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Nada de nadie





En el arte pictórico y escultórico, también a nivel político y filosófico, es habitual que surjan escuelas, líneas de trabajo y pensamiento que se encauzan e incardinan a partir de la figura de un maestro. Un maestro, generalmente de edad avanzada que, sintiéndose agraciado por haber acumulado múltiples dones, entiende que la mejor manera de culminar su presencia en este mundo es compartirlos con sus alumnos o discípulos. Éstos, a su vez, transmiten y actualizan el legado presumiendo de la procedencia de este saber esotérico y, sin duda alguna, cualificado.



Sin embargo, en la enseñanza, la literatura (a pesar de los talleres y de los libros de encargo que no te cuentan nada nuevo), también en el cine (hasta que alguien me desmienta) y, por supuesto, en el mundo del entrenamiento deportivo, aunque existan líneas de trabajo conjuntas y profesores generosos con los que estamos empezando, predominan posturas de corte individualista, un cierto celo, en definitiva, a hacer extensibles métodos que han sido el fruto de muchas horas de trabajo, frutos que, por esto mismo, no deben ser vendidos al mejor postor o, peor aún, caer en manos inexpertas que los moldeen con torpeza haciéndoles perder su sentido.



Lógicamente, en el siglo XXI la información ya no transita por canales tan rudimentarios (y románticos) ni se alimenta únicamente de las fuentes sabias y expertas de los eruditos. Ahora es fácil acceder a la información, encontrar modelos de ejercicios, hablo de baloncesto, y planteamientos filosóficos en abstracto. Sin embargo, después de mucho rastrear en la web puedo aseguraros que pocas fuentes incluyen respuestas a alguna de las preguntas más básicas que todo entrenador debe formularse cuando está empezando. Es decir, qué, cómo, cuándo, para qué y por qué. Especialmente estas dos últimas, las claves en definitiva de un proceso que debe tener una sistemática y una lógica interna, aunque luego se lo vendamos a los jugadores de una manera atractiva gracias a esa facultad tan poco extendida que es la creatividad.



Pero no todo tiene que ver con el celo del poseedor del grial, con las resistencias a hacer público el saber acumulado durante años de estudio y aplicación. Comparten, compartimos, la culpa todos aquellos aquejados por ese mal tan común de este y otros tiempos, de esta y otras edades, que es la falta de humildad, el engreimiento que, revestido de intrepidez, nos lleva a elaborar afirmaciones tan necias como “qué me van a contar que no sepa” o “si a esto puedo acceder fácilmente a través de Internet”.



Sea como fuere, en Salamanca, ciudad de provincias donde las haya por mucho que su universidad presuma de excelencia y carácter internacional mientras imparte clases magistrales de dudoso valor e implanta “el método de Bolonia” a pedradas, los que amamos el entrenamiento en baloncesto estamos de enhorabuena.



Durante el pasado fin de semana, el Club Baloncesto Tormes, referencia en el ámbito masculino dentro de la ciudad, organizó unas charlas que incluyeron la presencia de entrenadores consagrados con currículums que hablan por sí solos. No dejan de ser charlas magistrales, pensadas para el entrenamiento en formación, con un modelo un tanto cerrado que coarta en cierta medida la participación activa del auditorio (ya saben, preguntas al final), pero, aun así, qué afortunados fuimos de poder estar allí, aprendiendo de todos ellos, observando las grandes líneas de su mensaje, pero también los pequeños detalles, no tanto los qués, sino los cómos.



Especialmente interesante, al menos desde mi punto de vista, fue la sesión monográfica que José Manuel Beirán, plata olímpica en Los Ángeles, nos impartió sobre el fundamento más importante del baloncesto de siempre y, más aún, del actual: el tiro. Los hombres altos son cada vez más altos, los defensores cada vez más rápidos, los scoutings cada vez más minuciosos y, sin embargo, o por esto mismo, los grandes tiradores siguen teniendo un hueco privilegiado en las plantillas y en los sistemas ofensivos de los equipos de baloncesto. El tirador, además, es una rara avis, una especie en peligro de extinción que debemos cuidar, aunque sólo sea por hacer del baloncesto un deporte más diverso. 





Pero no se terminaron las buenas noticias para quienes aún creemos que está todo por hacer. El C.B. Santa Marta organiza, el próximo 1 de marzo, un taller con el sugerente nombre de “Desata el talento de tu equipo”. Como es bien sabido, dominar el arte (oficio, práctica, trabajo, como queráis) del entrenamiento rebasa los ámbitos de la preparación física, técnica y táctica. Trabajar la mentalidad de los jugadores, controlar la dinámica del grupo, saber llevar los tiempos y encontrar lugares de encuentro con la plantilla son cualidades que todo buen entrenador debe conocer y, en la medida de lo posible, dominar (pincha en la imagen si quieres acceder a más información).

http://www.cbsantamarta.es/index.php?option=com_content&view=article&id=383:desata-el-talento-de-tu-equipo&catid=7:ias&Itemid=2




Agradeciendo a ambos clubes el que nos brinden esta oportunidad, me despido lanzando un último ruego, una llamada a la colaboración entre todos los que nos dedicamos en mayor o menor medida al mundo del baloncesto para generar un estado de armonía y cooperación que, sin necesidad de pasar por el filtro de asociaciones o clubes, repercuta en una mejora generalizada de la calidad de los entrenamientos. Nuestros jugadores, aunque no siempre lo expresen o, aunque, incluso, no se percaten, nos lo agradecerán.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Dos años, un CLUB.







En la Santa Marta de ni tren ni tranvía, en este bebedero del río Tormes en el que las malas lenguas dicen, se bebe de todo menos agua, existe un club de baloncesto que sobrevive, oh milagro, a la omnipresente crisis económica estirando el valor del euro a base de sangre, sudor y lágrimas. Así lo acreditan mis presencias en la sede durante estos dos años en los que he defendido sus colores desde dentro. Allí, en unas oficinas separadas unos cuantos escalones, nunca los conté, del suelo, padres y madres consumen sus horas de ocio entre papeles, fotografías y ordenadores que hacen las veces de estufa durante el invierno. Se hacen llamar directivos por no presumir de lo que realmente son. Currantes.



Pronto, no sólo a través de estas impúdicas visitas que realizaba casi siempre para pedir, ya fuera información, ayuda o soldada, descubrí que detrás del armazón institucional y simbólico de la entidad se escondía una filosofía bifaz basada en el binomio baloncesto y niños. No por casualidad es el Club de Baloncesto Santa Marta el que menor cuota exige a los padres de los jugadores y jugadoras en toda la región. Porque practicar el baloncesto de manera competitiva no ha de ser un privilegio al alcance de unos pocos, ni siquiera una dolorosa punzada en los riñones de las economías domésticas.



Pero no se trata sólo de pagar poco, sino también de competir y pasear el nombre de la ciudad por toda Castilla y León. Y poco faltó este año para que las infantiles (las “infantilas”, como se hacían llamar) del club desfilaran de rojo y negro en el Campeonato de España de Lanzarote. Su tercer puesto en el campeonato regional, además de un logro histórico para el club, anuncia años de bonanza para la sección femenina. Y es que las chicas reivindican su lugar dentro de un mundo marcado por las emes del mercado y el machismo.



Más oscuros se ciernen los cielos para los chicos. A escasos metros del Pabellón Municipal se levanta el estadio de fútbol Alfonso San Casto donde juega sus partidos como local el Tercera División y, también, varios equipos de cantera que aspiran, cual agujero negro, a muchos de los mejores atletas de la localidad. Además, en la capital salmantina, el C.B. Tormes, equipo con plataforma en EBA, cuya dirección técnica reposa, además, en manos experimentadas, se presenta como una dura competencia que expide, por acción u omisión, jugosos pasaportes para que los chicos de Santa Marta cambien sus colores. De hecho, lo reconozco, nada me dolió más que ver cómo cuatro preinfantiles renunciaban a seguir creciendo en el club para apuntarse a un carro, el del ganador que, por cierto, y a modo anecdótico, descarriló.



No dejan de ser lecciones. Lecciones, procedentes muchas de ellas de los conocimientos y experiencias de grandes profesionales. En el primer año, sobre todo, de José Ignacio Iglesias Martín, Nacho para todos los niños y niñas que aprendieron a tirar gracias a él. Nacho, también para mí, afortunado discípulo que, recién llegado, recibió la grata noticia de saberse su ayudante. Lo supe a través de Isidro Álvarez, uno de los grandes responsables de la progresión del club en términos técnico-tácticos, un entrenador empeñado en hacer de cualquier entrenamiento y partido un homenaje al baloncesto más puro. Su salida, en busca de nuevas perspectivas y retos, parecía dejar un vacío difícil de cubrir.



Pero no fue así. No porque Pedro S. Torrecilla se puso al frente y asumió el relevo. Su presencia se multiplicó de tal manera que siempre sabías que podías contar con él para lo que fuera necesario. De él me llevaré para siempre la meticulosidad con que analiza cada detalle, el modo en el que aprovecha los ejercicios para trasladarle a los jugadores su manera de entender el juego. Pero si un mérito es atribuible a su labor, ése es el de hacer del elenco de entrenadores una pequeña familia. Pablo, Jorge, Eva, Luismi, Tomás, Fran, también los que llegáis ahora Manu y Víctor, sabedlo bien, quedáis al frente de una gran responsabilidad. Seguid disfrutando del entrenamiento, enseñando y aprendiendo de los chicos y honrando en cada planificación, preparación de entrenamiento o partido, el orgullo que supone formar parte de este club.



Hablando de nombres no me gustaría olvidarme de mencionar el de Manuel Santos, verdadero valedor de este proyecto. Con su ejemplo pone en duda la veracidad de aquellos versos del cantante que dicen “las obras quedan, las gentes se van”. Pasarán los años, crecerán sus hijos, cambiarán los tiempos y, sin embargo, el baloncesto en Santa Marta seguirá llevando su sello personal. Ojalá no le abandonen nunca las fuerzas porque sin él los cimientos de estos muros podrían resquebrajarse en cualquier momento.



Me llevo infinitos aprendizajes, las alforjas llenas de viajes, sonrisas infantiles y experiencias inolvidables y, aunque nuestros caminos se separan, no me importará seguir siendo el cronista de los logros improbables (no por falta de talento, sino por las trabas que debe superar) de un club inverosímil que sobrevive gracias al esfuerzo diario y lleno de fe de quienes apuestan por ese binomio que es su filosofía, por la felicidad de los chicos practicando el baloncesto. 

Ahora unas cuantas imágenes...

Primer campus organizado por el club en el que participé. Junio de 2011.



Último partido del grupo infantil masculino. Temporada 2011-2012



Después del último partido del grupo cadete. Temporada 2011-2012


Padres, madres y entrenadores frente al Ayuntamiento de Santa Marta reclamando justicia (¿Enamorado del deporte equivocado?)



Carrera solidaria en enero de 2013. Me faltó muy poco para subir al podio. 


Junior 2012-2013. Casi no llego a la foto (y falta Jesús, el Duque de Béjar)



... y un vídeo en cuya elaboración tuve el placer de participar junto al gran ideólogo y productor Pedro S. Torrecilla.



UN ABRAZO Y MUCHAS GRACIAS AL CLUB BALONCESTO SANTA MARTA POR ESTOS DOS AÑOS DE BALONCESTO.

Memorias de entrenador (II). El juego






Aquí sigo, pasando a limpio pensamientos, apuntes y notas tomadas durante un año de baloncesto que incluyó 110 sesiones de entrenamiento, 16 partidos oficiales y 10 amistosos. De ello dejan constancia cuadernos, libretas y algunas hojas sueltas. También algunos vídeos. Y si en la anterior entrada me centré en el aspecto psicológico y humano hoy trataré de hacerlo en el juego utilizando, eso sí, la misma fórmula que entonces, es decir, encabezar cada pensamiento con el título de alguna de mis obras favoritas, de cine o literatura.

Doce Hombres sin Piedad. Denle la vuelta al argumento de esta genial obra de Sidney Lumet, calculen el inverso de doce y tendrán resumida la difícil tarea de repartir los minutos, escasos, entre doce jugadores de ambiciones ilimitadas. Introduzcan en el algoritmo una plantilla no confeccionada sobre plano, descompensada por exceso de exteriores y no siempre equitativa en lo referente a la suma de talento y esfuerzo. Añádenle, además, la necesidad de impartir justicia en base a los méritos contraídos durante los entrenamientos. Después de esto tendrán una planilla, un modelo de rotación que el devenir del encuentro pondrá a prueba en forma de faltas personales, jugadores inspirados, o todo lo contrario, y movimientos tácticos del rival. Lo dicho, un hombre pensando por doce y doce pensando por cada cual. Un reto al que se enfrentan numerosos entrenadores cada año. Un reto que algunos no superamos.

Tiempos Modernos. Aunque en la crítica al sistema de producción fordista que presenta Chaplin en esta inolvidable película, se plantea una drástica ruptura con todo lo anterior, en el baloncesto, hablo del juego, algunos axiomas se resisten a envejecer y dejar paso a otros nuevos. Ahora, como antes, los éxitos de los equipos se fundamentan en la labor de dirección de un base y en la presencia, en ambos lados de la cancha, de un jugador interior, en nuestro caso, un alero reconvertido a cinco muy a mi pesar (y al suyo). Cuando los bases se erigieron en puntales de nuestra defensa, cuando controlaron el ritmo, perdieron pocos balones y, además, anotaron, jugamos mejor baloncesto. Cuando nuestro hombre grande cambió tiros, dominó el rebote, puso rápido la bola en manos de los jugadores más veloces y, además, vio aro en ataque, dominamos los encuentros.

Agárralo como puedas. Sé que Leslie Nielsen tiene muchos seguidores. No es mi caso. Me sirvo del título de esta comedia para destacar la importancia del rebote, un apartado del juego que se entrena en una proporción muy inferior a la de su relevancia real. Si a Arquímedes le bastaba con un punto de apoyo para mover el mundo, a un equipo de talento limitado le sobrará con dominar el rebote para disimular gran parte de sus carencias. Así se nos escaparon algunas victorias ante equipos inferiores quintal por quintal. Y mira que insistimos desde el comienzo en introducir una responsabilidad colectiva para esta tarea. A lo largo de mi vida he disfrutado muchísimo viendo a bases implicados en el rebote defensivo cogiendo el balón y mirando rápidamente a la pista delantera para ponérselo en las manos de un compañero sin tiempo, apenas, para que el equipo contrario se repliegue. Pienso en Magic y en Jason Kidd, aunque algunos como Ricky Rubio parecen haber nacido con la lección aprendida. Lo cierto es que no fuimos un buen equipo en esta faceta y lo terminamos pagando en otras. Y es que verse dominado bajo los tableros merma mucho la moral y afecta a la confianza.

El Dios de las Pequeñas Cosas. Arundhati Roy, escritora india nos presentó hace ya más de quince años, la historia de tres generaciones que habitaban en el sur de su país. Yo, en cambio, me limitaré a tomar prestado el título de esta novela para revelaros la grandeza de lo ínfimo y lo esencial del detalle. Ya hablemos de técnica individual, de táctica individual o de táctica colectiva, la ejecución lo es todo. Tanto en el mecanismo de una entrada en pérdida de paso, como en la correcta aplicación del autobloqueo o en el dibujo de una situación final de aclarado o pick and roll, lo principal es la ejecución, la correcta sucesión de gestos bien efectuados, bien aplicados y bien conjuntados. Porque la armonía es necesaria tanto para elevarse, arquear el cuerpo y extender el brazo en una finalización como para jugar con el cuerpo del rival y generarse un espacio para la recepción o para que un sistema salga a la perfección. Y yo, lo reconozco, hastiado en ocasiones por determinadas actitudes y mostrando un talante poco profesional, no fui lo suficientemente detallista. Lo fui en ocasiones, pero no por método. Dependí de una predisposición receptiva por parte de los jugadores y no, un entrenador no puede depender de ello, debe ir al barro todos los días. Aunque sea el único que se manche. Aunque fuera un único jugador el que estuviera dispuesto a aprender.

Aún quedan más conclusiones en la recámara. Un año da para mucho, pero no quiero agotaros con la lectura de mis particulares vaivenes mentales. Yo, mientras, sigo poniendo negro sobre blanco lo que dio de sí. Es necesario.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Memorias de entrenador (I)




Ha pasado un año desde que les escribía desde el otro lado de una ventana abierta en el centro de Valladolid. Ahora, al igual que hace 365 días, con el mercurio amenazando también con rebosar el recipiente, en un modesto cuarto de una agonizante, aunque siempre bella, Salamanca, me siento a cerrar el círculo que empecé a trazar entonces, aunque el círculo, por su perfección existencial, no sea la figura geométrica que mejor defina este año de baloncesto cuyas memorias he de empezar a redactar.



Lo haré, vaya de antemano, porque me lo exigen, porque es requisito indispensable y conditio sine qua non para aprobar el curso de entrenador y obtener otro título con el que llenar mi carpeta, inflar mi currículum, aliviar mi conciencia y, a pesar de ello, seguir siendo igual de ignorante. Y es que en este país, también en otros, hace unos cuantos años, se puso de moda el crear comisiones para no resolver nada y el acompañar con unas memorias el empeño o la desidia, allá cada cual, de un año de trabajo, estudio o jarana. Todo ello siendo consciente, además, de que éstas, aunque fueran redactadas por Gabriel García Márquez o, incluso, si me apuran, aunque incluyeran fotografías del descruce de piernas de Sharon Stone en Instinto Básico, terminarán en la basura sin dar pie, siquiera, a una sucinta reflexión.



Por eso, mientras decido con cuál de las catorce acepciones de la palabra memoria me quedo, y muy a su pesar, amigos lectores, voy a iniciar aquí, precisamente aquí, la reflexión. Lo haré echando mano de los títulos de algunas de mis obras, de literatura o cine, preferidas. Así, de paso, me conocen un poco mejor. Porque para los que hemos viajado, sentido y follado mucho menos de lo que nos hubiera gustado, la vida es también lo que pasa entre que abrimos y cerramos la primera y la última página de un libro o en las dos o tres horas que dura alguna de esas películas cuyo trasfondo e imágenes pasan a acompañarnos para siempre.



Cien años de soledad. Rodeado de los jugadores en un tiempo muerto, en el centro de un pabellón vacío durante una sesión semanal o en el autobús de regreso a casa. A pesar de los ánimos que nunca faltaron y el apoyo, silencioso, de aquéllos a los que les cuesta expresarse con palabras. Da igual. Si de algo me he dado cuenta durante esta temporada es de la soledad que acompaña al entrenador. La soledad y todas sus fieles compañeras.



Ensayo sobre la ceguera. Después de este año entiendo mejor a las mujeres de los toreros, a los maridos de las modelos y a todas aquellas madres que aseveran, con voz firme, que su hijo nunca ha bebido. De todo cuanto sucede en el interior de un vestuario, en los entresijos de una plantilla, el entrenador, más aún si carece de equipo técnico, conoce, siendo generosos, una décima parte. Este año, lo reconozco, cuando atisbé el humo de un incendio, ya ardían las llamas del siguiente. Reaccioné tarde. Y créanme cuando les digo que en el baloncesto, o en la dirección de cualquier grupo humano, no siempre es aplicable aquello del “más vale tarde que nunca” y sí, más bien, aquel otro aforismo que dice “el que da primero da dos veces”.



¿Por quién doblan las campanas? “La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”. De esta prosa poética y devastadora de John Donne extrajo Hemingway el título para su novela. Y en el afán porque no sonaran las campanas, por no dejar cadáveres en el camino, me equivoqué yo. Será por mi moral kantiana, aquélla que me impediría matar a un hombre para salvar a cien (o a mil) porque está mal en sí mismo, o por mi imbecilidad supina, no lo sé, pero lo cierto es que, intentando salvar las almas de todos los hombres herí de muerte al grupo. Por no castigar debidamente la indolencia y la falta de compromiso expedí invitaciones para una barra libre sumamente perniciosa. Apelé al deber individual pensando que el grado de conciencia de un adolescente podía equipararse al de un adulto responsable (que en algunos casos sí) y me di de bruces con una realidad que, mejor o peor, es la que es. Y era mi deber conocerla.



Midnight in Paris. A pesar de todos los problemas mencionados y más allá de que esta temporada con el equipo Junior Autonómico del C.B. Santa Marta no haya sido, en absoluto, fácil, me llevo una maleta generosa en experiencias y vivencias, una buena suma de conflictos de resolución mejorable de los que espero haber tomado nota, y, sobre todo, doce personas de las que, ya fuera de la cancha, conservaré durante toda mi vida un recuerdo imborrable. Ellos pagaron mis errores de principiante, pero quizá, algún día, sobre las tambaleantes estructuras que este año construimos, se erija un edificio que, enhiesto, esté preparado para superar cualquier clase de contingencia. Por eso, porque de los momentos malos siempre se aprende y porque también, no lo olvidemos, hubo pasajes alegres, terminaré recordando esta temporada con el cariño que desde ya me impone la nostalgia.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Y este cuento se acabó






Se evaporan ya las últimas gotas de sudor. Se guardan, hasta nueva orden, los relojes y las flechas de posesión. Se acerca el verano con su parsimoniosa melodía y su vestido de colores pardos. Finaliza el baloncesto de competición y toca hacer un pequeño balance.

Hoy, 20 de mayo, fecha señalada para madridistas (la séptima) y culés (la primera), es también el día en que han concluido las competiciones autonómicas para todos los equipos del Club Baloncesto Santa Marta entre los que se encuentran los dos, el Cadete A y el Infantil, en los que he procurado aportar mi granito de arena. Se da carpetazo a mi primera temporada en la categoría regional, a nueve meses en los que, con total seguridad, me equivoqué más que acerté.

Prefiero achacarlo a ese mal que se cura con el tiempo del que hablaba Jardiel Poncela, a esa juventud que luego tanto se añora por lo inconsciente de sus acciones y lo súbito de sus pensamientos. Algunas situaciones se me fueron de las manos, algunos chicos no progresaron según lo esperado y algunos partidos se esfumaron porque al mando de la pizarra estaba un mal artista que, aunque dibujó lo que quería, no se debió de explicar bien.

El equipo infantil peleó con bravura por cada cancha que pisó. Fue finalista provincial y venció tres encuentros de categoría autonómica, amén de realizar varios cuartos de mucho mérito ante equipos superiores en todas las facetas. Quizá algunos rivales nos quedaron demasiado grandes, quizá la competición no estaba hecha a nuestra más modesta medida. Aun así me quedo con que ningún equipo nos sacó de la cancha, con que en todo momento y circunstancia pudimos realizar nuestro juego basado en las nociones más básicas del “dividir y doblar” y el “pasar y cortar”, en la formación por encima del resultado, en la renuncia a colgarnos del aro para intentar que la derrota fuera menos abultada.

La espina clavada fue perder un efectivo a lo largo del curso, a un chico que, aunque desde el principio dijo jugar obligado, no llegó a conocer las bondades de nuestro juego seguramente porque yo no se las enseñé. Son estas retiradas repentinas las que más duelen, esos fugitivos adioses los que más dudas te generan.

No sé qué nos deparará el futuro o en qué lugar del planeta nos situará el destino, pero estoy seguro de que Mario, Vítor, Héctor, Fernando, Víctor, Diego, Álvaro, Raúl, Antonio, Aarón (no he podido separaros ni en esta relación de nombres), Alejandro, Álvaro, César, Alejandro, Álex, Óscar y Héctor no serán para mí, nunca más, nombres anónimos que no expresan nada y sí diecisiete rostros que, transparentes, me dejaron ver todo lo mucho y bueno que hay en su interior. Sólo espero que con un gesto o unas palabras haya podido ayudaros, que el día de mañana me recordéis como aquel chico enamorado del baloncesto que intentó inculcaros todos los valores que encierra y no como el capullo que os agrandó los balones y os subió las canastas para alejaros de ese sueño de todo jugador de mini que es hacer un mate.

Qué decir de los cadetes, de esos adolescentes en busca de un hueco en el mundo, tan necesitados de cariño como de un par de consejos a tiempo. Fue una gran experiencia poder ayudar en lo posible a Nacho Iglesias, un fantástico entrenador, compartir con él largas conversaciones de teléfono con este equipo y su progresión como telón de fondo. Fue, para qué engañarnos, una temporada un tanto frustrante, por debajo de las expectativas generadas y de las ilusiones depositadas en una generación que fue cuarta de Castilla y León en infantiles. Me guardo algunos momentos para el recuerdo. Por ejemplo aquel emocionante partido en Plasencia en el que uno de nuestros jugadores me anunció, un par de horas antes del inicio, que sería el último en unos cuantos meses debido a que debía ser sometido a un agresivo tratamiento contra un cáncer del que, por fortuna, está saliendo victorioso. Y cómo olvidar aquellos cuarenta minutos de Zamora cuando aún soñábamos con meternos entre los ocho mejores de la región, con algunos jugadores disputando minutos más propios de un profesional con los ojos inyectados en sangre y las encías a punto de salírseles por la boca y con otros chicos sacrificando su físico por el bien de una empresa colectiva que por momentos, en diciembre, parecía transitar por la senda correcta. Un punto abajo en la cancha del C.B. Tormes “B” cambió todo el panorama y nos relegó a competir por objetivos más modestos. Con el sueño de clasificarnos truncado, al equipo le empezaron a pesar las piernas y, lo peor de todo, se llegaron a perder alguna de las señas de identidad que lo hacían único y especial. No sé si se nos acabó el amor de tanto usarlo, pero en determinados momentos lo que seguro perdimos fue la fe.

Sin embargo, y aunque pueda parecer contradictorio, las siempre inoportunas lesiones espolearon a algunos jugadores. Viajando con seis o siete efectivos a Valladolid o León, algunos chicos que venían disputando menos minutos se doctoraron aportando todo aquello que silenciosamente venían labrando en el túnel del viento de todo jugador de baloncesto, las sesiones de entrenamiento. Acabamos con cuatro ante Ponce y estuvimos a punto de vencer. Viajamos con siete a León y nos partimos el rostro. Los cadetes se dejaron la piel y por eso no hay lugar para el reproche.

Menos aún en el día en que jugaron su último partido, un partido jugado con pasión y en el que nuestros dos capitanes se reencontraron con el tacto del balón y con el calor de la grada. Puede que esta generación se reencuentre dentro de dos años, pero lo cierto es que cada experiencia vivida es única e irrepetible. Cambian los tiempos, cambian las reglas, evoluciona el juego y, sobre todo, nosotros nunca volvemos a ser los mismos. Igual que, como dijo Heráclito, no podemos bañarnos dos veces en el mismo río, tampoco se podrán repetir las aventuras que esta temporada, ya pasada, nos dejó por el camino. Nos quedarán los recuerdos fotográficos y los momentos compartidos. Nos quedará, es lo único, la memoria para que todo, lo bueno y lo malo, pueda ser revivido en torno a una mesa de café dentro de unos cuantos años. Gracias, chicos, por el compromiso y la lealtad hacia este deporte y este club. No dejéis de disfrutar del baloncesto.

Añado esta foto de ayer con los cadetes. A ver si os van echando un vistazo los ojeadores NBA.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

¿Quién eres en realidad?




Qué es la victoria me pregunto. ¿A qué sabe? ¿Cómo besa? ¿En qué piensa cuando se decanta por uno de los dos contendientes? No encuentro respuestas. Puede que no la conozca lo suficiente, que no haya sido todo lo constante que ella, orgullosa, requiere. Sólo sé, por lo que dicen quienes más se citan con ella, que nunca es la misma, que cambia en función de las circunstancias y que se reinventa cada día sin necesidad de guión.

Creo que no hay dos victorias iguales. Lo digo desde mi breve experiencia ganadora. Si hace dos años, con los chicos de Trinitarios, conocimos su mejor versión hoy, con los jugadores de Santa Marta, nos hemos debido encontrar con su hermana bizca, con la Miss Antipatía de la familia. En ambos casos se trataba de una final de categoría provincial, un campeonato que se juega con reglas de parque, es decir, sin posesiones de 24 segundos, a reloj corrido y con árbitros que deciden, desconozco si por filosofía o por economía de medios, pitar lo justo. Hasta ahí las coincidencias.

El 15 de mayo de 2010, creo que esta fecha estará alojada en mi memoria hasta que mi cerebro diga basta, acudíamos al partido con el trabajo hecho, habiendo firmado una temporada histórica para un colegio que, en materia deportiva, se había alimentado únicamente de equipos de fútbol sala. Sin embargo, una buena generación con una enorme pasión por el baloncesto consiguió llegar a Santa Marta y vencer dando la sorpresa ante el equipo local. Todo, desde los prolegómenos, fue una fiesta. Padres y profesores llenaron el pabellón y, con sus gritos de ánimo, consiguieron que sobreviviéramos a un desastroso parcial inicial. El viaje de regreso en el autobús es, aún a fecha de hoy, uno de los momentos más felices de mi vida.

Hoy, en cambio, estábamos obligados a ganar. Éramos, jugador por jugador, quilate por quilate, muy superiores. Sin embargo, debido a una mala aproximación mental al partido de la que me siento el principal responsable, el rival, un más que digno conjunto del instituto García Bernalt, al que aprovecho para felicitar, nos puso contra las cuerdas haciendo que al descanso el marcador reflejara un ajustado 15-12 a nuestro favor (recuerden lo de las reglas para no llevarse las manos a la cabeza con estos guarismos). Finalmente, un tercer cuarto jugado al nivel de agresividad apropiado, nos llevó a liderar el encuentro por casi veinte puntos dejando sentenciada la victoria. Cuando el partido acabó no hubo abrazos ni gestos de alegría. Acabábamos de hacer lo que teníamos que hacer. Lo previsto, lo indicado. Nada especial. Ni siquiera se atisbaban sonrisas en el momento de levantar la copa. Habíamos ganado el campeonato provincial. Y qué.

¿Acaso no era también, la de hoy, una victoria? Al parecer no. Ganar cuando tienes que ganar no es lo mismo que ganar cuando crees que no vas a hacerlo. Es todo una cuestión de expectativas. Así, y perdonen si el símil les parece un poco chusco, no es lo mismo ser el chico guapo de la discoteca y tener que ligar sí o sí con la chica más despampanante del local a riesgo de, en el caso de no hacerlo, ser considerado gay, que ser un ratón de biblioteca al que le han engañado para salir de fiesta. Probablemente éste quede contento con una pequeña mueca, o una leve sonrisa de la chica más corriente del garito. Así es también el deporte. Y hoy éramos los guapos.

Mi tesis es que también los guapos, perdón, los equipos favoritos, tienen derecho a disfrutar de sus éxitos. No por esperadas las victorias dejan de ser el resultado de un largo camino de trabajo y renuncias. Víctor, Emilio, Revilla, Aitor, Jorge, Juan Carlos, Gonzalo, Rodrigo, Mauro, Anderson, también todos los chicos del “B” que nos habéis ayudado cuando las lesiones se cebaron con nosotros, no tengáis la menor duda de que la de hoy ha sido una gran victoria, un éxito fabricado no en el modesto encuentro de hoy y sí en cada entrenamiento y en cada partido previo, en la lucha por cada balón suelto y en el pase extra entregado al compañero mejor colocado. Fue un triunfo de cada uno de vosotros. Fue un triunfo de todos. Que las expectativas no sepulten vuestra alegría. Cuando el balón fue lanzado al aire los dos equipos podían ganar y fuisteis vosotros los que lo hicisteis. No fue un asunto de llegar, ver y vencer. Fue mucho más que todo eso y, por ello, os felicito y os doy las gracias. 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Sábado de pasión



Podría parecer que me estoy equivocando de fechas, que me he confundido de Pascua y que en vísperas de Navidad estoy esperando a que salgan las procesiones a la calle. Pero no. Hablo de baloncesto y de un día que trataré de borrar rápidamente de mi cabeza.

Dicen que las derrotas enseñan, que son un paso imprescindible del aprendizaje. Dicen, también, que los verdaderos ganadores son los que se levantan de los tropiezos como esa lava que lleva retenida siglos en el interior del volcán. Sin embargo, opino que este proceso no ha de salir de las entrañas, no ha de ser repentino e impulsivo, sino sereno y agostado. El levantarse de un duro golpe es una tarea ardua que requiere de tiempo y disciplina, de paciencia y confianza en el trabajo que se viene realizando.

Esta tarde de sábado, jugaban los dos equipos del C.B. Santa Marta en los que estoy implicado como primer y segundo entrenador. El equipo infantil, aunque formado básicamente por jugadores de primer año, recibió una lección de deseo y valentía por parte de un equipo del C.B. Tormes que demostró tener las cosas muy claras. Perdimos todas las batallas individuales y así, por mucho que diga De Gaulle, no hay manera de ganar la guerra. Nos quitaron rebotes bajo el aro, nos robaron balones en la primera línea y nos fustigaron con las continuas penetraciones al no ser capaces de contener al jugador con balón. Y cuando las cosas no salían en defensa la ansiedad nos pudo en el ataque y entre los jugadores que se escondían y aquellos otros que asumían demasiado juego, no hubo manera de hacer circular la pelota y de hacerla llegar a buenas posiciones de tiro.

Peor, por la trascendencia y por el desenlace, fue el partido de los cadetes. Bajo la tutela de un genial Nacho Iglesias del que no paro de aprender cada día, el equipo se encontraba en una espiral ascendente que nos había llevado a ganar en Zamora ante un rival muy bien trabajado tácticamente. Tras dar la cara en Cáceres ante un equipo de Campeonato de España, la tensión y la rivalidad existente con el otro club de la ciudad, nos llevó a jugar atenazados e inseguros. Tuvimos el partido controlado en ciertos momentos y no supimos rematarlo. No olimos la sangre y al final fuimos nosotros los que nos llevamos una hemorragia que esperamos que no nos cueste el acceso a los cruces. El C.B. Tormes “B” se mostró como un equipo duro en defensa y organizado en ataque. Algunos de sus jugadores asumieron y metieron los tiros importantes, mientras que nosotros no supimos aprovechar buenas opciones y no supimos anotar tiros libres que al final resultaron claves. El marcador final reflejó una derrota por un punto, un punto que bien pudo venir de una pérdida evitable, de un tiro libre que no entró o de un corte mal defendido. En definitiva, de errores individuales y grupales que se acaban pagando caro a la hora de hacer la cuenta final, esa que marca las diferencias, sutiles la mayor parte de las veces, entre los que ganan y los que pierden.

Y dos puntos fue la diferencia que reflejó el luminoso al terminar el partido que enfrentó al Bambú Legends con el equipo de Monterrubio integrado por numerosos jugadores con experiencia en EBA y Liga Nacional y que se jugó a un ritmo muy lento y pausado que explica, en gran parte, el 57-59 final. Menos mal que no se televisan nuestros partidos, porque ni un espectáculo del Circo del Sol (por no hablar de showgirls dado que no es éste un blog machista) en el descanso podría movilizar a los espectadores. A pesar de ello, hubo acciones de calidad por parte de Nico, buenas penetraciones del base de Monterrubio y buenas combinaciones entre pívots por parte del Bambú Legends. El partido se jugó en un tono amistoso y contó con la lección de arbitraje de un Roberto Merchán (bien acompañado por Igor) que sigue siendo uno de los mejores árbitros de la región. En lo personal, el hecho de llegar tarde al partido hizo que entrara muy frío en él. Además, una mala defensa posibilitó una canasta sencilla de mi atacante en los momentos decisivos. De cara al partido de vuelta ya sé por qué lado no puede volver a entrar.


Tres partidos tres derrotas. Aun así, nada comparable con el aneurisma en la arteria aorta que le ha sido descubierto al bueno de Jeff Green y que le mantendrá fuera de los Celtics toda la temporada. Esta lesión cardíaca, de la que tuve noticias al llegar a casa, nos hace rememorar a los célticos la fatal muerte de Reggie Lewis que agudizó la crisis deportiva de los años 90. La fortuna, y la ciencia, han conseguido evitar una nueva desgracia pues gracias a los detallados estudios, se ha determinado que pase por quirófano el próximo 9 de enero. Se mitiga el riesgo al tiempo que se desvanecen las opciones de los de Boston por hacer algo grande. Green estaba llamado a ser un candidato legítimo al premio de mejor sexto hombre y ahora sólo queda apelar a un plan de emergencia para cubrir su ausencia. Lo mejor de todo es que se salvó una vida.

Tres derrotas y un adiós a las aspiraciones de campeonato. Una tarde para olvidar no sin antes tomar nota. Un puñado de horas que me demostraron que el baloncesto sólo te da cuando le ofreces algo a cambio (trabajo, ilusión, conocimiento, deseo) y, algunas veces, ni siquiera eso. Seguiremos adelante intentando que se repita de nuevo esta imagen.


O esta otra. 


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS