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Oro, pero no de la misma madera

 

Imagen encontrada en la web de la fbm



De Murcia, Valladolid, Palma, Sevilla, Barcelona, Alhaurín y, por supuesto, también de Badalona o Madrid al cielo. La selección junior española escribió ayer una bonita historia venciendo a Francia en la final del campeonato del mundo sub 19 y reeditando un título, el de 1999, que es el mismo pero distinto, pues se ha logrado con claves absolutamente diferentes.

 

1.       Los chicos crecen y ensanchan. Nada tienen que ver Rafael Villar y Sergio Larrea, bases de nuestra actual selección, con Raül López o Carlos Cabezas. El base del Barcelona y el de Valencia Basket rondan o pasan holgadamente el 1,90, mientras que el genio de Vic y el de Málaga se movían en torno al 1,80. Este hecho les ha permitido contribuir en facetas del juego como el rebote, la defensa toda la pista, incomodar la acción de los bases rivales a la hora de iniciar y ejecutar los sistemas y plantear sistemas defensivos distintos a los que un base de antropometría clásica pudiera haber hecho.

 

2.       Navarros, pero de escuela (y más altos, largos y físicos). Juan Carlos Navarro fue, posiblemente, el héroe del campeonato junior de Lisboa. Allí muchos conocimos su famosa “bomba” y su determinación para asumir balones calientes en los minutos finales de los partidos como ayer hizo Jordi Rodríguez, también con el número 7, especialmente en la canasta que concedió el empate tras un fallo previo y con Baba Miller abierto a su derecha. Jordi Rodríguez no anda lejos de los 2 metros, juega las acciones de bloqueo directo con pausa, ha pasado por la escuela de Badalona y maneja todas las caras del balón, bastante bien ambas manos y tiene un tiro de manual. También Lucas Langarita se aproxima a este perfil, tras años de escuela y despensa en Zaragoza, añadiendo a todo lo dicho un salto vertical que le permite hacer mates por encima de los hombres grandes del rival.

 

3.       Jugadores de rol más fuertes y rápidos. Y más necesarios aún de lo que lo eran en 1999. Sediq Garuba e Isaac Nogués han sido jugadores clave de la mejor defensa del campeonato, una defensa basada en el esfuerzo y la agresividad en las primeras líneas que se iniciaba con un esfuerzo titánico en la lucha del rebote ofensivo y en la defensa del outlet, en un next muy agresivo (sin mirar atrás), amparado en las veloces rotaciones y en las figuras protectoras de Almansa o Miller como último recurso. En el marco de este sistema defensivo, que a veces intercalaba flashes agresivos, casi 2x1 en los bloqueos directos, los dos jugadores antes mencionados se han convertido en auténticos valladares, cuyos robos, pérdidas forzadas, malos tiros que daban lugar a rebotes claros… Han alimentado nuestro juego en transición y han desquiciado a los mejores jugadores rivales. Su inclusión en la lista y la importancia que se les ha concedido en la jerarquía del equipo son uno de los grandes aciertos del cuerpo técnico, pues Nogués no ha pasado de los 6 puntos y 6 rebotes en la EBA y el pequeño de los Garuba ha firmado números también modestos, 6 puntos y 3 rebotes en Cartagena, LEB Plata. Ojalá puedan mejorar áreas muy específicas de su juego (básicamente el tiro exterior) para que su carrera, lejos de parecerse a la de nuestro querido Souleymane Drame, lo haga a la de jugadores de rol que se han hecho hueco en equipos de Euroliga o NBA, como fue el caso del otro titán de aquella selección: Berni Rodríguez.

 

4.       De las alcachofas de Sant Boi al mestizaje. Si Pau Gasol era ET para Andrés Montes, una rara avis que el periodista quiso explicar a partir de su alimentación, Almansa y Miller son dos productos del mestizaje, de la mejora de la especie que se da por la vía del intercambio, dos auténticos privilegiados, nacidos para jugar al baloncesto y que, sin embargo, solo lo pueden hacer de esta magnífica forma por la evolución de los métodos de entrenamiento y de los preparadores, así como por la generación de ecosistemas que permiten a jugadores tan altos formarse en el manejo de muy distintos fundamentos, aunque su principal aval sean su altura y su envergadura. Su juego de pies, su instinto para el rebote, el tiro de Miller… En fin, ellos simbolizan también, amén de una mejora genética y epigenética, el éxito de los entrenadores españoles de provincias (Murcia y Palma en este caso), también de los de la capital (ambos pasaron por el Madrid), aunque ahora hayan decidido hacer las Américas para dar el último paso previo al profesionalismo, algo que se comprende muy bien.

 

El triunfo de anoche habla muy bien del trabajo silencioso de los formadores, de los avances en la preparación física, de la implicación y saber estar de las familias y también del trabajo de la federación en la monitorización de los perfiles, la conformación de los cuerpos técnicos (el de la U-19, sin ir más lejos, realizó una labor impecable) y la creación de sistemas de competición que han demostrado tener éxito en esta primera escala formativa, al menos en el cuidado de los mejores jugadores (hace poco discrepaba sobre lo que los campeonatos de edad, en etapas cada vez más tempranas, pueden hacer en los casos de maduración más tardía y también sobre la brecha mental que generan entre los que están y quedan fuera por las necesidades de hoy y no la visión del mañana).

 

Ahora el reto es trasladar esta estructura a la siguiente etapa, un período clave que va desde los 20 hasta los 23-25 años y en la que es habitual observar cómo los jugadores consolidados, los tocados por la varita, llegan por sí solos (entre otras cosas porque ya están preparados) y aquellos a los que aún les falta trabajo por hacer se pierden en la maraña de las ligas LEB o actuando como cupo en ACB. Recuerdo casos como los de Miguel González, veo el estancamiento de Sergi Martínez, asisto a las dificultades para consolidarse en la élite de la generación de 1998, felicito a Pablo Pérez, un jugador que debutó en ACB y coincidió conmigo en Clavijo por sus éxitos personales, ya lejos del baloncesto. No quiero verter sombras sobre un gran triunfo, sino invitar a que, al igual que los éxitos de Gasol, Navarro y cía animaron a los padres de estos chicos a apostar por el baloncesto quizá con una mayor implicación de lo que lo hubieran hecho en su ausencia, el éxito de estos nuevos juniors de Oro venga acompañado por cambios en las ligas o al menos en la voluntad de los que las rigen y gobiernan, para que la proporción de estos magníficos átomos que finalmente cristalice sea cada vez mayor. Estaremos atentos. Comienza un gran verano.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Una generación perdida




La participación de la selección española de baloncesto en el Eurobasket 2015 no ha comenzado bien. La contundente derrota ante Serbia no ha ayudado a despejar dudas. También empezamos perdiendo el Eurobasket 2009 ante Serbia, dicen los optimistas, pero más allá del resultado el partido dejó dudas sobre los mecanismos e inercias de nuestra selección. 

Solo dos miembros, Pau Gasol y Felipe Reyes resisten de la promoción del 80, una generación que se estudiará en la asignatura de historia cuando esta incluya en el currículo, como hace con otros elementos culturales, el estudio del deporte. Aquella hornada de jugadores nos elevó a un cielo que no es el nuestro, que no nos corresponde ni por tradición, ni por demografía ni por escuela. 

El pasado jueves, en la columna de temática deportiva que escribo en el diario digital local de Salamanca, quise hablar de esta generación al tiempo que compartir el escaso poso que esta ha dejado en la cultura deportiva de nuestro país. Pasarán definitivamente los Gasol, Navarro, Reyes y compañía y el baloncesto seguirá despertando el mismo entusiasmo entre nuestros jóvenes. 


El próximo sábado comenzará una nueva andadura de la selección española de baloncesto. Será el octavo Eurobasket para los supervivientes de la Generación del 80, la encabezada por Pau Gasol, Felipe Reyes y Juan Carlos Navarro, y a la que los buenos aficionados recordaremos como si de la del 98 o 27 se tratase. Juntos ganaron el Europeo junior de 1998 y el Campeonato del Mundo, también junior, de 1999 y, con la ayuda de compañeros de otras edades, toda una panoplia de medallas en torneos absolutos entre la que destacan el oro en el Mundial de 2006, el de los Europeos de 2009 y 2011 y las dos platas olímpicas en las que consiguieron llevar al límite al combinado de estrellas estadounidense.


Han pasado dieciséis años desde aquel julio lisboeta. Dieciséis años en los que muchos hemos crecido al paso de sus quijotescas aventuras. Porque era empresa digna de Don Quijote el soñar con lo que han conseguido muchos de ellos, también a nivel de club: soñar con jugar en la NBA y, mucho más aún, el hacerlo con ser All Star o campeón. Ahora, todos nosotros, Sanchos enloquecidos ante lo que han visto nuestros ojos, nos lamentamos únicamente porque al final del camino no habrá ínsula, reino o señorío para el baloncesto español. Disfrutamos el camino, claro, pero hemos despertado y nos encontramos pesarosos porque solo fue eso, un camino que desembocó en la misma yerma llanura de la que partió.


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UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Las guerrillas y la modernidad





Mira que hacían fuerza sobre sus hombros aquellos fornidos hombres tratando de enterrarlo en el fondo del océano. Mira que fueron ingeniosas las trampas situadas en el camino, y furibundas las críticas aprovechando la menor ocasión. Pero otra vez logró salir a la superficie para tomar aire. Y de nuevo sorteó, no sabemos si por talento o azar, todos aquellos cepos. Y, bueno, los críticos callaron, pero todos sabemos, que solo para recargar sus niveles de inquina. Pero ya no sufre Pablo Laso por sus desafueros. Solo subsiste.

Que es lo que lleva haciendo desde que en verano su situación de “eterno cuestionado” evolucionara a la de “trabajador en precario” tras la destitución de sus dos ayudantes, Hugo López y Jota Cuspinera. Si antes era ensalzado por elevar el juego del Madrid a cotas desconocidas en Europa, ahora todas sus teorías son reducidas al absurdo y refutadas. Si el equipo juega bien le recuerdan que los equipos que juegan a muchos puntos no ganan. Si el equipo juega a un ritmo de menos posesiones, le aconsejan que recupere la vieja senda del espectáculo, no sea que el público se aburra. En fin, creo que Pablo Laso, gracias a la esquizofrenia del entorno, ya hace lo que le da la puta gana. Total, le va a dar igual.

El Real Madrid demostró anoche que puede jugar en el barro. Tras una primera parte de tanteo en la que ninguno de los dos equipos defendió demasiado, los dos últimos cuartos se plantearon como una guerra de guerrillas de la que el Madrid no renegó. Cómo negarse si este año cuenta en plantilla con una larga nómina de partisanos que parecen recién llegados de Chiapas, la selva colombiana o las sierras peninsulares. Sobre ellos, sobre sus méritos no siempre visibles y su lucha casi infatigable reposó la clave del triunfo. Sobre Nocioni, Ayón, Slaughter, Felipe y, por supuesto, Rudy. Sí, Rudy, un guerrillero heterodoxo, si así lo quieren, pero más hábil y diestro que ninguno en la ardua labor de insertarse en las tropas enemigas e ir minando poco a poco su moral.

Porque el Barça, de entre los dos, era la “Grande Armée”, el ejército poderoso de innumerables recursos. Pero solo apareció Tomic, especialmente motivado contra un Madrid que lo desechó por blando. Solo Tomic y más bien por iniciativa propia, dominando las suertes del rebote y el barrido de balones. Apenas le ayudó un poco Oleson, pero la verdad es que tampoco Xavi Pascual supo aprovechar la profundidad de su plantilla. Muchos de sus hombres murieron en el Vietnam en que derivó el encuentro sin haber podido, tan siquiera, sacar su fusil. Al parecer el tema escoció en el vestuario y Marcelinho Huertas quiso ejercer de portavoz. Pero, para bien o para mal, Xavi Pascual cuenta con todo lo que carece Laso: el apoyo de la institución y el respaldo de la prensa. Quizá por eso envidia a Laso. Él no puede hacer lo que le da la gana.

Ganó el Madrid la copa el día después de que se cumplieran quince años de la muerte de Antonio Díaz Miguel. Y hablando de entrenadores, hacerlo de Antonio es hacerlo de un pionero, de un adelantado a su tiempo que, quizá por ello, no siempre fue bien recibido en su país. A él le debemos, además de su alícuota parte sobre la plata de los Juegos de 1984, la invención de la luz, luz como símbolo de modernidad venido de América para alumbrar Europa en cuestiones tácticas y de preparación física.

Pincha AQUÍ si quieres acceder al homenaje que le rendí ayer en la web www.jordanypippen.es


ENHORABUENA AL REAL MADRID. UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Crédito renovado





Falleció Tito Vilanova, el hombre que recibió en su ojo el dedo inquisidor de Mourinho, el entrenador que hizo campeón al Barcelona mientras se sometía a un agresivo tratamiento contra el cáncer que se lo ha llevado por delante. Como es habitual la muerte de un hombre ha unido a un mundo, el del fútbol, tradicionalmente enfrascado en batallas tan viscerales como estériles. La tregua durará tanto como el duelo, tanto como tarde en imponerse el olvido.

Y si ésta fue la nota triste de la jornada, si mañana coparán portadas y páginas de diario las necrológicas de Tito, otras esquelas estaban preparadas para certificar la muerte deportiva del proyecto de Pablo Laso. De poco hubieran servido las victorias consecutivas y los trofeos de Copa y Supercopa si hoy el Real Madrid no hubiera ganado a Olympiakos en un partido en el que, como los demás partidos de la serie venían anticipando, el Madrid no pudo desplegar su mejor juego. El triunfo de hoy no fue tanto el de un estilo como el de un proyecto basado en un adecuado diseño de la plantilla y en una química de grupo alimentada cada fin de semana a base de victorias. Los pívots madridistas, tradicional diana de críticas tras las derrotas, cumplieron con creces con el papel secundario que les tiene asignado su entrenador en base al mayor talento de los jugadores de perímetro. Bourousis desplegó su experiencia y Reyes su habilidad para el rebote y su oficio, mientras Slaughter ayudaba en múltiples cuestiones. El rebote, precisamente el rebote, ese arte no siempre justamente valorado, fue la clave.

Porque Spanoulis hizo el mismo daño que en el resto de partidos, pero más en solitario que como director de orquesta. Le defendieron con honestidad Darden y Llull y prefirió Laso que brillara estadísticamente a que hiciera jugar al resto de sus compañeros. Dio el Madrid un plus en todas las facetas gracias al apoyo de un Palacio de los Deportes que presentó una mezcla pintoresca de traje y corbata, sudaderas y camisas sudadas, cámaras de última tecnología y móviles analógicos para actuar como el sexto jugador que tanto habíamos echado de menos en el pasado reciente.

Sexto o tal vez séptimo, si se comprueba que hay dos “Rudys” en la cancha, uno defendiendo al hombre y otro en zona, cortando líneas de pase, ayudando aquí y allá, tratando de taponar cada tiro o penetración para luego salir al contraataque o asolar la zona rival a base de penetraciones que, si las hiciera cualquier otro jugador, calificaríamos como suicidas. El chachismo, filosofía incompatible con los partidos de la más alta tensión, dejó paso al trabajo menos vistoso y al oficio como bandera. Así se ganan los títulos, y aún quedan los más importantes en juego.

Con esta victoria el Real Madrid renueva su crédito y alcanza su segunda Final Four consecutiva. En semifinales, al igual que el año anterior, se verá las caras con el Barcelona. Será, no puede ser de otra manera, una dura batalla que se resolverá por detalles. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Se la quedó Felipe





Se la quedó Felipe. Como tantas otras veces. Hasta la pelota quiso despedirse de la temporada abrazada a este estandarte andante de la integridad y la honradez, a este mito del baloncesto al que, como al resto de compañeros de aquella magnífica generación, echaremos de menos cuando ya no esté.

Ganó el Madrid en una serie que nunca debió llegar al quinto partido, en unas finales que el Barcelona afrontó bajo mínimos y que peleó con bravura hasta el último momento gracias a que unos días aparecieron unos y otros días otros. Hasta los que no estaban invitados quisieron colarse en el guateque y amargar la fiesta blanca. Y si no qué les parece la actuación de Sarunas Jasikevicius tirando pases de cuchara o a la remanguillé, anotando tras parada o yendo a la línea como en sus mejores tiempos. Sin embargo, para desgracia de Pascual, impecable estratega, desaparecieron demasiados. Dos han sido los hombres clave durante los últimos años y los dos, Lorbek y Navarro, por unos motivos u otros, no acudieron a la última gran cita.

El Barcelona se encontró con el muro de los 72 puntos, barrera infranqueable que se le apareció una jornada tras otra con independencia de la dureza o agresividad defensiva con que se aplicara el rival. No había más en la recámara. Ni a nivel técnico ni a nivel táctico.

Conociendo, como conocía el Madrid, el problema de su rival para multiplicar los panes y los peces, tiene mayor pecado que tuviera que jugarse un quinto. Y es que por muy dura que fuera, que lo es, la defensa de los azulgrana, el equipo de Pablo Laso, elaborado con sumo tino en la búsqueda de un equilibrio ofensivo y defensivo (no tanto interior-exterior) y con jugadores de perímetro de infinito talento, podría haber trazado mil rutas diferentes para concluir todos los encuentros por encima de los ochenta puntos y haberse llevado la serie 3-0 mandando, de paso, un mensaje diáfano de cara a los próximos tres o cuatro años.

Pero no. El Madrid tuvo que apelar a la heroica, hablar de los árbitros y aferrarse a Felipe para terminar de darle la puntilla al Barcelona. Necesitó sacar la chequera para conseguir a un tres de garantías en la que fue, ésta sí, la puntilla definitiva al sucesor de Carlos Jiménez (disculpen la ironía). Hasta tal punto temieron en Goya por esta liga que hasta Laso hubo de rehacer su rotación, rígida como un menhir, e introducir a Carroll de inicio para marcar un parcial de 10-0 para poner las cosas en su sitio.

Hasta aquí las críticas. Hoy el madridismo, ese sentimiento que me incluye (en un sector, eso sí, que se va moderando con los años) tiene motivos para estar feliz. El primero, claro, es la liga. La liga como título y la liga como recompensa a un trabajo muy bien hecho. El segundo tiene que ver con el pasado, con los años de prédica infructuosa en el vacío de la derrota que hoy, de pronto, quedan atrás, muy atrás. El tercero, el más importante, es el que tiene que ver con el inmediato futuro, con la ilusión que transmite a la afición un proyecto que se consolida a base de nombres, pero sobre todo de ideas.

Y aquí entra Pablo Laso, uno de los personajes del mundillo más parodiado, cuestionado, criticado y, también, admirado y respetado. Aunque en momentos cruciales de la temporada echó el freno de mano y recordó, o le recordaron, que cobra por ganar y no por dar espectáculo, su propuesta de baloncesto es digna de alabanza. Tuvo los cojones, aunque después varias veces este mismo motivo se los haya puesto de corbata, de descartar la renovación de Tomic por su poca implicación defensiva y por su lentitud a la hora de recorrer el carril del cinco en el contraataque. Él y su equipo técnico asumieron las consecuencias de apuestas arriesgadas como las de Slaughter o Draper y le dieron un voto de confianza a Sergio Rodríguez sabedores de lo escaso que anda el talento en el mercado. Tenían la fórmula y simplemente buscaron los ingredientes.

El plato siempre supo bien. Siempre fue agradable al paladar e invitaba a querer probar un poco más. Sin embargo, por pequeños detalles, no terminaba de rematar en los grandes concursos. Se perdió por un rebote defensivo la Copa del Rey, se cedió ante el rodillo de Olympiakos la ansiada novena. Por eso este título, además de esperado se había convertido en urgente. Tocaba avalar con resultados, con trofeos en las vitrinas, un trabajo que a todos nos parecía bueno, nos sabía bueno y nos olía bien.

Por fortuna, para mí como madridista, para nosotros, como amantes del baloncesto, este título ha llegado. Sucedió en la noche de un 19 de junio en la que nos seguimos acordando de Manel y, claro, al igual que el balón, de los huevos de Felipe. 


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