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Sufrir o divertirse




Después de más de cien partidos, decenas de miles de canastas, tapones o rebotes; tras más de millones de kilómetros de avión y de autobús, la NBA se va a decidir en una sola noche, en cuarenta y ocho minutos, ante una audiencia de escala planetaria y, eso sí, tras al menos una decena de tiempos muertos. Como titulan los diarios de todo el país, bastará un séptimo partido en el Oracle Arena para saber si hemos asistido a la mejor temporada de la historia (o si Curry es, en esencia, un fraude que depende de Iguodala y los Warriors un equipo que no sabe distinguir lo prioritario) o al encumbramiento de Lebron como uno de los más grandes de siempre (o a la constatación de su carácter de perdedor).

Ganarán los Warriors, dice la lógica, por lo improbable de perder tres partidos seguidos, más aún siendo un equipo de récord. Por la escasa probabilidad de ceder un segundo partido consecutivo en casa cuando solo han sido derrotados cuatro veces en nueve meses. Por la inexistencia de un solo caso de remontada de un 3 a 1 en el registro de las finales. Porque todos los equipos que rozaron o llegaron a las 70 victorias terminaron cosechando el anillo. Porque teniendo que ganar cuatro partidos seguidos para batir el récord de los Bulls, lo hicieron. Porque teniendo que ganar tres partidos seguidos para seguir vivos ante los Thunder, lo hicieron. Porque ahora solo se trata de ganar un partido. O porque en el fondo somos de Curry, y de Thompson, y de Green, y de este juego que han renovado en su esencia misma y que, aunque sigamos llamándolo baloncesto, sabemos que ya no volverá a ser nunca lo mismo.

Pero pueden ganar los Cavaliers, por supuesto, porque solo se trata de un partido más, de cuarenta y ocho minutos al margen de lo acontecido anteriormente. De un cinco contra cinco, o un doce contra doce, con tres árbitros y unas normas conocidas por todos. A domicilio, sí, igual que el quinto encuentro. Frente a la estadística, sí, un dios tan fantasioso como el resto. Contra la historia que dice que Cleveland no celebra el campeonato de una liga profesional desde hace medio siglo, sí, como España nunca había ganado un mundial hasta el gol de Iniesta.

Es decir, puede pasar de todo, pero quizá debamos atender a una serie de claves para interpretar mejor, aunque sea a posteriori, lo que haya ocurrido.

1. La “performance” de los secundarios. Aunque sepamos que los focos no se posarán sobre ellos, la actuación de Harrison Barnes, minimizando el impacto de Lebron y anotando los lanzamientos abiertos, y de Tristan Thompson, dominando el rebote defensivo y concediendo segundas oportunidades en la zona rival, serán determinantes. También la de Iguodala o Richard Jefferson. Quizá la de Love, pero esto resulta más complicado de creer. Y por supuesto la de Green, aunque con esta contemos sí o sí.

2. El primer cuarto. En tres ocasiones han terminado los Warriors por debajo de los veinte puntos el primer cuarto. Aunque expertos en remontada, los de la Bahía no quisieran verse apretados desde el inicio, ante su público y ante la visión de una oportunidad histórica que se escapa. El sentimiento de urgencia debe dejarse notar desde el inicio y los tiros no pueden esperar para entrar.

3. La regularidad que puedan alcanzar Irving y Thompson en cada equipo. Un acceso de fiebre anotadora por parte de cualquiera de estos dos jugadores puede conducir a un parcial difícil de atajar por el equipo contrario. Los Cavs tratarán de provocar cambios defensivos para que su base quede custodiado por un Curry que se ha mostrado endeble (muy endeble) en defensa. Los Warriors, por su parte, intentarán procurarle a su escolta tiros liberados tras rebote ofensivo, juego roto, sistemas o, mejor aún, en transición.

4. Sufrir o divertirse. Este es el dilema que afronta Curry antes del séptimo partido. De que el número 30 de los Warriors sufra o se divierta dependen en gran medida las opciones del equipo. Si se encuentra incómodo en defensa, comete faltas tontas y se sale mentalmente del encuentro, el escenario se presenta lúgubre para los locales. Sin embargo, si consigue robar un par de balones, pasar los bloqueos sin falta o cambio defensivo y entrar en ritmo anotador, Curry se divertirá y con él todos los que hoy desean que ganen los californianos.

5. ¿Humano? Del éxito de los Warriors, y de las circunstancias, en hacer parecer mortal a Lebron dependerá en gran medida que este pueda conducir, o no, a su equipo al anillo. Si anota, asiste, intimida, rebotea y domina mentalmente el encuentro, la NBA tendrá un merecido rey; si no votado, sí al menos bendecido por todos los aficionados. Nos guste más o menos su estética. Aceptemos mejor o peor su tiranía.




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Previa a posteriori




No se inquieten. Aunque sea cierto que ya han empezado las Finales de la NBA, aún hay tiempo para pronósticos. Pronósticos puede que no tan puros y valiosos, pero sí más difíciles de llevar a cabo en cuanto que condicionados por un partido, el primero de la serie, del que se pueden extraer algunas conclusiones. Sin embargo, no hace muchas fechas que quien os escribe quiso pontificar el trabajo de los San Antonio Spurs a raíz de la inicial paliza que estos le dieran a los Oklahoma City Thunder en el primer partido de una serie que terminaron ganando los de Billy Donovan en seis mangas. Del mismo modo, no creo que muchos analistas apostaran por los Lakers tras el primer partido de las finales de 1985, después de que los Celtics los barrieran por un contundente 148-114 en el Memorial Massacre Day, un partido recordado por el calor que hacía en el Boston Garden y las mascarillas de oxígeno que necesitaron varios de los angelinos para sobrevivir a la atmósfera asfixiante.

Yo, sin embargo, aunque tentado en dar como vencedor al gran derrotado de este primer encuentro, creo que van a ganar los Warriors. Aquí mis cuatro razones:

1. Batallas igualadas. Tras una eliminatoria en la que los Warriors se sentían inferiores físicamente en, al menos, cuatro emparejamientos (Westbrook-Curry, Durant-Barnes o Thompson, Ibaka-Green, Adams contra cualquiera), los Cavs les resultarán un juego de niños. Frente a Irving, Curry o Thompson sufrirán mucho menos; ante Love, Green volverá a ser el Green que rebotea y lanza el contraataque de su equipo; contra Thompson, Bogut sacará a relucir su mayor envergadura y su infinita mayor inteligencia (y clase) y, bueno, frente a Lebron, Iguodala ya se ha mostrado como un defensor eficaz gracias a sus buenas posiciones defensivas y a sus manos de ratero.

2. Banquillos desequilibrados. No hay un base suplente en Cleveland que mida dos metros y pueda meter una vez tras otra tiros en suspensión desde cuatro o cinco metros. Tampoco un defensor como Iguodala, capaz de meter todos los tiros que su equipo necesita. Tampoco un pívot inteligente y sucio como Varejao. Tampoco un brasileño rescatado de una gira circense como Barbosa. Sí un tirador que las mete, como Speights, aunque está por ver que Frye pueda mantener el nivel de acierto con la presión que envuelve una final.

3. Las matemáticas. Los Warriors perdieron nueve partidos en poco menos de seis meses. Por regla de tres simple directa, en condiciones normales, no es posible que pierdan nueve, que son los que harían falta para que Cleveland gane el anillo, en dos. Este axioma matemático tiene su traducción deportiva en eso que se llama “inercia ganadora”. Los de la Bahía se han repuesto de tantas situaciones complicadas a lo largo de esta temporada histórica que, si hiciera falta, podrían hacerlo una vez más.

4. Baloncesto. Guste más o menos; sea más o menos puro, clásico o académico, lo cierto es que los Warriors juegan mejor al baloncesto que Cleveland. Así de simple. Comparten mejor la bola, entienden mejor los espacios que deben atacar, leen mejor las ventajas que se generan, disfrutan moviéndose sin balón,… Y esto al final cunde. Cunde porque genera mejores inercias, una mejor química en el vestuario, un mayor compromiso defensivo y una mayor implicación en tareas menos amables como el cierre del rebote o la ejecución de bloqueos y pantallas. Y cunde, también, claro, en el marcador.




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San francisco, ciudad de cine




No hay duda. Ahora no, quiero decir. Porque las hubo, y muchas, tras el doble varapalo sufrido por los Golden State Warriors en sus dos primeras visitas a Oklahoma City. De ellas regresaron magullados, sintiéndose pequeños e inofensivos ante un rival cuyo despliegue físico los apabulló. Nadie de los Warriors se asemeja en rapidez y habilidad a Kevin Durant, nadie llega tan alto como Serge Ibaka o Steven Adams y nadie, absolutamente nadie, reúne en un único cuerpo los capítulos del manual del perfecto atleta como Russell Westbrook, exponente máximo del “citius, altius, fortius” olímpico.

Y, sin embargo, los Warriors ya son finalistas de la NBA por segundo año consecutivo y ya se encuentran, al filo de la medianoche en San Francisco, haciendo sentir el Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958) a los Cleveland Cavaliers, próximos visitantes del Oracle Arena. Todo bajo la égida de Stephen Curry, un chico con cara de niño que bien pudiera haber representado el papel del jovenzuelo desnortado y mujeriego que interpretara Dustin Hoffman en El graduado (Mike Nichols, 1967). Pero este aparentemente inocente e ingenuo Harry Callahan no actúa solo, como tampoco lo hacía el original interpretado por Clint Eastwood (Harry el sucio. Don Siegel, 1971). Este Harry Callahan también cuenta con su particular Chico González, un Klay Thompson al que su actuación en el sexto partido de la eliminatoria, un “win or go home” a domicilio, le debe reservar un amplio y soleado apartamento en la historia de nuestro deporte.

Pero en esta trama no aparecen únicamente Harry y Chico. En el baloncesto de los Warriors nada funcionaría sin la presencia de Frank Bullit (Bullit. Peter Yates, 1968), un hombre ambicioso al que se le pueden encargar toda suerte de tareas ingratas o complicadas, ya sea la custodia de un testigo protegido o pegarse, literalmente, con un neozelandés, Steven Adams, rescatado de alguna saga fantástica, durante siete partidos. Y si Draymond Green es Frank Bullit, Andre Iguodala debe de ser Sam Spade (El halcón maltés. John Huston, 1941), el detective privado más famoso de la Bahía, un hombre reflexivo, irónico y duro al que solo le preocupa sobrevivir en medio de una maraña de oportunistas cazafortunas. Sobrevivir y, en este caso, hacer sobrevivir a su equipo, pues él, con su defensa a Kevin Durant, ha sido el principal sostén de los Warriors durante los momentos de zozobra que han inundado la eliminatoria.

Mas ni siquiera esta mezcla de grandes policías y detectives podría funcionar sin el hábil Harry Caul (La conversación. Francis Ford Coppola, 1974) a los mandos. Este genio de la seguridad privada se halla provisto de los más sofisticados instrumentos de escucha, sus particulares herramientas para hacer scouting. Y al igual que de su infalibilidad depende la vida de decenas de personas, también de las decisiones de Steve Kerr han dependido las tres victorias consecutivas que le han dado la vuelta a una situación que la hemeroteca y las estadísticas tildaban de “casi imposible”.

Así, con Harry Caul al mando y Harry Callahan en acción; perdón, con Steve kerr al mando y Stephen Curry en acción, los Warriors se han convertido en Los pájaros (Alfred Hitchcock, 1963) que atemorizaban a Tippi Hedren, la rubia que ahora simboliza todos los miedos de aquellos seguidores de los Bulls que aún esperan una derrota de Golden State para poder seguir contándole a hijos, sobrinos, primos o nietos, que la temporada 1995-1996 de Chicago fue la más redonda que hubo nunca, la más perfecta.

Desde aquí, y para concluir, mi modesta recomendación de que disfruten de este Instinto básico (Paul Verhoeven, 1992) en el que se está convirtiendo el trasnochar (o madrugar, en mi caso) para ver a los Warriors. De lo contrario, si la sonrisa de Curry se le atraganta, si no disfruta con sus oleadas en contraataque o con sus tiros circenses, no le quedará otra que acudir a un especialista y preguntar aquello de ¿Qué me pasa, doctor? (Peter Bogdanovich, 1972). Porque en la Bahía de San Francisco, área de cine por excelencia, todos los tranvías llevan al Oracle Arena.




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Sobre cómo se fabrica un 73-9




Ayer, en la columna que publico todos los jueves en un diario digital de Salamanca, me pregunté cómo es posible alcanzar un récord como el del 73-9 de los Warriors. 

¿Cómo se ganan 73 (72) partidos en una temporada? ¿Cómo es posible perder solo uno de cada diez jugando cada dos noches ante varios de los mejores equipos del planeta, muchas veces tras haber sobrevolado un país que es más bien un continente? ¿Cómo alcanzar un registro tan importante siendo el equipo más estudiado de la liga y sobre el que todos los focos están puestos a diario? ¿Cómo mantener el nivel de los tanques de la ambición por encima de los del hastío o la autocomplacencia? ¿Cómo se soportan, u obvian, durante ocho meses, las manías del otro para poder trabajar codo con codo con él en la pista, sin que importe que deje la ropa interior tirada por el suelo de la habitación o que mire con lascivia las piernas de tu mujer?


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VEINTE POR CINCO





Los Golden State Warriors pondrán esta noche en juego, una vez más, su imbatibilidad. La visita a Toronto supondrá una buena prueba de fuego. No en vano, los canadienses son uno de los rivales que más cerca han estado de vencer a los chicos de La Bahía. Con todo y con eso, este 20-0 es ya en sí mismo una auténtica hazaña, un inicio soñado en el que el vigente campeón se ha sobrepuesto a la ausencia de su convaleciente entrenador, Steve Kerr, a la pérdida de un suplente de lujo como David Lee y, por encima de todas estas circunstancias, a la autocomplacencia que suele acompañar a aquel que viene de ganarlo todo, de proclamarse “campeón del mundo”.

Aunque es evidente que gran parte del mérito de este record reside en la vuelta de tuerca que ha dado Stephen Curry a sus estadísticas de MVP –con un incremento de ocho puntos de media por partido (32), de cuatro puntos en el porcentaje de tiros de campo (52,4%) y de punto y medio en los lanzamientos de tres (45,9%)–, hoy quiero fijarme en aquellas estadísticas de equipo que explican el abrumador dominio que los Warriors están ejerciendo sobre la competición.

1. Eficiencia en el tiro. Si ridículos son los porcentajes de Stephen Curry, lo mismo se puede decir de los de todo el equipo. El 49,3% supera en dos puntos y medio a los Thunder, segundos en esta estadística. Esto les permite anotar 1,14 puntos por posesión, 0,07 más que los Thunder, también segundos en esta categoría. Si ponderamos el mayor efecto de los lanzamientos de tres en el marcador y lo añadimos a la ecuación en lo que la NBA llama el “Effective Field Goal Percentage”, las cifras son aún más ridículas: 56,7%. Al final, entrenadores, meterla lo es todo.



2. Generosidad. El 69,4% de los tiros anotados por los Golden State Warriors han sido asistidos por un compañero, lo que les lleva, por supuesto, a liderar esta magnitud estadística. Los chicos de Luke Walton también son los mejores si se cotejan las asistencias y las pérdidas. Así, por cada pérdida, los Warriors dan 1,8 asistencias. Ningún equipo da más. Esta estadística se retroalimenta recíprocamente con las estadísticas de tiro y también con las que les sitúan como equipo que más anota en contraataque (21,3 puntos por partido), situación de juego en la que el porcentaje de asistencias es mucho mayor.



3. Defensa. Para un equipo con vocación claramente ofensiva, ser el sexto en eficiencia defensiva es un gran logro. Los 0,97 puntos que concede por posesión son un dato que mejora los 0,98 que consiguió durante toda la temporada anterior. Los perfiles defensivos de Harrison Barnes, Andre Iguodala y Draymond Green, sumados a la reconversión de Bogut y el compromiso defensivo de Klay Thompson, Stephen Curry y todos los jugadores de rotación, les convierten en un equipo temible. Los Warriors son, tras los Knicks, el equipo que mejor defiende el perímetro, concediendo un pírrico 30,1% en los lanzamientos de tres de sus rivales. También es el sexto equipo que fuerza un peor porcentaje en el conjunto de los tiros de sus rivales.



4. Rebote. Comparados con muchos de los equipos a los que se enfrentan, los Warriors no son un equipo excesivamente alto. Aun así, son el sexto equipo que menos rebotes conceden al oponente, 42, estadística con toda seguridad relacionada con el alto porcentaje de tiro, pero que también tiene que ver con un alto nivel de compromiso de todos los jugadores en esta faceta. Además, el elevado número de lanzamientos exteriores practicado por los Warriors, junto con el fantástico despliegue de facultades de un jugador como Draymond Green, les permite coger muchos rebotes ofensivos. De hecho, son el cuarto equipo que más rebotes ofensivos coge por posesión.



5. Ritmo. Los Golden State Warriors son el cuarto equipo que más posesiones ofensivas juega por partido: 101,68. Esto tiene que ver con el promedio de tiempo de cada una de ellas y también con el tipo de defensa que practica, muy orientada a provocar errores y a forzar que los rivales incurran en acciones precipitadas. La profundidad de la plantilla, conseguida gracias a la gestión de los técnicos al priorizar el desarrollo de los jugadores sobre el protagonismo de las estrellas (Curry juega 34 minutos por partido), les permite practicar este baloncesto a lo largo de todo el encuentro.



Cinco facetas con reflejo estadístico que multiplicadas por veinte partidos nos conducen al cien por cien de victorias. Todo eso y mucho, mucho, espectáculo.


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