tras la lente de un microscopio que ignora que fuera de su edificio se está produciendo un tsunami. Yo he sido el primero que ha corregido detalles técnicos e ignorado demandas emocionales mucho más serias o relevantes. Yo he intentado entrenar con métodos cuasi profesionales a chicos que nunca lo serán.

Y no está mal, no quiero decir eso. Creo que “las cosas bien hechas bien parecen” y que el compromiso con la inalcanzable perfección, sin obsesionarse, es un buen punto de partida, siempre que se disfrute del proceso y siempre que esa búsqueda abarque también aspectos extradeportivos. Creo, eso sí, que una temporada tiene que dejar un recuerdo imborrable por la calidad de las conexiones que se establecen entre los individuos, calidad que bien puede medirse a partir de la nitidez con que la memoria fabrica y conserva los recuerdos. En junio de 2019 prevalecerán los resultados; en junio de 2045 la atmósfera, las anécdotas, una enseñanza concreta.

Todo esto al hilo de una reflexión sobre el futuro del baloncesto de cantera y su supervivencia en un contexto de cada vez mayor competencia por el bien más preciado de todos: el tiempo. Los jóvenes tienen que repartir su agenda entre actividades que les serán objetivamente útiles en el futuro (o eso creemos) como la programación o los idiomas, las tareas escolares, vocaciones de tipo artístico cuya enseñanza está mucho más individualizada (pintura, música), una oferta de ocio multimedia muy atractiva y sus necesidades de socialización, apenas cubiertas durante el recreo, los descansos entre clases y la salida del instituto que el baloncesto, es cierto, ofrece de un modo supletorio. 

Con esto no pretendo decir que debamos mercadear con nuestros valores, negociar con todo aquello que siempre nos ha caracterizado, llámese esfuerzo o disciplina. Es más, creo que ellos nos ayudarán a singularizarnos y hacernos visibles en medio de esta tómbola. Sin embargo, no creo que esté de más hablar en voz alta sobre la delgada línea roja en la que nos movemos, siempre a caballo entre la educación y la competición, aunque no sean términos opuestos ni antónimos.

Las posibilidades de que un jugador de una ciudad media llegue a ser profesional son objetivamente pequeñas, no tengo los datos. Sin embargo, los entrenadores, educados desde el prisma de las grandes ligas, ignoran este hecho y simulan rutinas que han visto en los equipos que salen en la tele, el comportamiento y la actitud de técnicos que se juegan el sueldo en cada partido: calcan sus estilos de comunicación, la estructura de sus rotaciones, el diseño táctico (para que la acabe jugando el bueno),… Eso nos funcionará un tiempo, no digo que no, la sociedad es competitiva y la mayor parte de los padres comparten con nosotros esta herencia de querer ganar hasta a las chapas, pero tiene fecha de caducidad.

Si no hacemos de la experiencia deportiva algo mucho más transversal, si no conectamos con los jugadores en un nivel de profundidad mayor convirtiéndonos, en función de sus características y demandas, en una suerte de mentor responsable y distinguido (distinguido, digo, por su talla moral), no tendremos nada que hacer. Si nuestros equipos siguen pareciendo malos equipos de la NBA, y entrenando como tales, el aliciente que ofreceremos dejará de ser suficiente.

Ojo, esto no es una llamada a la revolución, a la introducción de complejos mecanismos didácticos o psicopedagógicos. Todo lo contrario, si algo reclamo es simpleza, un regreso a esa arcadia que en cierta medida fue el deporte en los ochenta y noventa en cuanto que actividad esencialmente lúdica, origen de amistades imperecederas y refugio indestructible frente a las adversidades sentimentales, académicas o familiares.

Solo si formamos parte de la solución, si los chicos encuentran un motivo poderoso para asistir (mucho más poderoso que el compromiso o la responsabilidad) el deporte de cantera seguirá siendo la elección de nuestros jóvenes para las tardes de invierno y de verano. Pongámonos a ello o será tarde. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Su asignatura favorita (I)




Cada vez que me proponen dar una charla o participar de algún proyecto de formación de entrenadores, la primera reacción pasa por poner en tela de juicio mi propia capacidad para ello –en mi currículum no hay grandes victorias ni méritos semejantes. Sin embargo, no mucho después, acepto la propuesta poniendo de relieve, por encima de las dudas, la oportunidad que la elaboración de una exposición supone para quien la realiza.

En este caso, y aunque sin poder entrar aún en detalles, me encuentro preparando una pequeña ponencia sobre el diseño de una sesión de entrenamiento en categoría de minibasket, algo que pudiera parecer baladí, pero que, en realidad, es una cuestión básica a la que deberíamos prestar mucha atención. Y es que el entrenamiento es al jugador (y al equipo) de baloncesto, lo que el proyecto a un edificio o la receta a un plato de cocina, es decir, la base de su futura mejora y de los resultados que de ella se deriven. No en vano, preguntados numerosos entrenadores norteamericanos especializados en edades de formación, resaltaban como uno de los principales errores que habían observado entre los técnicos más jóvenes la falta de planificación, “the lack of purpose” de cada ejercicio en el conjunto de un entrenamiento y, peor aún, en el conjunto de un mesociclo o temporada.

Sin embargo, antes de plantearnos un esquema de sesión, el reparto de los tiempos, la fijación de los objetivos, o de dotarnos de una batería de ejercicios en función de estos propósitos, creo que debemos reflexionar sobre unas cuestiones preliminares que no son en absoluto peregrinas, pues de ellas pueden depender nuestro estilo de entrenar, la forma de comunicarnos con los jugadores, la ponderación de los diferentes conceptos a enseñar o la filosofía misma de un equipo. Todas ellas, aunque estaban latentes, han surgido en medio del proceso creativo en el que me hallo inmerso. Si las dejo por escrito es porque al materializarlas cobran una nueva dimensión y se quedan fijadas con más claridad en la memoria. Si las comparto no es porque crea que tenga algo nuevo que aportar, sino, más bien al contrario, porque entiendo que puedo hacer partícipe con ello a gente con mucha mayor experiencia que yo. En cualquier caso, si grito al aire es porque me importa el baloncesto, su entrenamiento y la formación que las nuevas generaciones reciben a través de esta, su asignatura favorita.

1. Entrenamos poco. El baloncesto ya no es la más importante de las cosas poco importantes, sino un complemento de toda una panoplia de actividades que preparan al niño para ser un trabajador o empresario exitoso, olvidando que muchas de las claves de este presunto éxito dependerán en mayor medida de valores y competencias que el deporte les puede enseñar que de los conocimientos concretos que hoy puedan adquirir. Entrenamos poco, además, en la era de la historia en la que los niños exploran menos sus habilidades atléticas a través del juego en el patio o el parque.

2. Entrenamos en condiciones muy precarias, a horas intempestivas (recién salidos del comedor o demasiado tarde, cuando los niveles de energía están por los suelos), con una ratio muy elevada de jugadores por entrenador y, cuando hablamos de colegios, con numerosas inferencias de las estructuras suprayacentes. Rara vez habrá un balón por jugador. Tal vez ni siquiera dos canastas a la altura reglamentaria.

3. No están los mejores. USA Basketball definió en su guía para entrenadores de baloncesto, el período que va entre los 9 y 12 años como la fase “fundacional” (foundational), la época de la trayectoria vital del jugador en la que este debe aprender a entrenar (higiene, concentración, capacidad de esfuerzo,...) y asentar, al mismo tiempo, las bases psicomotrices y técnico-tácticas sobre las que luego se ha de incidir. Sin embargo, sin ánimo de ser excesivamente crítico al respecto, creo que demasiadas veces nos encontramos con prácticas que deberían figurar en el apartado “lo que no se debe hacer”. Todos hemos sido osados ignorantes, pero al menos hay que intentar conocer los fundamentos. Frente al relativismo buenista que asegura que no hay verdades absolutas en una materia tan abierta como el entrenamiento deportivo, yo sí creo en la ortodoxia, en la tradición, aunque luego, desde un conocimiento profundo de ambas, podamos ser creativos y construir nuevas teorías. Ojalá, como clamaba Vittorio Gasman tuviéramos dos vidas, una para ensayar y otra para actuar. A cambio tenemos libros, vídeos y entrenadores con experiencia cerca. Acudamos a ellos con curiosidad, humildad y mente abierta.

4. Hemos renunciado a la exigencia. Como seres autocomplacientes que somos, como borrachos de las modas que a nivel discursivo se han impuesto, hemos olvidado que esto va de sacrificarse, de jugar por encima de las posibilidades, a veces con dolor. Alejemos nuestros umbrales de exigencia de nuestro punto de partida y, predicando con el ejemplo, exijamos también a nuestros jugadores. El buen deportista, el de verdad, la demanda. El mal jugador no la soporta. Hecha está la tan necesaria criba, no entre buenos y malos, sino entre deportistas y no deportistas.

5. No se planifica. En edades de minibasket la competición debe ser un aliciente, no una meta. De ahí que los entrenadores deban concebir su tarea más como la de un educador que la de un preparador en sentido estricto. El entrenador es un maestro que debe enseñar competencias, valores y contenidos que pueden ser fácilmente categorizados y catalogados en dos ejes –jerárquico el de las competencias y valores, y de complejidad creciente el de los contenidos– que respondan, a su vez, a las necesidades individuales de cada jugador. En fin, sé que estoy pidiendo mucho. Bastaría con que se eligiera para la enseñanza de un concepto los ejercicios apropiados. O con que quienes están empezando se formaran y preguntaran, en una actitud de honestidad que siempre contará con nuestro aplauso, a los que más saben.


Es cierto, el baloncesto no aparece en los currículos oficiales, es una actividad escasamente valorada y muy pocos de los jugadores que entrenemos contarán con la capacidad de ser profesionales en un futuro. Sin embargo, cuando nos enfrentamos a esta tarea y a diez, doce o quince niños expectantes, conviene recordar que gran parte de ellos no acude a pasar el rato o cumplir con la obligación que le han puesto los padres, sino a aprender y a ser cada día mejores en su asignatura favorita.  

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Al Salir de Clase (VI) En el mismo sitio





El mismo skyline irregular peinando el cielo. Las mismas luces encendidas incitando a la indiscreción. La misma oscuridad envolviendo al resto de la ciudad en la tiniebla. Sí, Valladolid de nuevo. Sí, curso de entrenadores otra vez. Como si no hubiera pasado el tiempo.

Así, mientras en Londres se preparan para ser la llama que ilumine al mundo durante los próximos dieciséis días, aquí en el curso la mayor parte de mis compañeros ha optado por cobijarse entre las sábanas para recuperar fuerzas y prepararse para lo que se avecina mañana en forma de doble jornada.

La de hoy contó con la presencia de Evaristo Pérez, el entrenador burgalés que acaba de conducir al triunfo en el Eurobasket a la selección sub 16 femenina. Con un discurso cargado de coherencia nos habló sobre la detección y la formación del talento, sobre el procedimiento que está llevando a la FEB a alcanzar victorias en la mayor parte de campeonatos en los que participan sus selecciones. Lo hizo sin desdeñar su parte del mérito, el de cohesionar al grupo y extraer el máximo de su talento. Lo hizo, ante todo, agradeciendo la labor de los clubes en el proceso de formación de estos jugadores.

Es éste, el del talento, un tema que dará para futuros posts y temas de debate. Permitidme un tiempo para reflexionar sobre ello, para tratar de entender en qué consiste el talento, cómo se puede desarrollar y en qué medida este desarrollo puede ir en contra de otros objetivos de tipo grupal o formativo. Mientras tanto, y en referencia a la asignatura de Reglas de Juego que también estaba programada para hoy, me gustaría escribir sobre la esquizofrenia en la que nos hallamos, jugadores, entrenadores y árbitros, a la hora de interpretar un reglamento que, aun intentando ser concreto, peca de ambigüedad. Así, entre detalles que definen matices y matices que determinan la validez o irregularidad de una acción, el entrenador ya no sabe qué enseñar, el jugador a qué atenerse y el árbitro qué cojones pitar.

Así, y hasta que no nos pongamos de acuerdo, las diferencias de criterio acabarán derivando en una especie de lucha gremial que no le hace ningún bien al baloncesto. Sirvan estas palabras como llamada al sentido común. Fijemos unos criterios, nos gusten más o menos, y apliquémoslos con rigor. No defendamos una cosa y la contraria. No enseñemos acciones no reglamentarias y, claro, no sancionemos como ilegales, acciones perfectamente lícitas. 



Cambiando de registro, he de decir que la tarde también dio de sí. Cuatro horas con Felipe Martín nos hicieron reflexionar sobre los estilos de mando y sobre los tipos de feedback o retroalimentación que puede utilizar el entrenador para con el jugador. La receta viene a ser la misma de siempre: “dar a cada uno lo suyo” o “cada cosa a su momento”. Y si para hablar de talento os pedía unos días, tal vez necesite lustros o décadas para reflexionar, comprobar y acabar perfilando, de esta manera, una metodología que se adapte a todos aquellos inputs que, en base a mi personalidad, siempre irán conmigo, y que pueda ser tan flexible como para ser eficaz en las múltiples circunstancias a las que me enfrentaré en un futuro (cualidades del equipo, tipo de competición, personalidades de los jugadores,...).

Lo decía Evaristo. En un deporte tan cambiante como el baloncesto los entrenadores no podemos dejar de correr para seguir siempre en el mismo sitio. En esto consiste la labor del profesor-entrenador y el que no lo quiera aceptar que se baje del barco. Jugamos con material muy sensible. Comportémonos y estemos a la altura. Seamos, como está diciendo ahora mismo Jacques Rogge, presidente del Comité Olímpico Internacional, un ejemplo.

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Al salir de clase V. Lo que pasa en Pucela







Ya no quedan luces encendidas en el vecindario de enfrente. Hace largo rato que las chicharras cesaron en su canto. Han pasado horas desde que se fueron los búhos a dormir. Esta vez no tuvo la culpa el baloncesto. El motivo de que sean las cuatro y cuarto de la madrugada es que Valladolid la nuit nos atrapó entre sus bares y discotecas al ritmo de salsa y música electrónica, bajo el elixir más eficaz para hacer perder el norte a un hombre, una bella mujer.

Pero como es tarde paso de contaros el cuento de siempre, el que empieza con un “había una vez” y concluye con un “no” como respuesta. Y es que lo que pasa en Pucela se queda en Pucela y, por tanto, optaré por ahorraros todos los detalles del proceso.

No escatimaré, en cambio, a la hora de agradecer la implicación del que fuera entrenador del C.B. Valladolid al final de la pasada liga, un Roberto González que se dejó el alma en cada explicación y que, a cada variante propuesta por alguno de nosotros, respondió con seguridad y de manera lógica, concisa y con argumentos. Gracias a él creo tener asentados varios de los fundamentos colectivos de defensa que manejaba de manera sucinta y un tanto confusa. Ahora, el domingo tendré que demostrarlo, creo poder orquestar una defensa con las suficientes variantes y con las claves precisas como para poner en dificultades a cualquier ataque. Claro, durante unos segundos. Claro, en unas pocas jugadas. Hasta que el jugador del otro lado del tablero proponga una nueva alternativa. ¿Es esto secuestrar el baloncesto? Pues yo pienso que no.

Y no se trata de un doble discurso, de renuncia a unos principios o de dar marcha atrás. Creo que la táctica enriquece al juego pues al mismo tiempo que pone en dificultades al jugador le ofrece salidas a las mismas. Me gusta menos el “pásala allí, luego mano a mano y después lo que sea”. Me gusta más el “estate atento a esta situación y decide en torno a tus cualidades técnicas, la noción del baloncesto que te han enseñado de pequeño, las características de tus compañeros y las cualidades de los rivales”. En ese caso estaremos jugando al baloncesto y no cumpliendo meras órdenes de manera automática, repetida y aburrida, por qué no decirlo, para el espectador.

En el baloncesto, como prácticamente todo en esta vida, el qué no es el todo. Importa también el camino, el proceso. La metodología, una asignatura a la que dedicaremos diez horas (es la asignatura con mayor carga lectiva), es fundamental para alcanzar los objetivos propuestos. De momento, a falta de que desarrollemos las siguientes sesiones (la próxima en apenas cinco horas) hemos iniciado varios debates sobre la posibilidad de plantear ejercicios con tareas abiertas o cerradas o utilizando diversas fórmulas de cooperación u oposición. Sin embargo, a pesar de que la metodología implica hablar de medios y herramientas y no de fines, yo entiendo, a expensas de que me pueda llegar a convencer Felipe Martín, el profesor, de todo lo contrario, que cualquier metodología es buena siempre que funcione.

Esperando vuestras contribuciones al debate me despido de vosotros mientras cierro esta ventana indiscreta desde la que me he abierto al mundo todos estos días. Puede que mañana vuelva a abrirla, pero también es posible que la preparación de los exámenes del domingo me deje sin tiempo para ello. Por ello y por si acaso: Buenas noches y mejor suerte.

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