Comprensión mutua





En este país cuya democracia descubre nuevos brotes de acné cada vez que se mira al espejo, en este puzzle rojigualdo que aún se pregunta, sin dejar preguntar, de cuántas piezas se compone, en este extremo suroccidental de Europa que cada vez que imita a sus vecinos del norte termina pareciéndose más a los del sur, hemos vuelto a suspender un examen. Esta vez no fueron entidades financieras las que nos auditaron ni vino el asunto a versar sobre variables económicas. La mera proclamación de Gala León como capitana de la Copa Davis removió los jugos intestinales de alguno de los principales abanderados de nuestra otrora armada invencible -reconvertida ahora en un batallón de segundones dispuestos a cubrir las vergonzosas renuncias de sus superiores-, para poner de manifiesto una realidad que yacía latente y que quien más quien menos podía adivinar: el machismo reinante en nuestro deporte. En el nuestro y en el del noventa por ciento de países del globo. No nos creamos, tampoco en esto, tan especiales.

No cabe duda de que más allá de esta primera y rápida lectura, se esconden también argumentos relacionados con la ausencia de credenciales y peso específico de esta ex jugadora profesional sin títulos en su palmarés. Los últimos capitanes habían sido referentes del tenis masculino y todo parecía indicar que el perfil buscado era el de un Ferrero o un Brugera. Por otro lado, cualquiera podría sostener aquello de que el tenis masculino y el tenis femenino se parecen tan solo en las dimensiones de la pista y en el uso de una raqueta y una bola y que, por ello, el capitán debería ser un habitual del circuito de la ATP. Sin embargo, si analizamos el papel tradicional que juegan los capitanes podemos llegar a la conclusión de que las decisiones estratégicas vienen a coincidir en un noventa por ciento con las que tomaría cualquier lego en la materia, esto es, juegan los dos mejores los individuales y después la mejor pareja de dobles posible.

El asunto gira entonces en la capacidad de motivación, en el ascendiente del capitán sobre el conjunto de los jugadores. Estoy seguro de que la mayor parte de los potenciales miembros del equipo pensaron tras la elección de Gala León: “¿Y qué me va a contar ésta a mí?” “¿Con quién ha empatado?” La nueva capitana compartirá sensación con todos aquellos entrenadores sin pasado en el deporte profesional, con esos recién llegados procedentes de otras ramas que aspiran a alcanzar un saber erudito por medio del estudio pero que carecen del conjunto de experiencias sensoriales y sociales que implica el mundo profesional (el mundo profesional masculino, en este caso, pues Gala sí que fue jugadora profesional) y a los que los jugadores, antes de aceptarlos, les pasan un concienzudo examen.

En Toni Nadal veo, además de un gran entrenador y un filósofo de su deporte, una persona misógina. Ya en su momento se quejó de que los premios fueran iguales en los torneos grandes cuando los jugadores disputaban partidos a cinco sets y las jugadoras al mejor de tres. Ahora vuelve a decir lo que piensa y de sus palabras trasciende ese sentimiento de superioridad masculina que comparte con el 90% del mundo del deporte. Pero es que en el deporte no somos iguales y por eso, aun criticando lo inoportuno del tono y elección de sus palabras, quiero entenderlas en parte.

Hoy revisité la obra firmada por Toni Nadal y Pere Mas titulada “Sirve Nadal, responde Sócrates”. En ella se compara la filosofía griega con los principios que han de orientar la formación de un deportista de élite. En el mismo prólogo nos sugiere el siguiente paralelismo: La reminiscencia es clara: nos sugiere el combate que en la antigua Grecia protagonizaban los mejores hombres de cada ejército, como el combate “hombre a hombre” de Héctor y Áyax en la guerra de Troya, cuando la caótica batalla general se interrumpe y es sustituida por un nuevo orden; es el turno de los héroes, que con su enfrentamiento decidirán el final de la contienda y que a la vez luchan por su inmortalidad y para ahorrar sufrimiento y muerte a los hombres.

No podemos pedirle al deporte que se sitúe a la vanguardia de los movimientos feministas. En su esencia está la lucha primitiva y el concepto clásico de espectáculo inventado por los griegos y perfeccionado por los romanos. El deporte es el sustituto de la guerra en las sociedades civilizadas. En los campos de fútbol, rugby o baloncesto se cruzan, con reglas definidas y primando además de la fuerza la habilidad, los ejércitos de nuestro siglo y los campos de tenis no dejan de ser “arenas” para gladiadores. Es decir, el deporte ha heredado la esencia de actividades esencialmente masculinas como la guerra, la caza o la lucha cuerpo a cuerpo. Hay una codificación genética, una evolución fenotípica adaptativa que convierte a los varones en seres más aptos para este tipo de ejercicio.

Así y aun invitando a que sigamos derrumbando techos de cristal a través de la evolución cultural, aprovecho para defender que el futuro del deporte femenino no pasa por la búsqueda obsesiva de la igualdad por la vía de la asimilación, sino por la potenciación de las diferencias en una estrategia más propia del mundo de la empresa y del marketing. No se trata de saltar tan alto, correr tan rápido o lanzar tan lejos, sino de ofrecer un espectáculo suficiente como para que el público esté dispuesto a pagar una entrada o a sentarse frente al televisor.

Me parece muy bien que pueda haber mujeres en puestos directivos o a la cabeza de cuerpos técnicos. Nada les impide reunir el conjunto de requisitos que se exigen, pero por otra parte, mi invitación pasa por la aceptación de los códigos implícitos a la práctica deportiva, unos códigos que son antiguos y rudimentarios porque no pueden ser de otra manera, porque no vamos a los estadios a escuchar violines ni poemas recitados (actividades con las que disfruto mucho, no se me malinterprete). Es el deporte, es la guerra.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Escuela y despensa







Desarrollo económico y educación. Educación y desarrollo económico. Este binomio, decía Joaquín Costa, debía representar la regeneración de un país que a finales del siglo XIX vivía sometido por el yugo de oligarcas y caciques y el látigo de las recurrentes hambrunas y epidemias. Pues bien, les invito a viajar en el tiempo y les pido permiso para apropiarme de esta histórica expresión y utilizarla para explicar la situación actual del baloncesto en ese mismo país en el que sigue siendo necesario, más de un siglo después, alimentar estómagos y conciencias.

La crisis económica, causa y consecuencia de todos nuestros males, polifacética excusa y origen de toda frustración individual y colectiva, ya está afectando al baloncesto de cantera. Las familias manejan rentas cada vez más limitadas para atender a unas prioridades que casi nunca incluyen el deporte. El niño ha dejado de ser un niño para ser un proyecto de futuro en el que hay que invertir. Las acciones se materializan en clases de inglés, refuerzo de matemáticas, expresión oral, protocolo y un sinfín de actividades sobre las que se plasman no tanto los deseos del menor como las ambiciones de sus padres. No conozco los datos, pero tengo la impresión de que está bajando el número de jugadores (baloncesto masculino), de que mengua la despensa a un ritmo mayor del que lo hace la natalidad en un país en el que el baloncesto no representa, como en otros, un factor de promoción social para las clases menos pudientes (para eso está el fútbol).

Y no es sólo un asunto de número, de cantidad o masa, sino también de vocación. Estoy convencido de que una persona sólo puede dominar una actividad que ama, una actividad donde el sacrificio no es concebido como tal. Cada vez veo menos niños en estado de flujo mientras juegan. Cada vez veo más vacíos los parques, lugares donde uno baja porque quiere y no porque le obligan. Las temporadas han dejado de ser placenteros viajes para convertirse en lentos y prolongados martirios. El deporte comporta esfuerzos y renuncias a las que las nuevas generaciones no encuentran sentido.

Por otro lado las estructuras son cada vez más exiguas. Sobreviven gracias a las cuotas y a aportaciones altruistas, pero empieza a urgir esa ley de mecenazgo tantas veces anunciada en falso. Aunque claro, conocidas las voluntades políticas y los currículos de nuestros representantes (por mucho que el presidente sea aficionado al deporte y el líder de la oposición antiguo jugador de Estudiantes), cabe pensar que el baloncesto no será una de esas actividades promovidas en las que invertir será un acto provechoso. En este sentido, aunque corran malos tiempos en lo económico, urge reconocer el carácter profesional de los entrenadores, entrenadores de verdad, digo, aquellos que acarreando un alto coste de oportunidad dedican años en su formación para ofrecer una mejor educación deportiva y un potencial desarrollo de alto nivel a sus jugadores.

Alcanzada la conclusión de que, por numerosos factores, la despensa luce cada vez más vacía, aparentemente en número e indudablemente en ilusión, toca hablar de escuela. Escuela en clara conexión con despensa, porque entre jugadores y entrenadores siempre ha existido una relación biunívoca directamente proporcional en la que sólo existen dos posibilidades: todos pierden o todos ganan. De la cantidad de jugadores procede la calidad, dicen, pero también de la calidad de los entrenadores, en cuanto que reclamo, la cantidad y, en función de la calidad del proceso de enseñanza-aprendizaje, es obvio, la calidad de los jugadores. Siento que el razonamiento sea tan confuso, pero su derivada les va a parecer muy sencilla de entender.

Empiezo, pues, por el final. España lleva años sin sacar jugadores (no jugadoras) de máximo nivel. Los bases han dejado de ser Raúl López (34 años) o José Manuel Calderón(33) para ser, con todos los respetos porque son muy buenos en su nivel, Jaime Fernández o Josep Franch (considero a Ricky Rubio una rara avis, un ejemplo extremo de precocidad al que, por cierto, se le puede achachar un freno en la progresión). Navarro y Rudy Fernández superan o rozan la treintena y, además, no pueden ser considerados jugadores de escuela, sino genios heterodoxos hechos, en gran medida, a sí mismos. De aleros altos ni hablamos. Sobrevivimos durante largo tiempo gracias a la inteligencia táctica y los cojones, me dejo de eufemismos, de un Carlos Jiménez que no era precisamente un dechado de técnica individual. Es difícil atribuirle a ningún método el éxito de los hermanos Gasol, aunque nadie puede negar que durante su formación hubo muchos aciertos, más por decisiones individuales que en base a ningún modelo. Aun así Pau tiene 34 años, igual que Felipe, y Marc 29.

Todo mientras ganamos medallas una tras otra desde hace más de una década y desde las más tiernas edades. En la federación lo llaman “saber competir”, pero algunos pensamos que quizá, lo que estamos haciendo se llama “abusar de la táctica”. Cuestión de enfoque. Lo que pasa es que este mal se reproduce también en los clubes cuyas planificaciones incluyen numerosos aspectos tácticos en detrimento del desarrollo puro y duro del jugador. Dado que la despensa no es muy grande y hay mucho ego, en banquillos y despachos, que alimentar, se prefiere comer hoy y pasar hambre mañana. Porque tal vez los que pasen hambre mañana sean otros. Porque ahora, y éste es el razonamiento que predomina, soy yo el que, siguiendo con el símil, engordo mi palmarés de cartón piedra.

Así, mientras en Serbia, Lituania o Croacia, países con infinitamente menor potencial demográfico y un número de licencias federativas semejante al de España, sacan jugadores de manual con una calidad técnica indiscutible cada año, aquí la sequía ha empezado a afectar a la selección absoluta, sobre la que acechan largos años de travesía por el desierto, salvo que se decida, y ellos quieran, estirar el hálito de vida que aún echan por la boca sus estandartes.

Mi apuesta es clara. Fomentemos la formación de los jugadores relativizando el valor del resultado en cantera. Apostemos por los entrenadores que demuestran capacidad y talento para ayudar al desarrollo individual de jugadores. Pospongamos la enseñanza de complejos sistemas, aspecto a mi modo de ver más fácil de aprender con el paso de los años, para priorizar todo lo relacionado con la enseñanza de la técnica y la táctica individual. Hagamos bailar a nuestros jugadores con el balón, hagámosles jugar uno contra uno hasta que comprendan que el defensor, como diría Ramón Jordana, no es Dios ni nadie que se le parezca, tampoco una especie de muro que sólo podemos superar con una infinita sucesión de bloqueos.

Finalizo afirmando que este análisis más global de la situación del baloncesto en España que se plasma también en la escasa presencia de nacionales en los equipos ACB, no supone en ningún caso minimizar las responsabilidades que el cuerpo técnico y los propios jugadores deben asumir tras no conseguir los objetivos en este Mundial. Lo que he querido decir es que este mal es más profundo y que no empieza, ni termina, en Orenga. Escuela y despensa. No hay otra fórmula ni proyecto si queremos que estos tiempos dorados se repitan algún día. 




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

De Barcelona a Madrid





Llamar por teléfono. Eso fue lo primero que hizo Mike Krzyzewski después de que finalizara el último encuentro del Mundial de Baloncesto con un aplastante 129 a 92 a favor de su selección. Del otro lado del teléfono Paul George, el escolta de Indiana Pacers y principal sacrificado de este viaje hacia el triunfo tras su escalofriante lesión de tibia y peroné que le tendrá apartado de las pistas durante más de un año. Aquel fatal incidente ocurrió el pasado 1 de agosto, el día en el que los norteamericanos, en un partido de entrenamiento entre ellos, disputaron los minutos más igualados de todo este trayecto.

Desde el cambio de siglo y de milenio no he visto una selección estadounidense mejor que ésta. En 2000 un triple lanzado por Jasikevicius estuvo a punto de enviar el partido de semifinales a la prórroga, en 2002 fueron sextos en su mundial, en 2004 terceros en Atenas, en 2006 terceros en Japón y desde 2008 ganan pero no convencen coleccionando estrellas que se dedican a lucir músculo, asumir protagonismo y defender más bien poquito. El equipo de 2014 estuvo bien confeccionado, gozó de equilibrio y en él los egos encontraron acomodo sin necesidad de asumir tiros insensatos ni acaparar flashes. El equipo de 2014 no fue un desfile de aleros acumuladores de juego y lanzamientos, sino una muy buena mezcla de bregadores, intimidadores, referencias interiores, falsos cuatros, tiradores tras recepción y después de bote y jugones que demostraron poder compartir el balón. Este equipo defendió cuando hizo falta con piernas y con manos para correr, qué digo correr, para volar por la pista con una ocupación perfecta de las calles y una calidad de pase irreprochable. Y sin alguno de los pívots más conocidos y dominantes de la NBA reboteó en defensa y en ataque por deseo y anticipación pudiendo así marcar el tempo de los partidos.

Este equipo, a priori una versión “c”, abrió numerosos debates y terminó generando otros. Se dudó del respeto de los jugadores NBA, y de la propia liga, hacia el baloncesto del resto del mundo. Se pensó que serían batibles, que terminarían perdiendo por falta de experiencia, talento y conocimiento del juego. Y las dudas se disiparon mientras a algunos nos surgen otras. ¿Se ha vuelto a multiplicar la distancia entre el baloncesto NBA y el baloncesto FIBA?

La victoria aleccionadora de San Antonio y la exhibición de esta selección invitan a pensar que sí. La NBA vive una época dorada y goza de un fondo de armario de jugadores inacabable. Institutos y universidades siguen siendo el granero perfecto, una especie de Actor´s Studio para las futuras estrellas de la liga. En ellos los jugadores se forman en la búsqueda de la excelencia técnica a base de numerosas horas de repetición y uno contra uno. ¿Su primacía obedece a cuestiones de potencial demográfico? Sí, pero también es cuestión de escuela. De método y concepto. Mucho que aprender.

El Mundial diseñado para que nuestra selección culminara quince años de éxitos inspiradores nos ha dejado una reedición “sui generis” del Dream Team. Sin el glamour de aquellos nombres, sin tres de los cinco mejores jugadores de la historia en sus filas, me permito este desafío a la nostalgia y la historia en virtud de la calidad del baloncesto que estos jugadores, aún proyectos de estrella, han desplegado en la cancha. Mi enhorabuena para ellos y mi reconocimiento al cuerpo técnico comandado por ese ejemplo de honestidad, dedicación y amor al baloncesto que es Mike Kryzewski, Coach K. Su gestión del capital humano se estudiará algún día en las escuelas de negocios.




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

El fracaso en titulares





J´accuse. Hace un año, finalizado el Eurobasket, más como un ejercicio discursivo y de retórica que en base a planteamientos personales, defendí la actuación de Orenga como entrenador. Este año resulta imposible elaborar un sólido argumentario que no produzca en el lector una súbita carcajada de incredulidad. Este año toca acusar y señalar con el dedo de la responsabilidad a quienes situaron en el cargo a un hábil funcionario de la federación sin apenas currículo. La selección jugó algunos buenos partidos, pero apenas pude reconocer un estilo entre las demostraciones de talento de Pau Gasol. El miércoles, cuando había que echar mano del ingenio táctico, escasearon los recursos y Francia, como reconocieron algunos jugadores al terminar el encuentro, demostró saberse de memoria la tabla del tres, es decir, el limitado bagaje estratégico de una selección cuadriculada, lenta y carente de equilibrio interior-exterior.

Juniors de oro. Hace mucho que no escucho esta expresión. Lisboa, aliviadero final del Tajo y plataforma de lanzamiento de esta generación, queda ya muy lejos. El equipo perdió aquella juvenil frescura con el paso de los años y con los cambios en el banquillo. Nunca he sido muy de Pepu, pero él fue, sin duda, el que mejor supo encauzar la inconsciente ilusión de este grupo de jugadores ignorante de lo que es el miedo a perder. Con ellos algunos jóvenes realizamos iniciáticos viajes que contribuyeron a que nos enamorásemos del baloncesto. Con su final, a pesar de la lluvia de medallas en categorías inferiores, experimentaremos un gran vacío. No se atisban talentos de su enjundia por la base. Los directivos intentarán que el muerto siga con vida durante el Eurobasket de 2015 que otorga plazas para los Juegos de 2016. Será clave el nombre del nuevo seleccionador para que a Gasol y compañía les apetezca pasar otro verano juntos ahora que ya no se quieren como antes, ahora que ni siquiera les resulta divertido compartir un balón naranja.

Golpe de gracia. Este fracaso no ayuda en nada a las perspectivas de nuestro deporte ni a su búsqueda de nuevos y jóvenes aficionados. La presencia de ídolos y los triunfos de la selección han contribuido a que la depresión no fuera más profunda. No veo a Abrines o a Hernangómez canalizando las ilusiones de los chicos, viviendo por ellos los sueños que pocos cumplirán. Habrá que seguir buscando en Estados Unidos, cuya selección, por cierto, además de ganar se sabe comprometida con la venta y difusión de la marca NBA.


¿A qué hora juega España esta noche? Aunque resulta difícil de creer que esta noche no juega España me apetece ver a Serbia. Teodosic, Bogdanovic, Bjelica o Krstic medirán su talento a la capacidad destructiva de sobra conocida de Francia. Cualquiera de ellos partirá como víctima propiciatoria para la selección de Estados Unidos, la mejor versión que recuerdo de un combinado norteamericano en mucho tiempo. Muchos pensarán que me he vuelto loco al comparar esta versión con la de los Juegos cuando Lebron, Anthony, Durant o Kobe se repartían los ataques jugando a pares o nones en el vestuario. Este año el equipo está equilibrado y el egoísmo no tiene cabida. Los pívots rebotean e intimidan, los bases hacen juego y los verdugos ejecutan. Al frente de estos jóvenes Coach K se siente cómodo y con la capacidad para echar regañinas y diseñar dos quintetos. ¿Quién se atreve a apostar contra ellos?



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Nada que perder





No sabría muy bien cómo definir el Mundial de Baloncesto 2014. La organización está siendo un éxito, pero la difusión y el seguimiento, también el nivel deportivo, están generando muchas dudas. Ello a pesar de que la prensa temática de nuestro país parece comprometida con el último baile de la más laureada generación de jugadores españoles destacando en portada cada previa y cada crónica de los partidos disputados. Sin embargo, los asientos vacíos y el escaso protagonismo del evento en las redes sociales da que pensar. Y no, la sospecha no recae sólo en el tratamiento mediático, tampoco en Mediaset ni sus prioridades a la hora de configurar la parrilla, prioridades, por cierto, que fueron modificadas sobre la marcha gracias a que varios hashtag críticos con la productora se convirtieron en virales secundados, entre otros, por jugadores de la selección. Nuevos tiempos.

El baloncesto se duele de un mal mucho más endémico y es que no termina de ser atractivo a los ojos del espectador no aficionado para quien los treinta y ocho primeros minutos no son más que un largo preámbulo de un acto final a veces apoteósico pero muchas otras intrascendente. Un amigo propone una solución que a algunos les podrá parecer una ocurrencia pero a la que veo pocas fallas. Juguemos un partido a cinco sets. Los cuatro primeros durarían diez minutos y el quinto, si fuera necesario, cinco. Sí, lo sé, algunos partidos pueden terminarse en treinta minutos, ¿reclamarían entonces los espectadores parte del precio de su entrada? No lo he visto nunca en el tenis o el volley.

Un partido a cinco sets haría que los entrenadores se estrujasen los sesos para dar con una rotación que les permita ser competitivos en todas las mangas y, probablemente, les forzaría a utilizar durante más tiempo a los jugadores estrellas. Jugando a cinco sets, además, la probabilidad de que se sucedan jugadas y tiros decisivos se multiplica del mismo modo que la lógica nos dice que se reducirán al mínimo los minutos de la basura.

Entiendo que modificar unas reglas tan arraigadas es complicado. Las inercias son poderosas y a los puristas se les pueden revolver las tripas. Las estadísticas individuales quedarían en “suspenso” pues no podrían cotejarse con las actuaciones en partidos con reglas tradicionales y en el periódico dejaríamos de ver marcadores en los sesenta o setenta puntos para ver cifras separadas por guiones. Pero, ¿qué podemos perder por intentarlo? El atractivo de las ligas nacionales no traspasa el ámbito de lo local y la ACB no es más que un largo pregón escasamente ingenioso de la que será una nueva final entre Real Madrid y Barcelona (van tres seguidas) a pesar de los intentos de Valencia por romper la diarquía. Insisto, ¿qué podemos perder?

Mientras se consolida esta propuesta, si es que alguien se la toma en serio, Estados Unidos sigue dando lecciones de concepto y gestión. Su selección juega a cien por hora, ataca cuando ataca y también cuando defiende. Reducir al físico la explicación de su poderío sería una falacia que nos remontaría a los tiempos del antiamericanismo por sistema. Se puede jugar bien al baloncesto sin necesidad de marcar jugadas que marean la bola durante segundos para terminar decidiendo desde el pick and roll. Los de Coach K son muy buenos en transición, en el uno contra uno y en el juego del bloqueo directo. Comparten bien la bola y sus pases son los más precisos de toda la competición. Y sin ser blancos ni yugoslavos cuentan con los dos tiradores más puros del mundial: Stephen Curry y Klay Thompson. ¿Se les puede ganar? Seguramente, pero nadie puede negar que USA Basketball ha sabido suplir la baja de sus mejores talentos montando un equipo que respeta las reglas y a sus rivales y que ha venido a España a cumplir una misión.

La NBA sigue enviando señales de buena salud mientras monopoliza el talento y deja en la ruina a competiciones satisfechas en su inmovilismo. El fútbol, cuyas bases se asientan sobre un marcador corto y unos cuantos iconos que desatan pasiones poco cuerdas, descansa tranquilo mientras sus competidores no puedan ofrecer espectáculos mejores de los que vienen ofertando. Y señores, mientras esto no cambie los aficionados no podemos exigirle a las productoras que desatiendan a las leyes del libre mercado para satisfacer toda esa suerte de principios morales, pedagógicos y casi divinos a los que echamos mano para reclamar un mejor trato.

Amantes del baloncesto, barramos antes nuestra casa, ofrezcamos un mejor espectáculo y luego reclamemos. Éste es el orden natural y lógico. Éste debe ser nuestro compromiso.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Formación y entretenimiento





Hacía tiempo que no me sentaba a escribir y a actualizar este humilde espacio. Lo hago mientras el verano aspira a perpetuarse en el poder y ahora que todo se tambalea en torno a la falla invisible que viaja de conflicto en conflicto resquebrajando nuestra fe en el ser humano. Pero en fin, no me detengo pues, al fin y al cabo “¿qué importan los problemas de millones de pequeños seres en este loco mundo?” que diría el enamorado Rick en aquella Casablanca de postal (y de cartón).

Para no perdernos en asuntos menores os contaré mi fin de semana, una experiencia agotadora aunque inmejorable con el baloncesto como leitmotiv. Todo empezó temprano, aún de noche, en el lugar de encuentro prefijado para la partida por los entrenadores del Club Baloncesto Santa Marta. Con ellos, aunque no estuvimos todos, conviviré un año más tratando de hacer mejores jugadores y personas a todos los jóvenes que tengan a bien formar parte de esta aventura. Será dura y divertida y lo digo con el temor de parecer redundante. Huelga decir que la diversión procede del trabajo mismo, de la sensación de fatiga, del sacrificio, del esfuerzo como fin y no como medio de pago. Ah no, me dicen que no, que el estoicismo ya pasó de moda, que la vida es breve, que hay que vivir el momento y que no debe haber sacrificio sin premio ni caminos áridos y pedregosos sin la promesa previa de un vergel en el horizonte. Y no muy lejos. Trataré de conciliar ambas posturas.

Sea como fuere mi intención no es predicar, sino dar trigo (aunque escribir no sea más que otra forma de predicar). Por eso mismo defiendo la figura del entrenador como ejemplo. Y una forma de dar ejemplo es la formación continua. Con esta idea viajamos a Madrid el pasado sábado esperando recibir, con éxito en la mayor parte de los casos, nuevas ideas y propuestas metodológicas para implantar en el club. Sportforyou, un nuevo portal dedicado al baloncesto a cuyos valedores deseo toda la suerte del mundo, reunió a varios de los mejores entrenadores de cantera de la Comunidad de Madrid en un marco incomparable, Magariños, la “Nevera” como conocen a la instalación todos los alumnos y ex alumnos del Ramiro de Maeztu y, por extensión, todos los aficionados de Estudiantes.

Javier Fort, Paco Redondo, Ivo Simovic, José Luis Pichel y Sergio Jiménez compartieron con nosotros algunas de las claves de su éxito dentro de una programación que pretendía abarcar la totalidad de elementos y contenidos que todo jugador debe aprender a lo largo de su proceso de formación. Me gustaron especialmente la visión balcánica, y en cierta medida clásica, del juego libre que aportó Ivo Simovic y el abanico de gestos a trabajar en el juego interior que propuso José Luis Pichel demostrando sobradamente que nadie les ha regalado el puesto como entrenadores de alguno de los programas más ambiciosos de nuestro baloncesto.

Así se esfumó el sábado, entre apuntes y balones en el viejo aunque remodelado Magariños pendientes, eso sí, de no abusar del tiempo y el espacio de aparcamiento en Calle Serrano y alrededores (máximo cuatro horas) ni de la dudosa hospitalidad de una ciudad que empieza a adquirir la misma inquietante belleza que su alcaldesa ahora que regresa septiembre y la vida vuelva a ser, y cito al gran Sabina, un metro a punto de partir.

El domingo fue aún mejor. Aunque sin muchos de los mejores jugadores de la NBA, USA Basketball ha montado un equipo muy competitivo que funciona como tal y que, si bien no enamora como aquel irrepetible Dream Team de 1992 o como alguna reedición más cercana que incluía a nombres como los de Kobe, Lebron o Durant, incluye a jugadores de indiscutible talento. Bilbao acoge todos los partidos de la primera fase y allí que nos plantamos unos cuantos amigos para disfrutar de la exclusiva oportunidad de disfrutar del juego de tanta estrella de la NBA junta. La experiencia no defraudó y es que el baloncesto en directo te permite disfrutar de cada detalle con el máximo nivel de realismo, sin el filtro de cámaras ni ondas. Así, a muy pocos metros del parqué, pudimos disfrutar de la plasticidad de movimientos de Stephen Curry, de la capacidad atlética de Anthony Davis y de la vertiginosa velocidad con la que desplazan el balón en el contraataque haciendo parecer pulgadas los 28 metros de largo de la pista de baloncesto.

Muchos creen que España puede ganar este mundial. Mi idea, después de ver a Estados Unidos sufrir durante veinte minutos contra la defensa de ajustes turcos es que la posibilidad es real, aunque pequeña. Nadie duda de la ventaja interior de España, pero mucho me temo que el nivel del perímetro, sobre todo en aspectos físicos, puede marcar la diferencia. Será, si finalmente se da, una lucha por bajar (España) o subir (USA) el tempo del encuentro, algo en lo que siempre nos han ganado tanto en Pekín como en Londres, donde anotaron 118 y 107 puntos respectivamente. Será, en caso de producirse esta final y más aún si se obtiene la victoria, sólo una pequeña alegría para el baloncesto que quedará pronto sepultada por la inercia futbolera de un país con una cultura deportiva que se alimenta de programas amarillistas y que, en el mejor de los casos, viaja al vaivén de los resultados.

Como no me veo capacitado para hablar de badminton me despido deseándoos un feliz regreso a la normalidad. La rutina nos protege contra lo imprevisible, nos evita pensar demasiado y nos mantiene en un estado letárgico del que espero sacaros más a menudo con alguna nueva entrada.


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