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Diario de un encierro. Día XXVI





Solo otra (puta) teoría

El 99,5% de las especies que han habitado el planeta Tierra en algún momento de su historia están ya extinguidas. A lo mejor convendría empezar por aquí cualquier charla de cualquier tema, incluidas las ruedas de prensa del gobierno. No por el contenido del mensaje, que no debiera inquietarnos por ahora, sino para captar la atención de un oyente deseoso de narrativas, anhelante de cuanto se puede explicar por la ilusión de la causa y el efecto.

Si fuera el gerente de un equipo de la NBA no me preocuparía demasiado por contratar al mejor especialista en Analytics o estadística avanzada mientras la obtención de los datos proceda de las mismas fuentes que utilizan los rivales y los encargados de procesarla sigan siendo humanos más o menos capaces. Es posible que un buen especialista en estas áreas matemáticas ayude a mirar al entrenador y pueda conseguir que este se haga las preguntas más apropiadas, pero para eso hace falta que este sea humilde y acepte desprenderse de sus viejas ideas, basadas en la observación de todo aquello que venía a corroborarlas y la no observación de cuanto pudiera incomodarlo.

Supongamos que la consolidación de este nuevo acceso al conocimiento de lo que ocurre en una cancha se produjera hace cinco años aproximadamente. Supongamos que tras un vistazo al palmarés de equipos campeones en la NBA en ese período averiguásemos que ninguno de sus entrenadores tenía experiencia previa en la liga. Supongamos que hay una correlación clara entre la humildad de Steve Kerr, Tyronne Lue y, joder, me cuesta recordar su nombre, Nick Nurse, y los éxitos de sus equipos. Mi teoría explicativa de lo sucedido en los últimos cinco años en la NBA se resumiría en lo siguiente: contrata entrenadores humildes.



Ah, sí, lo de la línea de tres. Mi teoría para lo de la línea de tres es la siguiente. En 2013 y 2014 la liga se la jugaron San Antonio Spurs y Miami Heat. Los de Miami tiraron 21,6 y 22,5 triples de media por partido, mientras que los de San Antonio clavaron una media de 21,4. La fórmula ganadora era entonces la siguiente: lanza entre 20 y 23 triples y llegarás a la final de la NBA. El siguiente año ganaron los Warriors, lanzando 27, 4 y los mismos Warriors, tirando 31,8, batieron el récord de victorias en temporada regular la siguiente campaña. Cambió la fórmula ganadora.  



Los Warriors lideraron la estadística ese año, pero progresivamente, durante tres campañas más, redondeadas con dos anillos y una final, fueron perdiendo posiciones en la tabla de equipos con más lanzamientos de tres puntos, siendo quintos en la 16-17 y decimocuartos en la 17-18 manteniendo, eso sí, los promedios en cifras próximas a 30 mientras la fiebre recorría los despachos y los banquillos de la NBA. Mi teoría sería: La NBA copió un modelo, y lo adornó con sofisticados argumentos matemáticos para generalizarlo, pero si hubiera que poner un número, sin haber hecho la correlación, estaría más próximo a los 30 que a los 40 triples, Morey debería saberlo.

Luego mi teoría sería la siguiente: Klay Thompson, Stephen Curry con sus superiores condiciones para el tiro exterior, Larry Riley (y todos los GM que permitieron que jugaran juntos optando por otros perfiles en base a prejuicios tan variopintos como el endeble físico de Steve o el jugueteo de Klay con las drogas), y Steve Kerr cambiaron el juego. Los matemáticos llegaron después, como Stanley a la orilla del Lago Tanganica, para descubrirlo.



En fin, esta es solo otra teoría, una teoría que descarta todo aquello que la rechaza, que escoge todo aquello que la confirma, que dice más del autor que de baloncesto y que será tan útil como todas las demás si te la crees y te permite no titubear durante la batalla, la batalla dialéctica, me refiero, que es la única que se está librando hoy en día, mientras los pabellones esperan desiertos a que alguien vaya a ocuparlos, con  estas teorías o con otras. Y tampoco les importa si el porcentaje de especies extinguidas asciende en unas centésimas próximamente. Seamos humildes, tíos, como Kerr, Lue y… Joder, sí, Nick Nurse.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Sufrir o divertirse




Después de más de cien partidos, decenas de miles de canastas, tapones o rebotes; tras más de millones de kilómetros de avión y de autobús, la NBA se va a decidir en una sola noche, en cuarenta y ocho minutos, ante una audiencia de escala planetaria y, eso sí, tras al menos una decena de tiempos muertos. Como titulan los diarios de todo el país, bastará un séptimo partido en el Oracle Arena para saber si hemos asistido a la mejor temporada de la historia (o si Curry es, en esencia, un fraude que depende de Iguodala y los Warriors un equipo que no sabe distinguir lo prioritario) o al encumbramiento de Lebron como uno de los más grandes de siempre (o a la constatación de su carácter de perdedor).

Ganarán los Warriors, dice la lógica, por lo improbable de perder tres partidos seguidos, más aún siendo un equipo de récord. Por la escasa probabilidad de ceder un segundo partido consecutivo en casa cuando solo han sido derrotados cuatro veces en nueve meses. Por la inexistencia de un solo caso de remontada de un 3 a 1 en el registro de las finales. Porque todos los equipos que rozaron o llegaron a las 70 victorias terminaron cosechando el anillo. Porque teniendo que ganar cuatro partidos seguidos para batir el récord de los Bulls, lo hicieron. Porque teniendo que ganar tres partidos seguidos para seguir vivos ante los Thunder, lo hicieron. Porque ahora solo se trata de ganar un partido. O porque en el fondo somos de Curry, y de Thompson, y de Green, y de este juego que han renovado en su esencia misma y que, aunque sigamos llamándolo baloncesto, sabemos que ya no volverá a ser nunca lo mismo.

Pero pueden ganar los Cavaliers, por supuesto, porque solo se trata de un partido más, de cuarenta y ocho minutos al margen de lo acontecido anteriormente. De un cinco contra cinco, o un doce contra doce, con tres árbitros y unas normas conocidas por todos. A domicilio, sí, igual que el quinto encuentro. Frente a la estadística, sí, un dios tan fantasioso como el resto. Contra la historia que dice que Cleveland no celebra el campeonato de una liga profesional desde hace medio siglo, sí, como España nunca había ganado un mundial hasta el gol de Iniesta.

Es decir, puede pasar de todo, pero quizá debamos atender a una serie de claves para interpretar mejor, aunque sea a posteriori, lo que haya ocurrido.

1. La “performance” de los secundarios. Aunque sepamos que los focos no se posarán sobre ellos, la actuación de Harrison Barnes, minimizando el impacto de Lebron y anotando los lanzamientos abiertos, y de Tristan Thompson, dominando el rebote defensivo y concediendo segundas oportunidades en la zona rival, serán determinantes. También la de Iguodala o Richard Jefferson. Quizá la de Love, pero esto resulta más complicado de creer. Y por supuesto la de Green, aunque con esta contemos sí o sí.

2. El primer cuarto. En tres ocasiones han terminado los Warriors por debajo de los veinte puntos el primer cuarto. Aunque expertos en remontada, los de la Bahía no quisieran verse apretados desde el inicio, ante su público y ante la visión de una oportunidad histórica que se escapa. El sentimiento de urgencia debe dejarse notar desde el inicio y los tiros no pueden esperar para entrar.

3. La regularidad que puedan alcanzar Irving y Thompson en cada equipo. Un acceso de fiebre anotadora por parte de cualquiera de estos dos jugadores puede conducir a un parcial difícil de atajar por el equipo contrario. Los Cavs tratarán de provocar cambios defensivos para que su base quede custodiado por un Curry que se ha mostrado endeble (muy endeble) en defensa. Los Warriors, por su parte, intentarán procurarle a su escolta tiros liberados tras rebote ofensivo, juego roto, sistemas o, mejor aún, en transición.

4. Sufrir o divertirse. Este es el dilema que afronta Curry antes del séptimo partido. De que el número 30 de los Warriors sufra o se divierta dependen en gran medida las opciones del equipo. Si se encuentra incómodo en defensa, comete faltas tontas y se sale mentalmente del encuentro, el escenario se presenta lúgubre para los locales. Sin embargo, si consigue robar un par de balones, pasar los bloqueos sin falta o cambio defensivo y entrar en ritmo anotador, Curry se divertirá y con él todos los que hoy desean que ganen los californianos.

5. ¿Humano? Del éxito de los Warriors, y de las circunstancias, en hacer parecer mortal a Lebron dependerá en gran medida que este pueda conducir, o no, a su equipo al anillo. Si anota, asiste, intimida, rebotea y domina mentalmente el encuentro, la NBA tendrá un merecido rey; si no votado, sí al menos bendecido por todos los aficionados. Nos guste más o menos su estética. Aceptemos mejor o peor su tiranía.




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

San francisco, ciudad de cine




No hay duda. Ahora no, quiero decir. Porque las hubo, y muchas, tras el doble varapalo sufrido por los Golden State Warriors en sus dos primeras visitas a Oklahoma City. De ellas regresaron magullados, sintiéndose pequeños e inofensivos ante un rival cuyo despliegue físico los apabulló. Nadie de los Warriors se asemeja en rapidez y habilidad a Kevin Durant, nadie llega tan alto como Serge Ibaka o Steven Adams y nadie, absolutamente nadie, reúne en un único cuerpo los capítulos del manual del perfecto atleta como Russell Westbrook, exponente máximo del “citius, altius, fortius” olímpico.

Y, sin embargo, los Warriors ya son finalistas de la NBA por segundo año consecutivo y ya se encuentran, al filo de la medianoche en San Francisco, haciendo sentir el Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958) a los Cleveland Cavaliers, próximos visitantes del Oracle Arena. Todo bajo la égida de Stephen Curry, un chico con cara de niño que bien pudiera haber representado el papel del jovenzuelo desnortado y mujeriego que interpretara Dustin Hoffman en El graduado (Mike Nichols, 1967). Pero este aparentemente inocente e ingenuo Harry Callahan no actúa solo, como tampoco lo hacía el original interpretado por Clint Eastwood (Harry el sucio. Don Siegel, 1971). Este Harry Callahan también cuenta con su particular Chico González, un Klay Thompson al que su actuación en el sexto partido de la eliminatoria, un “win or go home” a domicilio, le debe reservar un amplio y soleado apartamento en la historia de nuestro deporte.

Pero en esta trama no aparecen únicamente Harry y Chico. En el baloncesto de los Warriors nada funcionaría sin la presencia de Frank Bullit (Bullit. Peter Yates, 1968), un hombre ambicioso al que se le pueden encargar toda suerte de tareas ingratas o complicadas, ya sea la custodia de un testigo protegido o pegarse, literalmente, con un neozelandés, Steven Adams, rescatado de alguna saga fantástica, durante siete partidos. Y si Draymond Green es Frank Bullit, Andre Iguodala debe de ser Sam Spade (El halcón maltés. John Huston, 1941), el detective privado más famoso de la Bahía, un hombre reflexivo, irónico y duro al que solo le preocupa sobrevivir en medio de una maraña de oportunistas cazafortunas. Sobrevivir y, en este caso, hacer sobrevivir a su equipo, pues él, con su defensa a Kevin Durant, ha sido el principal sostén de los Warriors durante los momentos de zozobra que han inundado la eliminatoria.

Mas ni siquiera esta mezcla de grandes policías y detectives podría funcionar sin el hábil Harry Caul (La conversación. Francis Ford Coppola, 1974) a los mandos. Este genio de la seguridad privada se halla provisto de los más sofisticados instrumentos de escucha, sus particulares herramientas para hacer scouting. Y al igual que de su infalibilidad depende la vida de decenas de personas, también de las decisiones de Steve Kerr han dependido las tres victorias consecutivas que le han dado la vuelta a una situación que la hemeroteca y las estadísticas tildaban de “casi imposible”.

Así, con Harry Caul al mando y Harry Callahan en acción; perdón, con Steve kerr al mando y Stephen Curry en acción, los Warriors se han convertido en Los pájaros (Alfred Hitchcock, 1963) que atemorizaban a Tippi Hedren, la rubia que ahora simboliza todos los miedos de aquellos seguidores de los Bulls que aún esperan una derrota de Golden State para poder seguir contándole a hijos, sobrinos, primos o nietos, que la temporada 1995-1996 de Chicago fue la más redonda que hubo nunca, la más perfecta.

Desde aquí, y para concluir, mi modesta recomendación de que disfruten de este Instinto básico (Paul Verhoeven, 1992) en el que se está convirtiendo el trasnochar (o madrugar, en mi caso) para ver a los Warriors. De lo contrario, si la sonrisa de Curry se le atraganta, si no disfruta con sus oleadas en contraataque o con sus tiros circenses, no le quedará otra que acudir a un especialista y preguntar aquello de ¿Qué me pasa, doctor? (Peter Bogdanovich, 1972). Porque en la Bahía de San Francisco, área de cine por excelencia, todos los tranvías llevan al Oracle Arena.




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Sobre cómo se fabrica un 73-9




Ayer, en la columna que publico todos los jueves en un diario digital de Salamanca, me pregunté cómo es posible alcanzar un récord como el del 73-9 de los Warriors. 

¿Cómo se ganan 73 (72) partidos en una temporada? ¿Cómo es posible perder solo uno de cada diez jugando cada dos noches ante varios de los mejores equipos del planeta, muchas veces tras haber sobrevolado un país que es más bien un continente? ¿Cómo alcanzar un registro tan importante siendo el equipo más estudiado de la liga y sobre el que todos los focos están puestos a diario? ¿Cómo mantener el nivel de los tanques de la ambición por encima de los del hastío o la autocomplacencia? ¿Cómo se soportan, u obvian, durante ocho meses, las manías del otro para poder trabajar codo con codo con él en la pista, sin que importe que deje la ropa interior tirada por el suelo de la habitación o que mire con lascivia las piernas de tu mujer?


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UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

VEINTE POR CINCO





Los Golden State Warriors pondrán esta noche en juego, una vez más, su imbatibilidad. La visita a Toronto supondrá una buena prueba de fuego. No en vano, los canadienses son uno de los rivales que más cerca han estado de vencer a los chicos de La Bahía. Con todo y con eso, este 20-0 es ya en sí mismo una auténtica hazaña, un inicio soñado en el que el vigente campeón se ha sobrepuesto a la ausencia de su convaleciente entrenador, Steve Kerr, a la pérdida de un suplente de lujo como David Lee y, por encima de todas estas circunstancias, a la autocomplacencia que suele acompañar a aquel que viene de ganarlo todo, de proclamarse “campeón del mundo”.

Aunque es evidente que gran parte del mérito de este record reside en la vuelta de tuerca que ha dado Stephen Curry a sus estadísticas de MVP –con un incremento de ocho puntos de media por partido (32), de cuatro puntos en el porcentaje de tiros de campo (52,4%) y de punto y medio en los lanzamientos de tres (45,9%)–, hoy quiero fijarme en aquellas estadísticas de equipo que explican el abrumador dominio que los Warriors están ejerciendo sobre la competición.

1. Eficiencia en el tiro. Si ridículos son los porcentajes de Stephen Curry, lo mismo se puede decir de los de todo el equipo. El 49,3% supera en dos puntos y medio a los Thunder, segundos en esta estadística. Esto les permite anotar 1,14 puntos por posesión, 0,07 más que los Thunder, también segundos en esta categoría. Si ponderamos el mayor efecto de los lanzamientos de tres en el marcador y lo añadimos a la ecuación en lo que la NBA llama el “Effective Field Goal Percentage”, las cifras son aún más ridículas: 56,7%. Al final, entrenadores, meterla lo es todo.



2. Generosidad. El 69,4% de los tiros anotados por los Golden State Warriors han sido asistidos por un compañero, lo que les lleva, por supuesto, a liderar esta magnitud estadística. Los chicos de Luke Walton también son los mejores si se cotejan las asistencias y las pérdidas. Así, por cada pérdida, los Warriors dan 1,8 asistencias. Ningún equipo da más. Esta estadística se retroalimenta recíprocamente con las estadísticas de tiro y también con las que les sitúan como equipo que más anota en contraataque (21,3 puntos por partido), situación de juego en la que el porcentaje de asistencias es mucho mayor.



3. Defensa. Para un equipo con vocación claramente ofensiva, ser el sexto en eficiencia defensiva es un gran logro. Los 0,97 puntos que concede por posesión son un dato que mejora los 0,98 que consiguió durante toda la temporada anterior. Los perfiles defensivos de Harrison Barnes, Andre Iguodala y Draymond Green, sumados a la reconversión de Bogut y el compromiso defensivo de Klay Thompson, Stephen Curry y todos los jugadores de rotación, les convierten en un equipo temible. Los Warriors son, tras los Knicks, el equipo que mejor defiende el perímetro, concediendo un pírrico 30,1% en los lanzamientos de tres de sus rivales. También es el sexto equipo que fuerza un peor porcentaje en el conjunto de los tiros de sus rivales.



4. Rebote. Comparados con muchos de los equipos a los que se enfrentan, los Warriors no son un equipo excesivamente alto. Aun así, son el sexto equipo que menos rebotes conceden al oponente, 42, estadística con toda seguridad relacionada con el alto porcentaje de tiro, pero que también tiene que ver con un alto nivel de compromiso de todos los jugadores en esta faceta. Además, el elevado número de lanzamientos exteriores practicado por los Warriors, junto con el fantástico despliegue de facultades de un jugador como Draymond Green, les permite coger muchos rebotes ofensivos. De hecho, son el cuarto equipo que más rebotes ofensivos coge por posesión.



5. Ritmo. Los Golden State Warriors son el cuarto equipo que más posesiones ofensivas juega por partido: 101,68. Esto tiene que ver con el promedio de tiempo de cada una de ellas y también con el tipo de defensa que practica, muy orientada a provocar errores y a forzar que los rivales incurran en acciones precipitadas. La profundidad de la plantilla, conseguida gracias a la gestión de los técnicos al priorizar el desarrollo de los jugadores sobre el protagonismo de las estrellas (Curry juega 34 minutos por partido), les permite practicar este baloncesto a lo largo de todo el encuentro.



Cinco facetas con reflejo estadístico que multiplicadas por veinte partidos nos conducen al cien por cien de victorias. Todo eso y mucho, mucho, espectáculo.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

El baloncesto total





Hablar de fútbol total supone hacerlo de aquel Ajax de comienzos de los 70 entrenado por Rinus Michels y capitaneado, futbolísticamente hablando, por Johan Cruyff y su tocayo Neskeens. Al fútbol ofensivo que ya habían practicado en un pasado más o menos reciente el Madrid de las Copas de Europa y el Brasil de los tres mundiales, (58, 62 y70) los holandeses añadieron la presión en el campo rival, el adelantamiento de la línea defensiva y una versatilidad, hasta entonces desconocida, que hacía que el dibujo táctico fuera lo de menos en la medida en que todos los jugadores podían hacer de todo. En aquel equipo, y también en la Holanda del Mundial de 1974, todo el mundo defendía y todo el mundo atacaba. A ese fútbol que mezclaba el vértigo ofensivo con la disciplina en la recuperación, Guardiola simplemente le añadió el cuidado del balón, el sosiego y la tranquilidad que ofrece el estar en posesión de la pelota. Y entonces vimos al mejor Barça y, tal vez, al mejor equipo de fútbol de la historia.



En el baloncesto, cualquier referencia pasada nos conduce a los Celtics de los 60, al mejor equipo que ha conocido el deporte sin distinción de disciplina. Aquellos Celtics practicaban posesiones cortas, trasladaban el balón en un pestañeo a la pista delantera con una precisión asombrosa de pase y no dudaban a la hora de materializar una ocasión de lanzamiento. Contaban con la garantía de que Russell correría una y otra vez la cancha por el carril central para cargar como un poseso el rebote ofensivo, controlar el defensivo o candar el propio aro. Ya en 1961, en el que sería su tercer título consecutivo, los chicos entrenados por Red Auerbach lanzaron 118 veces por encuentro. Su mejor porcentaje, a lo largo de los once anillos cosechados durante la era Russell no llegó al 43 por ciento. Aun así, aquella fórmula alocada que pudiera parecer suicida, derivó en una sucesión de éxitos. A Wilt Chamberlain, el llamado a dominar aquella época, solo le quedó darles la mano una vez tras otra y con la lengua fuera, a sus enemigos deportivos.



Casi medio siglo después, en uno y otro lado del Atlántico, dos equipos que imponen un ritmo ofensivo acelerado han dominado la competición. Golden State Warriors lideró la liga en número de posesiones por encuentro siendo, curiosamente, un equipo mediocre en las tasas de rebote ofensivo (21º) y defensivo (18º). El mérito residió, además, en liderar la liga también en el “effective field goal percentage” y en compartir el balón con gusto y generosidad (2º en porcentaje de tiros anotados tras asistencia detrás de Atlanta). Su defensa fue la segunda mejor a la hora de provocar malos porcentajes en los rivales y la sexta forzando pérdidas que después materializarían en contraataques.

Un patrón semejante empleó el Real Madrid en Europa, siendo el equipo que más asistencias dio por partido en la Euroliga, el cuarto forzando pérdidas y el que más tiros lanzó (65 por partido, 25 de ellos triples). La versión más exitosa del Madrid bajó un poco el ritmo e incrementó los porcentajes. Redujo un tanto la espectacularidad y reforzó los mecanismos del “otro basket” para ser más eficiente en los momentos decisivos de las finales. El estilo estaba. Faltaba Nocioni.

Las victorias de Golden State Warriors y Real Madrid nos dejaron unas cuantas enseñanzas.

1. La importancia de la preparación física y las rotaciones. Para poder jugar a tantas posesiones sin ver reducida la eficacia ofensiva y la agresividad defensiva, es importante contar con una plantilla amplia, gestionarla bien y tenerla bien preparada físicamente. Las rotaciones de Kerr y Laso consiguieron que todos los miembros de la plantilla estuvieran involucradas al tiempo que permitieron que los jugadores llamados a decidir en los partidos importantes llegaran con las piernas frescas.

2. La línea de tres. El Real Madrid fue el segundo mejor equipo en porcentaje de tiros de tres anotados en Euroliga y ACB. Los Warriors rozaron el cuarenta por ciento siendo el equipo con el mejor porcentaje de la NBA. El tiro de media distancia pierde valor con el tiempo. El lanzamiento de tres, además de permitir a los equipos sumar con mayor rapidez, se convierte en una amenaza que obliga a las defensas a desguarnecer la zona. La figura del tirador, un tanto apagada en el pasado, ha recobrado su proverbial valor. Thompson y Carroll, con su sola presencia en la cancha, ensanchan la pista y multiplican el tiempo.



3. La difícil tesitura para el cinco clásico. Draymond Green y Marcus Slaughter; Andrés Nocioni y Andre Iguodala fueron los ganadores entre los ganadores. Falsos cuatros. Dos metros pelados al servicio de la intendencia y con un corazón enorme. Con piernas para defender a pequeños tras el cambio en el bloqueo y con piernas, también, para correr la pista, taponar lanzamientos y enardecer a la grada. Perdieron, en cambio, Tomic y Bogut. El primero sumó en ataque menos de lo que restó en defensa y en el rebote. El segundo, pese a estar muy implicado en las labores de basurero que Kerr le había encargado, tuvo que sacrificarse y ver desde el banquillo como un quinteto sin ningún jugador con más de dos metros ganaba el anillo. Esta noche, sin embargo, dos pívots, Karl-Anthony Towns y Jahlil Okakor, han sido elegidos en las tres primeras posiciones del draft. Les esperan largas jornadas de trabajo para mejorar su lateralidad, su coordinación de pies y su resistencia para correr la cancha. De lo contrario, lo tendrán difícil para hacerse con un hueco en los minutos decisivos de los partidos.

4. La redefinición del base. El base actual juega el bloqueo pensando primero en anotar y luego en asistir. El base actual sale de los indirectos como un escolta y sabe jugar sin balón. El base actual debe ser capaz de generarse su propio lanzamiento. El prototipo de base actual es Stephen Curry y Sergio Rodríguez y Sergio Llull, aunque diferentes entre sí y respecto al modelo, dos buenos aprendices.

5. El basket total. Atravesamos una fase de transición. El baloncesto ha dejado de reclamar especialistas y reclama polivalencia. Los equipos, por su parte, son maquinarias perfectamente engrasadas en las que el caos luce ordenado. Los entrenadores apuestan por multiplicar sus opciones de anotar utilizando la línea de tres e incrementando el número de posesiones. La defensa, aun siendo fundamental, se ha convertido, al igual que en la Holanda de los 70, el Milán a caballo entre los 80 y los 90 y el Barça de Guardiola, en una herramienta al servicio del ataque, al servicio de un baloncesto total.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

La temporada perfecta





Se cumplieron los pronósticos. Un gran equipo ganó a un buen equipo liderado por un único gran jugador. El mayor número de armas, la mayor versatilidad de todas ellas y el uso inteligente de las mismas por parte de un fantástico entrenador, Steve Kerr, decantó la balanza de una interesante final del lado de los Golden State Warriors. El otrora letal tirador ha demostrado tener manga ancha y mano izquierda en el trato con sus jugadores. Estos, a cambio, pusieron a su disposición el sacrificio que genera el hambre de victorias y una suma de talento a la que muy pocos equipos pueden hacer frente.

De unos años para acá, la toma de decisiones de los General Manager del equipo ha sido inmejorable. Las elecciones del draft de Thompson, Barnes, Ezeli y Green vinieron a reforzar la genial maniobra de seleccionar a Curry en el número siete de una promoción que vio pasear por el escenario, antes que al genio salido de Davidson, a nombres tan sospechosos como los de Thabeet, Tyreke Evans o Johnny Flynn. Incluso el de Ricky Rubio chirría, vistas las circunstancias. A pesar de sus iniciales problemas de tobillo, esos que nos hicieron pensar que el suyo sería un nuevo caso Grant Hill, los rectores de los destinos de la franquicia californiana no dudaron a la hora de destronar a Monta Ellis y enviarlo a Milwaukee a cambio de Andrew Bogut, un center que intimida al tiempo que puede jugar de base y al que el karma ha premiado con un año libre de lesiones después de varios de penurias. Solo la adquisición de David Lee a precio de jugador estrella de la liga puede ser discutida, aunque sus números eran magníficos antes de lesionarse en marzo de la temporada pasada. Así, siendo el decimocuarto equipo en el pago de salarios, los Golden State Warriors, con los retoques de Iguodala y Speights, el año pasado, y de Livingston y Barbosa, este, han demostrado ser, sin lugar a dudas, la mejor plantilla del campeonato. Y lo serán nuevamente el próximo, donde el “expiring contract” de David Lee puede ser una jugosa moneda de cambio para reforzar la rotación interior.

Ahora bien, de los dieciséis triunfos más en comparación con el año anterior y de este anillo que viene a suceder al que conquistaran hace cuarenta años bajo la égida de Rick Barry, mucha culpa tienen dos hombres: Steve Kerr y Stephen Curry. El primero, al que ya he alabado en un pasaje anterior de esta entrada, ha conseguido tener listos e involucrados a los quince miembros de su plantilla y, de esta manera, además, ha podido regular los minutos de sus jugadores más importantes. Su postura ecléctica, su flema a la hora de afrontar los errores y la asunción de que con tanto talento reunido lo único que tenía que hacer era convencer a sus chicos para defender unidos, correr y compartir la bola, han sido elementos clave. Steve Kerr ha dejado funcionar algo que de forma natural también lo habría hecho, aunque no tan bien.

Concluyo con Curry, el motivo de cientos de sonrisas repartidas por el mundo a cualquier hora del día. Qué no habría dicho Andrés Montes de este jugón que, compartiendo cartel con cuerpos hercúleos y una profusa generación de bases, ha demostrado ser mejor que todos ellos gracias a un escudo llamado técnica. Técnica para elevarse en menos tiempo y menos espacio que cualquier otro rival. Técnica para driblar por senderos imposibles y sacar pases con ángulo negativo. Técnica para finalizar contra ogros que pretenden aplastarlo. Técnica, pura técnica, para hacernos soñar con una evolución del deporte hacia modelos distintos a la que parecían encaminarnos esos robots biónicos que son Cristiano Ronaldo o Lebron James. Curry mueve los pies como Messi y su mano es la de Maradona, la de Dios, sí. Nadie tiró como él en los 68 años de historia que tiene la liga y nadie olvidará que la no concesión del MVP de las finales obedeció a un ataque de pedantería y erudición mal entendida por parte de siete analistas (los otros cuatro votaron a Lebron) que quisieron premiar el trabajo sucio de Iguodala y su oficio a la hora de aprovechar todos los espacios generados por las amenazas de Curry y Klay Thompson. En fin, seguiré tratando de reconciliarme con el oficio periodístico, pero tendrá que ser en otra ocasión.




UN ABRAZO Y ENHORABUENA A LOS GOLDEN STATE WARRIORS

Jugar en un mundo de adultos





Me hice mayor. Me fui acostando cada noche un poquito más tarde robándole décimas, segundos, minutos, incluso, a los sueños. Y fui arrinconando en beneficio de mi reputación aquel entusiasmo juvenil como encarcelé en cajones que ya no existen a mis cromos, a mis canicas, a mis chapas, a mis muñecos. Y escribí cartas que nunca entregué. Y recité declaraciones de amor frente al espejo que nunca más pronunciaría. Y callé; callé, sí, tras comprender que hacerse mayor es ir renunciando poco a poco a nuestro verdadero ser, ese que jugaba despreocupado con una pelota y regresaba al hogar envuelto en barro, encajando con una sonrisa el azote y la justa reprimenda de una madre.

Pero nos queda Curry, sí, Don Stephen, ese niño de veintisiete años que sigue jugueteando con la pelota mientras sus pies corretean de un lado a otro sin detenerse demasiado en ningún lugar concreto. Su juego es un aluvión de curiosidad, la máxima expresión del deseo del ser humano por explorar sus propios límites. El base de Golden State Warriors, equipo finalista de la NBA, es al baloncesto lo que Messi al fútbol con la gran diferencia de que la canasta, aunque eso a él no le importe demasiado, se encuentra a 3.05 metros de altura. Porque eso da igual cuando armas el tiro en menos de cinco décimas de segundo, cuando en una baldosa eres capaz de levantar un muro de contención frente a tu defensor o cuando tienes la habilidad de un bailarín del Bolshoi para desplazarte con el balón cambiando direcciones y sorteando obstáculos.

El MVP de la temporada afronta el gran reto de conducir a la franquicia de la Bahía de San Francisco a un nuevo anillo después de cuarenta años de una feroz sequía. No lo tendrá fácil; frente a ellos el Mosad, personificado en la figura de David Blatt, un amplio número de francotiradores, (JR Smith, Iman Shumpert, Matthew Dellavedova) infantería pesada (Tristan Thompson y Timofey Mozgov) y el arma de guerra más perfeccionada de la historia del baloncesto: Lebron James. La burocracia del estado de Ohio jugará todas las bazas posibles para que el título aterrice por primera vez en la ciudad de Cleveland, pero ellos sí que no lo tendrán fácil.

Steve Kerr, el entrenador de los Warriors, ha llamado a Klay Thompson y ambos han pasado a recoger a Draymond Green, que ya había quedado con Andrew Bogut y Harrison Barnes. Los cinco, juntos, se habían citado con el resto de la pandilla a las siete de la tarde en el parque. Efectivamente, a esa hora todos estaban allí. Bueno, todos no, una figura se les acercaba a contraluz botando una pelota. El reflejo del sol solo les permitía distinguir una sonrisa, aunque con eso fue suficiente. “Sí, es Stephen, ya estamos todos, ¡a jugar!”


Y cuando los Warriors juegan sus rivales tiemblan. Perseguir la pelota no es divertido. Ver a Stephen Curry en directo, vestido con otra camiseta, tampoco. Porque es una insolencia jugar en un mundo de adultos. Porque el descaro y el desparpajo son características que solo deberían poder aplicársele a chicos de no más de doce años. Porque a veces, sufriendo a Stephen Curry, solo queda citar a Serrat y cantar aquello de “niño, deja de joder ya con la pelota”.  



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Esta tarde vi llover




"He practicado doce horas diarias durante treinta y cinco años y ahora me llaman genio"

                                                                                   (Pablo Sarasate)


Empiezo por lo que me emociona, por lo que me levanta del asiento y justifica todos los pesares de esta existencia. Esta tarde vi llover, escribió Don Armando Manzanero en una especie de precognición. Tal vez al cantautor mejicano le guste el baloncesto, aunque nunca lo haya confesado abiertamente, y tal vez en uno de sus delirios de amor se le apareciera el tercer cuarto del Warriors-Kings de la pasada madrugada. Para él, si ha visto el partido, ha debido de ser una especie de dèja vu, pero para nosotros, incapaces de dar forma a esos boleros, simples espectadores del gran teatro del mundo y del baloncesto, ha sido lo nunca visto.

Hace casi tres años escribí a propósito de Klay Thompson (Los problemas crecen), anunciándole, no era difícil, como una de las grandes promesas del baloncesto. Escribí también sobre su padre, Mychal, número uno del draft de 1978, y de cómo gestionó este lo que entonces consideré, y el tiempo nos ha dado la razón, como un error de juventud: la posesión de unos cuantos gramos de marihuana en el campus de Washington State, su alma mater.

Pues bien, meses después del incidente, Kyrie Irving, Derrick Williams, Enes Kanter, Tristan Thompson, Jonas Valanciunas, Jan Veselý, Bismack Biyombo, Brandon Knight, Kemba Walker y Jimmer Fredette serían elegidos antes que Klay Thompson en el Draft de 2011 acusando, tal vez, el hecho en el marco de una sociedad puritana y farisea. Kyrie Irving, Brandon Knight y Kemba Walker son tres buenos bases, representantes de esta nueva hornada de anotadores y dobladores de asistencias que os presentaba en El Siglo de los Bases, pero, por el contrario, escasamente dotados para hacer jugar a sus equipos. Kanter y Valanciunas aportan centímetros y el rigor táctico europeo (aunque Kanter recibiera instrucción universitaria en USA) a sus equipos y del resto, del resto mejor ni hablar. Cuesta creer que puedan seguir en sus puestos los ojeadores y general managers que descartaron a Klay y eligieron a Veselý, Biyombo o Fredette. Y no es oportunismo, es que si pasas al lado de Klay el aire huele a baloncesto. A baloncesto clásico, matizo. Del de toda la vida.

Del de toda la vida y, al mismo tiempo, como no ha habido otro. Su naturalidad a la hora de elevarse para tirar es única. La heterodoxia de Reggie Miller y lo exagerado de la suspensión de Ray Allen encuentran su contrapunto en la eficiencia controlada del lanzamiento de Klay Thompson. Ni un gesto de más en las cuatro décimas que tarda en armar el fusil. Ni una queja ante un balón demasiado alto o bajo. Ningún alarde. Nada para la galería salvo el deleite que produce ver volar con tal gracilidad la bola hacia un destino casi siempre seguro.

Y así sucedió esta noche, así hasta 37 puntos en un cuarto maravilloso, el tercero del partido, que he podido disfrutar en falso directo a través del invento que más felicidad ha aportado a mi vida adulta, el NBA League Pass. Una detrás de otra, limpias o con suspense, daba igual, todas caían dentro del aro de los Kings en esta noche para el recuerdo en la que se ha batido un récord, el de anotación en un cuarto, que los scoutings cada vez más sesudos amenazaban con perpetuar en el tiempo.

Bueno, me despido, les iba a hablar de los Gasol, pero ya lo haré en otro momento. Sería injusto hacerlo ahora, embargado por la emoción, relamiéndome porque la criatura aún no ha cumplido 25, pensando en cuántas noches como ésta le quedan en las alforjas y soñando con despertar cualquier día y volver a ver una exhibición semejante. Ahora bien, un aviso para todos los que estén admirados por lo fácil que parece o movidos por una especie de envidia que, aunque bienintencionada, ya les digo yo que no es real. Y es que todos quisiéramos poder lanzar como Klay Thompson, pero pongo la mano en el fuego por que apenas unos pocos estaríamos dispuestos a hacer los sacrificios que se necesitan para ello. Su virtud, como cualquier otra, es la mezcla de un noventa y nueve por ciento de trabajo y de un uno por ciento de inspiración. 




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS