Llegué al basket
como llegaba cualquier otro niño, o tal vez no. En mi cabeza se mezclan locuciones de
Barthe y Trecet, canastas demasiado altas como para querer ser Arlauckas(en
duelo directo frente a mi amigo Mario, alias Tanoka Beard) o imágenes difusas de
partidos callejeros entre jugadores malos y muy malos que a mí me parecían
buenos y muy buenos. Llegué al basket, en definitiva, sin empujón previo ni
invitación oficial, como un oyente y un voyeur que no acababa de
entender lo que ocurría, pero que no tardaría en soñar con ser Raül López
mientras jugaba a ser Luis Amado, portero de Caja Segovia y luego de Interviú,
cuando las cajas y las revistas para adultos, también las canchas callejeras,
aún ocupaban un lugar importante en nuestras vidas de barrio, pequeños
submundos donde aún reinaban códigos más propios del Western o del
Medievo y uno se las apañaba para sobrevivir intentando demostrar habilidad en
lo que fuera, incluso en el baloncesto, para evitar ser la diana de las burlas o el
señalado por incompetente o distinto.
Hay algo de esa
nostalgia en Individual o Zona, el blog, que también verán en Individual
o Zona (Ediciones en Huida, 2024), el libro que pronto saldrá a la venta y
que recopila, selecciona, ordena y cataloga en cinco capítulos catorce años de
artículos, crónicas, reportajes y entradas de diario surgidas casi siempre del
impulso primigenio de exprimir la anécdota hasta adquirir una enseñanza, una
teoría que me siga permitiendo comprender realidades tan complejas como los 44
tiros libres que lanzó el rival del pasado domingo (frente a nuestros 19) o por
qué sigo ocupando los mejores años de nuestras vidas tratando de entender la
naturaleza humana a través de un deporte que cada vez me representa menos,
asido como está a su faceta de negocio/espectáculo o a la pequeña rendición de
cuentas frente a una sociedad que ha dejado de lado la educación y aborda cualquier
actividad como si se tratara de una compraventa.
Si les digo la
verdad, del baloncesto me interesa más su papel, no siempre buscado, de reflejo
de la sociedad, de fotografía en color, o blanco y negro, de momentos clave de
nuestra historia. De ahí que el libro recoja gran parte de los artículos que
dediqué a algunas figuras que trascendieron el 28x15, de hombres y mujeres que planearon
muy por encima del parqué y sus miserias. Y, ya saben, hice caso de aquellas
sabias palabras que se pronuncian en El hombre que mató a Liberty Valance (John
Ford, 1962): cuando la leyenda se convierte en realidad, imprime la leyenda.
Del mismo modo, si
les da por hojear sus páginas, verán que también abordo dos aspectos que me han
interesado: el hecho deportivo y la teoría del entrenamiento. El primero en su
faceta sociológica y filosófica; el segundo, como aprendiz en prácticas que
sigo siendo de un campo que, como les digo, me resulta cada vez más ajeno, pero
con el que me sigo peleando para evitar preguntas incómodas sobre mi identidad
o mi sustento. Es decir, treinta años después, aquel niño que intentaba jugar
lo mejor posible para sobrevivir en la selva de un barrio de Salamanca sigue
haciendo baloncesto para mantenerse en pie en la jungla de asfalto del
institucionalismo y las convenciones. No hemos cambiado tanto.
Así que no puedo
concluir otra cosa: el baloncesto sigue siendo una parte fundamental de mi vida
porque me salva y, a pesar de todo, me abriga y cobija de la intemperie. Y
quiero pensar que sigue teniendo sentido dedicar los mejores años de nuestras
vidas a transformar, aunque sea mínimamente y a poder ser para bien, los
caracteres y las mentalidades de las futuras generaciones, aun con el riesgo de
que asuman las nuestras, temblorosas y dubitativas, necesitadas del abrazo del
baloncesto para mantenerse firmes y en pie. Y no siempre.
*Individual o
Zona estará próximamente a la venta tanto en la web de Ediciones en Huida como
en diferentes librerías a lo largo y ancho de la geografía española.
Cuando
uno comienza a entrenar equipos en el patio del colegio se dedica a
solventar problemas, a plantear retos inconexos a sus jugadores, a
trasladarles una visión del baloncesto necesariamente parcial. Son
días de inventar sobre la marcha, de probar lo último que se ha
visto o leído y de transmitir una pasión ingenua que puede, o tal
vez no, sobrevivir en el tiempo. Entonces uno carece de método –tal
vez ni siquiera se haya planteado que pueda existir uno–, desconoce
el destino y, por lo tanto, le da igual cómo sople el viento y hacia
dónde orientar sus velas. Repite dinámicas que ha probado como
jugador o traslada a su realidad, y sin adaptación alguna, el
entrenamiento individual del último MVP de la NBA y, a pesar de
todo, por estar cerca de sus jugadores en términos de edad y
aspiraciones, por gozar de un entusiasmo que aún no ha sido puesto a
prueba por las dificultades propias del camino, engancha a los
chicos.
Pasados
unos años aprende, a base de acumular experiencias, qué es lo que
hace falta para dirigir un grupo, crear un equipo competitivo y, por
eso mismo, se dota a sí mismo de un plan y un método, en prácticas
ambos, como es lógico. Adquiere también una mente analítica que va
más allá de lo que está sucediendo en apariencia y reacciona con
mayor prontitud ante los retos, de todo tipo, que inevitablemente
surgen a lo largo de una temporada. Poco a poco, a través de
charlas, diálogos con otros entrenadores, visualización de partidos
y autocrítica va conociendo el oficio y adquiriendo una mayor
variedad de respuestas. Así, al final de un largo proceso, con
avances y retrocesos, ensayos y errores, convivencia con la presión
exterior, pero también interna, podríamos llegar a hablar de un
entrenador.
Si
además se cuenta con un carisma especial, un don para la
comunicación y la motivación, un conocimiento profundo del alma
humana y de todos y cada uno de los fantasmas que la rodean; si uno
tiene una capacidad por encima de la media para encajar los golpes,
asumir los fracasos y extraer energías de la propia desesperación
y, además, se alía con su causa el azar, estaremos hablando de un
gran entrenador en términos profesionales. De un entrenador de talla
mundial, capacitado para entrenar en ligas internacionales,
universidades norteamericanas (si además aúna las virtudes éticas
y disciplinarias propias del maestro) e, incluso, en la NBA.
Pero
permítanme que reserve una categoría especial para aquellos que
conciben, o concibieron, esto de entrenar como algo casi místico,
una suerte de actividad artística desligada, si acaso, de alguno de
sus cánones fundacionales, pero análoga en muchas otras de sus
características. Aquí estaría el entrenador “genio”, enfermo
del detalle, escultor incansable de piezas impolutas, que concibe su
oficio como un ejercicio inevitablemente moral y deudor del que en el
pasado ejercieron los grandes maestros a los que, por respeto, no
aspira a imitar. Para ellos no importa tanto el método o el plan,
pues lo dominan hasta tal punto, como la filosofía que quieren
inspirar a través de su obra baloncestística. Y esta filosofía es
la de la perfección.
Todo
ello tras leer unas magníficas palabras que firma Stefan Zweig
dedicadas a Arturo Toscanini, de las que rescato algunos párrafos
que me hicieron pensar en todos los genios a los que he visto
entrenar, aunque haya sido en televisión. Pongan ustedes, si
quieren, los nombres.
Toscanini
odia la conciliación en todas sus formas. Desprecia en el arte como
en la vida la gentil conformidad, el compromiso, el mísero darse por
satisfecho (…). Toda voluntad que se obstina continuadamente en
alcanzar lo inalcanzable y en hacer posible lo imposible, logra en el
arte y en la vida un irresistible poder.
Tan
pronto como la voluntad de Toscanini se vierte sobre una obra,
adquiere de inmediato el poder de su santo terror, una fuerza que
primero paraliza el sentimiento extasiado y luego empuja hacia mucho
más allá de sus propios límites. Con la potencia de una descarga
agranda, como quien dice, el volumen sensitivo musical de cada
persona fuera de la medida en vigor hasta entonces; aumenta las
fuerzas y posibilidades de cada músico y, casi diríase, aún la del
instrumento muerto
Ensayar
no significa para él crear, sino nada más que adaptar los elementos
a esa magníficamente exacta visión interior, pues Toscanini siempre
ha terminado ya su labor plástica cuando los músicos inician la
suya
¡Trabajo
de titán, empresa aparentemente imposible: un grupo de temperamentos
y talentos heterogéneos llamado a sentir y a realizar con fidelidad
fotográfica, fonográfica, la visión general de uno solo! Pero
precisamente esa tarea, aunque mil veces ya realizada con gloria,
constituye el goce y el martirio de Toscanini; y todo el que venera
el arte en sus formas más elevadas como manifestación de lo moral,
percibe cual inolvidable lección el asistir a esa manera de
transformar, por asimilación, una multitud en unidad, y de elevar lo
informe, con fuerza tensísima, a la perfección.
Se
hace el silencio, rodéale aferrado un vacío, y en ese silencio
óyese la voz de Toscanini, un cansado, un malhumorado: “¡Ma no!
¡Ma no!”. Suena como un suspiro de desengaño ese reproche
doloroso. Algo le ha despertado, ha desilusionado a su visión; el
sonido vivo que vibraba perceptible a todos no era el mismo que él,
Toscanini, había oído con su órgano interno. Muy tranquilo aún,
atento, dominador, trata Toscanini de explicar a los músicos su
modo de ver. Después levanta la batuta, se recomienza en la parte
imperfecta, y ya la ejecucion se acerca más a lo que interiormente
desea, pero aún no se ha logrado la última concordancia, aún no se
ajusta la ejecución orquestal del todo a la visión interior. Vuelve
Toscanini a golpear, interrumpiendo; su explicación es ya más
agitada, más apasionada, más impaciente; deseoso de claridad, se
hace más explicativo y, poco a poco, desarrolla todas las fuerzas de
la convicción, y el don gesticulativo del italiano se convierte, en
su cuerpo magníficamente expresivo, en verdadero genio.
Sírvese
con creciente apasionamiento de todas sus fuerzas de convicción,
pide, conjura, mendiga, reclama, gesticula, cuenta, canta, se
transforma en cada uno de los instrumentos que se propone animar; se
forman en sus manos, visiblemente, los movimientos que deben realizar
los que tocan los instrumentos de cuerda, de viento y de percusión.
Y un escultor que quisiera representar simbólicamente la expresión
humana de ruego, impaciencia, ansia, tensión e insistencia, no
podría encontrar un modelo más maravillo que el de esos gestos
formadores de sonidos que realiza Toscanini.
Pero
cuando a pesar de su animación, de esa nerviosa manera de hacer
visible, la orquesta sigue sin comprender y sin alcanzar su visión
personal, la pena por esa imperfección humana, por ese no-alcanzar,
se convierte en Toscanini en verdadero dolor.
Este
espectáculo de la lucha resulta más y más conmovedor cuando
Toscanini pretende arrancar a los músicos la última, la extrema
forma de la obra, aquello con que él soñara y que él escuchara en
las esferas. Su cuerpo se estremece de emoción, tiembla como un
luchador durante la pelea, su voz se vuelve ronca de tanta animación,
el sudor corre por su frente; después de esas horas inconmensurables
de trabajo infinito parece siempre envejecido, exhausto; pero él no
cede ni una pulgada de la perfección, de su soñada perfección.
Empuja y exalta con una energía constantemente renovada hasta que,
por fin, la masa de los músicos se ha convertido íntegramente en
expresión de su voluntad y, su visión, intachablemente en obra.
Nunca
goza el presumido bienestar, nunca lo que Nietzsche llama “la dicha
parda” de la distensión, del estar encantado de sí mismo. (…)
Lo consume un indómito anhelo de siempre renovadas formas de la
perfección, y no es de modo alguno una pose de artista en ese hombre
sincerísimo cuando al final de cada concierto, en medio de aplausos
tumultuosos, se retira del atril como una mirada cohibida,
avergonzada, tímida y sorprendida, y cuando agradece el entusiasmo
atronador de la multitud a disgusto y solo para cumplir con la
urbanidad.
Llevo
más de ocho años entrenando. No son muchos, desde luego. Ni
siquiera alcanzan a dotarme de perspectiva sobre una posible
evolución del juego o de las características psicológicas y
sociológicas de la juventud. No he ganado nada, nada reseñable,
digo, para poner en el currículum y presumir de ello en las
reuniones de vanidosos anónimos, típicas de todos los gremios, en
la que tras un par de copas el ambiente se carga de hazañas pasadas
que sacan a relucir egos maltrechos. En cualquier caso, ocho años sí
han sido suficientes para ir despojándome de ingenuas creencias,
para ir descartando la vigencia de teorías que, por momentos, creí
infalibles. Pero como no se trata –ni hay tiempo– de dar una
charla de escepticismo, de ir desmontando, una a una, el conjunto de
leyendas que sostienen muchas veces el armazón social, haré el
ejercicio contrario. Porque si después de un largo despertar de ocho
años, aún resisten en pie determinados juicios será porque su
fortaleza es digna de ser tenida en cuenta. Así, resumiendo, digamos
que esto es en lo que aún creo.
1.
El baloncesto es un deporte magnífico para enseñar dinámicas de
grupo, para enseñar/aprender a trabajar en equipo. El
reglamento, con cambios ilimitados, permite reprochar –y corregir–
acciones egoístas al momento de su comisión. La propia estructura
del juego, que obliga a que todos ataquen y defiendan, exige que
todos los jugadores en pista pongan a disposición del grupo su
talento y capacidad de trabajo. Es tarea del entrenador dar
visibilidad a las acciones menos vistosas, percatarse y compartir con
su equipo que la canasta es el resultado de una suma de esfuerzos
colectivos (generación de un espacio, ejecución de un bloqueo), no
el producto, únicamente, de un gesto técnico individual. Y lo mismo
sucede cuando se fuerza el error del contrario, aunque se materialice
en un rebote o robo de un jugador concreto. Maldita estadística.
2.
El baloncesto es ideal para educar en el siempre controvertido
binomio creatividad-responsabilidad. Un buen entrenador es aquel
que genera ambientes que le permitan al jugador probar nuevas formas
de llegar a los mismos resultados equivocándose en el camino, pero,
al tiempo, debe ser la persona que muestre la responsabilidad que
supone formar parte de un equipo, el hecho de que, como en la vida,
en el baloncesto todo acto (balance no realizado, pobre esfuerzo en
la defensa de una línea de pase,...) tiene sus consecuencias.
3.
El gran reto del futuro, no solo en el baloncesto, tiene que ver
con la concentración. Solo metidos únicamente en la tarea que
nos ocupa podremos alcanzar los objetivos de realización previstos
para una sesión, un mesociclo o una temporada. Este mal –discrepo
con quienes no lo consideren– viene ocasionado no solo por una
multiplicación de los estímulos, sino por la erosión del valor de
los compromisos adquiridos. Es un hecho sociológico, con base
neurológica, pero también ética. Y la ética, lo siento mucho, se
aprende en casa. No hay jugador más dañino para un equipo que aquel
que no acude al entrenamiento dispuesto, únicamente, a dejarse la
piel y terminar reventado –y por ello feliz. Aunque tenga examen de
matemáticas el día siguiente.
4.
El juego camina hacia una simplificación de los esquemas
tácticos. En parte por lo anterior, cierto, pero sobre todo por
el salto de calidad que se ha producido en las últimas décadas a
nivel individual. Cada vez más jugadores son capaces de fabricar una
ventaja desde el juego uno contra uno o desde el bloqueo directo o
indirecto, por lo que la táctica del futuro va a pasar por esquemas
que propicien una rápida generación de ventajas y conceptos de
spacing y juego sin balón para que estas puedan ir incrementándose
hasta materializarse en un “buen tiro”.
5.
Sin embargo, a pesar de toda esta evolución, el baloncesto sigue
apelando a sus raíces más antiguas cuando enseña, como sigue
haciéndolo, que los fundamentos básicos son el pase y el tiro.
No, no sobra todo el trabajo de manejo de balón, recursos sobre
bote, etc. pero los partidos se los suelen llevar los equipos que
pasan y, sobre todo, tiran bien. Y meten. Lo digo para que lo
tengamos en cuenta a la hora de planificar las sesiones.
6.
He sido muy beligerante con los árbitros en el pasado, pero creo que
de un tiempo a esta parte he adquirido la actitud adecuada en la
relación con ellos. Doy por descontado que acuden a hacer las cosas
lo mejor que saben y desmonto, en mi cabeza, cualquier teoría
conspiranoica que me quiera jugar una mala pasada. Pitan lo que ven y
a veces se equivocan, como todos. Nuestra labor pasa más por
ayudarles que por hacerles frente y eso se consigue al aceptar una
explicación con la que no estamos de acuerdo o, simplemente, al
centrarnos en nuestro trabajo dejando que ellos se ocupen del suyo.
7.
La magia no se hace con la pizarra. Tampoco con una chistera. La
verdadera magia es un acto continuo de comunicación y empatía con
los jugadores, es que salgan de cada conversación, individual o
grupal, con la certeza de haber sido escuchados, sí, pero
convencidos al mismo tiempo de que el mensaje del entrenador es el
más adecuado para el bien común. Esta fórmula podría quedar
resumida en la palabra “credibilidad”, que a su vez se alimenta
de otras como honestidad, coherencia y sensibilidad, y es la clave,
junto a la estabilidad psicológica, del éxito del funcionamiento
eficiente de todo el equipo. No del éxito deportivo, de los triunfos
y campeonatos, pues ahí ya interviene el azar con sus múltiples
disfraces. Y de la suerte, amigos, ya no me creo nada.
Esta
tarde a eso de las siete en la Cafetería Cervecería 5 Arcos de
Salamanca (C/Alfonso IX de León, 122), como previa a la final
olímpica que enfrentará a Serbia y Estados Unidos, y gracias a la
confianza depositada por José Ángel Cortés Ramos, responsable del
área de entrenadores en la delegación de Salamanca, expondré en
una breve charla las claves que, en mi opinión, explican los
indiscutibles éxitos de la selección norteamericana, la cual
afronta esta noche la búsqueda de su decimoquinto oro en diecinueve
Juegos Olímpicos (y que puede presumir, también, de seis oros consecutivos en categoría femenina).
Claves
que residen, probablemente, en cuestiones que van más allá del
baloncesto (demográficas, económicas, sociológicas,…) pero que
también se encuentran en el núcleo del propio deporte, en su
historia, en sus relaciones con los diferentes niveles educativos y,
sobre todo, en la existencia de un método de enseñanza que, si
antes perduraba por el contacto entre “escuelas de entrenadores”,
hoy se ha institucionalizado gracias a los esfuerzos de USA
Basketball por unificar todas esas tendencias en una que, siendo
flexible, pretende marcar el camino de la excelencia: el youth development curriculum.
Dado
que en la cumbre de dicha pirámide que abarca a las más de treinta
millones de personas que practican el baloncesto en Estados Unidos
–en todas las edades y categorías– se encuentran las
selecciones absolutas, me he querido valer de lo que el equipo
entrenado por Mike Kzyzewski ha ofrecido a lo largo de la
competición. Un equipo, por cierto, cuya propuesta me ha parecido
poco ambiciosa –quizá por el poco tiempo para prepararse–, pero
que sigue mostrando el ADN fundamental del jugador norteamericano,
mezcla de escuela y baloncesto callejero, con mil recursos sobre
bote, dominio absoluto de su cuerpo en las finalizaciones y muy
buenos fundamentos desde la situación de triple amenaza. Un jugador
que defiende con posiciones muy ortodoxas, agobiando el balón con
sus manos y cerrando líneas de pase.
En
cualquier caso, aunque los estadounidenses pudieran terminar
imponiéndose esta noche consiguiendo el doblete olímpico, dos
modelos salen igualmente reforzados de la cita demostrándoe, tal
vez, como los únicos que, en la actualidad, cuentan con un nivel
adecuado de planificación, programación y seguimiento, además de
con vías de financiación suficientes como para mantener la apuesta.
Estos son el serbio, que con siete millones de habitantes ha colocado
a sus dos selecciones en las medallas y, por supuesto, el español,
el derivado de la FEB, pero deudor indiscutible del trabajo que los
jugadores realizan en los clubes.
Si
España logra, como todos deseamos, conquistar el bronce ante
Australia, tres selecciones se habrían repartido las seis preseas en
juego. Tres selecciones con filosofías y métodos distintos, sí,
pero con filosofía y método. Esto para los que empiezan en el
baloncesto pensando que se trata básicamente de enseñar a botar,
pasar y tirar. Esto para los que creen que todo pasa por meter un
punto más que el rival. Filosofía y método.
Os
dejo con el avance de la presentación, que podéis ver pinchando
AQUÍ.
La
mayor parte de los viajes que emprendemos, por mucho que nos queramos
parecer al despistado Odiseo, implican una partida y un regreso. Todo
regreso, a su vez, exige una ardua labor de supervivencia, más aún
si el puerto en el que hemos atracado por unos días no es un
estercolero; o si la dársena de llegada, en la que pasaremos gran
parte de nuestras vidas, no se parece precisamente a un vergel (real
o figurado). La primera paradoja que debemos afrontar a la vuelta
encuentra su razón de ser en el propio concepto “vacaciones”,
cuya mera existencia revela, tal vez, el fracaso de un modelo que
quiso convertir a la felicidad en su eje motor. Durante su disfrute,
los seres humanos descubren que el mundo es más que una oficina o
una estación de metro, pero se percatan, también, de que no les
pertenece, llegándose a esta posible conclusión: “Pudiendo
disponer de paraísos naturales o culturales, el ser humano se
condena a vivir en junglas de asfalto”. Sí, ya sé lo que está
pensando, que invente, si me atrevo, una solución mejor. Denme tiempo.
Situado
sobre un acantilado, uno se da cuenta de la existencia de un tiempo
geológico prácticamente inconcebible desde la perspectiva humana.
Viendo al mar cincelar la roca caliza uno se percata de su propia
nimiedad, no ya solo en términos espaciales, también temporales. Es
curioso, seres que no son nada –apenas un eructo de la naturaleza–
lo quieren todo deprisa. Curioso pero lógico: el mar tiene todo el
tiempo del mundo, morirá con el planeta. Pero ello no elimina la
paradoja. Si la naturaleza acepta firmar una obra inacabada ¿por qué
estos seres diminutos se empeñan en quererlo todo ya, en dar por
terminados miles de bosquejos imperfectos? ¿Por qué no se conforman
con sobrevivir?
Tal vez porque trascender sea también pervivir, inmortalizar una obra que entierra a
un cuerpo y se desvincula de su triste penar. Una suerte de progenie
surgida de regiones inhóspitas de nuestro cerebro. Y de trascender sabe un poco Gaudí, de quien
me enamoré aún un poco más tras ver su “opera prima”, El
capricho, en la localidad cántabra de Comillas. La que pretendía
ser la residencia de Máximo Díaz de Quijano, abogado, músico y
filántropo (pero que moriría siete días después de su
inauguración), es, no cabe duda, la obra de un genio. Si vista desde
lejos parece una casa de fantasía, examinada al detalle fascina por
sus guiños a la melomanía de su inquilino o por la sutil fusión de
pragmatismo y belleza. Sin embargo, mirarse en el ejemplo de Gaudí supone una
cura de humildad dolorosa. También una lección de matemáticas.
Probablemente, su existencia elimina la posibilidad de que
nazca otro arquitecto de su envergadura en su mismo contexto cultural
hasta finales de este siglo, por mucho que se hayan acortado los ciclos económicos o tecnológicos, que no el que atañe a los genios (menos aún el que afecta a
los “clásicos”).
Ligo
aquí, a duras penas, con la temática de este blog. Entrar en íntimo
contacto con la obra de la naturaleza, y con aquella otra de un
maestro de la arquitectura, me ha dificultado el poder disfrutar de
los partidos de la selección de baloncesto. Escuchando como una
lejana banda sonora los comentarios de Pepu Hernández sobre tipos de
arrancada, sistemas o toma de decisiones, encontraba grandes
dificultades para prestar atención a semejante banalidad. En la
época en la que mayores y más variadas son las posibilidades para
el aprendizaje, el ser humano se empeña en levantar su edificio
sobre cimientos del tamaño de un átomo. Estudiamos con un
microscopio la anécdota más irrisoria de las que conforman el
universo y pretendemos obtener, por ello, una medalla. Y lo peor es
que muchos lo creen. Y los demás nos lo tenemos que creer.
Y
sin embargo hay que seguir, aunque aquello de darle sentido a la vida
deba de ser un sinónimo de autoengañarse. Toca olvidar la visión
del mar enfurecido y quedarse con el inopinado afán del pescador de
bonito. Es hora de dejar de aspirar a ser Gaudí y de conformarse con poseer
una millonésima parte de su talento. Un nuevo reto baloncestístico
espera a la vuelta de las verbenas y sus miembros, para su fortuna,
aún no se han hecho estas preguntas. Solo quieren aprender a vivir
jugando al baloncesto. Sin paradojas que se lo impidan.
La llegada de Ricky Rubio a la NBA, más allá de fascinar a la prensa y al público norteamericano, ha reabierto viejos debates dogmáticos sobre la pureza de nuestro deporte.
Todo, porque en cuestión de meses hemos visto dos versiones radicalmente diferentes del base de El Masnou. Dos caras opuestas que no encuentran su única explicación en las mejoras propias del verano o en su participación exitosa en el Eurobasket de Lituania. Parece lógico recurrir, por tanto, a argumentos tácticos y de gestión para explicar el temprano éxito de Ricky en una competición que le ha recibido con los brazos abiertos. Parece lógico hablar de Adelman y de Pascual, de estilos de entrenador y de filosofías de juego.
Xavi Pascual, con la inestimable colaboración de Chichi Creus en los despachos, ha convertido a un club ya de por sí ganador, en el mejor equipo de Europa. En mi opinión, el hecho de que no conquistara la Euroliga del año pasado no le hace menos merecedor de este virtual galardón. El Regal Barcelona sienta las bases de su éxito en una defensa inexpugnable que parte, a su vez, de toda una serie de principios como la defensa agresiva sobre balón y las líneas de pase y por la presencia intimidadora de jugadores de gran envergadura protegiendo la canasta. Si a estos presupuestos universales le unimos la gran labor de “scouting” llevada a cabo por el cuerpo técnico nos encontramos con la mejor defensa de Europa. Y no nos engañemos, tener la mejor defensa es sinónimo de aspirar a lo máximo a un lado y otro del Atlántico. Boston triunfó en 2008 teniendo la mejor defensa y Chicago y Miami son claros aspirantes al título de este año no sólo por su talento ofensivo, sino y sobre todo, por su trabajo en la retaguardia.
Es en la parcela ofensiva donde se dan los mayores contrastes. Xavi Pascual apuesta por sistemas largos, muy móviles y que generan opciones tanto dentro como fuera especialmente para jugadores clave como Lorbek, Mickeal o Navarro. En muchas ocasiones, la labor del resto de jugadores consiste en hacerles llegar la bola en las mejores condiciones para que luego éstos, con su talento, resuelvan. Las posesiones se juegan a una media de dieciséis segundos y el promedio total de tiros por partido es sensiblemente inferior al de la NBA con independencia de los ocho minutos más de tiempo en esta última competición. Todo ello para garantizar un balance defensivo óptimo y minimizar las opciones de anotación del rival en “cancha abierta”. Y pocos podrán poner en duda la eficacia de este sistema. Los títulos jalonan las salas del Museo del F.C. Barcelona y Xavi Pascual se ha ganado a pulso un hueco entre la élite de entrenadores europeos.
Rick Adelman representa otro modelo, otros principios y otra filosofía. Sus ataques se basan en el juego libre y en la iniciativa individual de los jugadores. Están controlados, al menos en Minnesota, por el base, jugador que hace las veces de entrenador en el campo. Es éste el que interpreta las necesidades del partido en cada momento leyendo qué jugador se encuentra caliente o a en qué situaciones debe recibir la bola cada compañero. Todo en el marco de una línea conceptual compartida por todos y que, en ocasiones, necesita verse ajustada. Es entonces cuando Adelman, o cualquier otro entrenador NBA, marca jugada o pide un tiempo muerto.
Algunos piensan que Ricky Rubio está hecho para la NBA, para triunfar en un estilo de juego que es, por definición, más rápido y libre. Yo, en cambio, creo que ha ido a parar al lugar adecuado y a las manos de un inmejorable tutor y que, de haber jugado para Phil Jackson, Tom Thibeaudau (entrenador de Chicago) o Doc Rivers, hubiera sufrido tanto o más que en el Barcelona.
Pienso, en contraposición a lo que defiende la mayoría, que hay un único baloncesto, un único deporte y no dos. Las diferencias en las reglas, en la duración de las posesiones, en la gestión de las rotaciones o en el criterio arbitral sólo son matices, pequeñas pinceladas que no pueden ocultar que son mucho mayores los nexos de unión que las diferencias. Me muevo en el término medio, en el que según Aristóteles, y el tiempo le ha dado la razón, se encuentra la virtud. Por ello me atrevo a hacer estas afirmaciones:
1. ¿Está el talento bajo sospecha en el baloncesto europeo? FALSO. La mayor parte de los sistemas que desarrollan los principales equipos del baloncesto FIBA están pensados para hacerle llegar el balón al jugador más destacado se llame éste Navarro, Spanoulis o Carroll.
2. En la NBA no se defiende. FALSO. El mayor talento uno contra uno y la velocidad de alguno de los clásicos “jugones” obliga a conceder tiros antes que penetraciones. Sin embargo, se defiende muy duro en líneas de pase y en todos los bodychecks y bloqueos de rebote el contacto permitido es cien veces mayor que en Europa. El bloqueo directo siempre se defiende pasando de segundo (rara vez se ven fórmulas más conservadoras como pasillos o defensas en “push”) y se permite el uso habitual de manos y antebrazos. Se anota con más facilidad por el mayor talento general de la liga norteamericana, no por el menor esfuerzo defensivo o porque los entrenadores incidan más en aspectos ofensivos.
3. Los partidos excesivamente tácticos son aburridos. FALSO. Quizá sí para un aficionado esporádico o para un neófito en la materia. Sin embargo, la alternancia de defensas y la forma en que los ataques resuelven problemas refuerzan la perspectiva estratégica de un juego hecho por y para gente inteligente. El veneno, ya se sabe, es la dosis, pero un par de partidos al mes gobernados por los entrenadores tampoco matan a nadie.
4. En la NBA sólo juegan bloqueos directos y aclarados. DEPENDE. La NBA está compuesta por treinta equipos con jugadores muy diferentes y técnicos formados en escuelas también distintas. Nos podemos encontrar con equipos anárquicos como los Knicks o los Nuggets, con equipos que basan su ataque en conceptos del juego libre (dividir y doblar, pasar y cortar, manos a mano para bloqueo y continuación y triangulaciones,...) como Minnesota o los Blazers, equipos que basan (o basaban, este año no los he podido ver) su ataque en las diferentes variaciones del sistema conocido en el mundillo como FLEX en el que como norma habitual todo el que bloquea es bloqueado como es el caso de Utah Jazz o equipos con innumerables jugadas como los Bulls o los Celtics.
No entiendo a los que ven un baloncesto y no otro. A los que debaten en términos de blanco o negro, de todo o nada. No entiendo el desprestigio que entre los puristas sufre el baloncesto NBA o la alergia que a otros les produce el ritmo más lento del baloncesto europeo. Se trata del mismo baloncesto visto desde diferentes enfoques y practicado con diferentes filosofías complementarias e igualmente enriquecedoras. Se trata de meter la pelota en el aro contrario y de que no te la metan en el propio. De ganar, ganar y volver a ganar que diría el sabio. De participar, que diría el otro.
Disfrutemos del baloncesto en mayúsculas y sigamos potenciando todos los valores positivos que encierra más allá de que se juegue en uno u otro punto del planeta.
Es 31 de diciembre. La Tierra culmina un nuevo viaje alrededor de la estrella y los humanos, ajenos a este movimiento, se disponen a celebrar que han sobrevivido a la crisis, a las guerras y a los sinsabores. Que no es poco.
En todo este tiempo algunos proyectos habrán avanzado y quizá algunos (espero que pocos) se habrán estancado. Determinadas personas te habrán sorprendido mientras que otras, tal vez, te habrán decepcionado. Habrá habido días en que el sol y las buenas vibraciones te hayan embriagado, mientras que en otros querrías no haber nacido.
Llena de paradojas. Así es la vida y la aceptamos como es a falta de otras opciones. Así es, también, el baloncesto, y lo queremos porque para muchos es parte indisoluble de esa misma vida.
Y es que los 29x15 metros de una cancha son una pequeña maqueta que resume las grandezas y miserias de las personas, que retratan sin necesidad de pincel o brocha los más puros y hondos sentimientos. 40 minutos son suficientes para que ilusión, ira, deseo, ansiedad, concentración, desenfreno, solidaridad, llanto y sonrisas se sucedan sin estructura lógica alguna. Veamos, si no, algunas similitudes entre ambas realidades.
Tanto en la vida como sobre el parqué hay líneas que actúan como fronteras. Estás dentro o estás fuera. Vales tres o vales dos. Aquí puedes estar, pero sólo tres segundos.
En el baloncesto y también en el quehacer diario, estamos sometidos a reglas que nos dicen lo que podemos hacer. Dicen proceder de la costumbre y estar inspiradas en la moral mayoritaria, pero casi siempre, y sin rodeos, no son más que decisiones arbitrarias y desde arriba para que los de abajo puedan convivir sin que lluevan palos por todos lados.
Qué decir del azar, de los golpes de suerte, de ese balón que acabó entrando tras bailar sobre el aro o de ese avión que no cogiste por quedarte dormido y que hoy reposa en el fondo del océano. Por mucho que trabajemos y por muy bien que estemos preparados muchas veces dependemos de que la inmaterial fortuna nos acompañe.
Y también, tanto en la pista como en el día a día nos encontramos con compañeros y rivales, con personas en las que puedes confiar aun con los ojos vendados y con otras que tratarán de hacerte caer cuando menos te lo esperas. De hecho, es en este aspecto, el de los compañeros y los enemigos es donde el baloncesto se convierte en un escenario en el cual todo se magnifica. Cuando te vistes con una misma camiseta y persigues un mismo objetivo, un compañero pasa a ser algo más,se transforma en una persona a la que defender, a la que apoyar en la derrota y con la que celebrar las victorias.
Pero de entre todas las semejanzas me quedo con que tanto en un ámbito como en el otro, anotar una canasta hace feliz a una persona mientras que dar una asistencia hace feliz a dos. Ayuda a los demás, comparte tu felicidad, escucha a quien necesite ser escuchado, ofrece tu aliento a quien no lo tenga y ya sabes, si coges un rebote, si logras tener una segunda oportunidad en cualquier sentido de la vida o del deporte, aprovéchala. Aprovéchala porque nadie sabe qué podrá ocurrir mañana.
Feliz año 2011. Que cada uno de esos 365 días lleno de paradojas sean recordados con una sonrisa cuando hagamos de nuevo balance. Y que podamos hacerlo desde este blog. Gracias a todos por estar ahí.
Juan José Nieto Lobato. Licenciado en Geografía, master de profesorado de secundaria y bachillerato, máster en Creación Literaria por la Universidad de Salamanca y Doctor en didáctica de la escritura creativa también en esta universidad. Autor de dos libros de relatos, Hasta que la noche nos alcance y Madrid, Nueva York, Logroño, y autor también de Individual o Zona, selección de artículos e historias sobre baloncesto. Entrenador superior de baloncesto (CES 2014), con experiencia como ayudante en Primera FEB y como entrenador principal en Tercera FEB. Te invito a conocer más en mi página web personal: http://jjnieto.com