De hombres a dioses, de dioses a...

 



Ya es oficial: Sergio Scariolo reemplazará a Chus Mateo en el banquillo del Real Madrid. El entrenador italiano regresa a la que fue su casa hace veintidós años, punto final de un período de tres temporadas en el que consiguió una liga. Es cierto, en aquel tiempo la sección atravesaba un vasto desierto en el marco de una crisis que llegó a poner en entredicho su existencia, pero, también es cierto, aquel bagaje es muy inferior al que ha atesorado en estos años Chus Mateo. El todavía seleccionador nacional entró en el club blanco de la mano de Lorenzo Sanz para, a continuación, tras la derrota electoral de este, ser refrendado por Florentino Pérez, quien lo despediría dos años después.

 

Precisamente, aunque sea de manera delegada o indirecta, a través de un equipo de colaboradores con Sergio Rodríguez a la cabeza del proyecto deportivo, Florentino Pérez es quien nuevamente lo contrata argumentando, supongo, que un cambio es necesario, que el periplo de Chus Mateo como continuador, de alguna manera, de la forma de conducir la sección de Pablo Laso (de quien actuó como ayudante ocho años consecutivos) ha concluido. Ello aunque los matices hayan sido evidentes y Chus haya desarrollado su trabajo con un guion y un estilo propios, amén de con muy buenos resultados, más aún teniendo en cuenta el ascenso de proyectos deportivos como Valencia Basket o Unicaja de Málaga, que asisten a un floreciente renacer que ha puesto en entredicho la bicefalia Madrid-Barça.

 

Según Perplexity, plataforma de inteligencia artificial que combina la potencia de modelos de lenguaje de última generación con búsquedas en tiempo real en la web según sus propias palabras, la permanencia media de los CEO de las grandes empresas internacionales oscila entre los cinco y los siete años, variando según los contextos. En orquestas de primer nivel internacional ─como el Real Madrid─ la duración de sus directores al frente de ellas oscila entre los 5 y 15 años, habiendo mucha mayor variabilidad que en el caso anterior y siendo extremo el ejemplo de Herbert Von Karajan, quien estuvo 35 años al frente de la Filarmónica de Berlín, hasta la fecha de su muerte en 1989.

 

Sin embargo, la duración promedio de los primeros entrenadores en la liga Endesa es de entre una y tres temporadas, cifras solo comparables a las de las compañías de teatro, donde una alta movilidad conduce a una alta rotación, pero aun así la IA nos dice, a falta de poder contrastar los datos, que los directores de teatro suelen estar en sus cargos entre tres y cinco años. ¿A qué conclusión podríamos llegar? Quizá, acaso, a que el rol del entrenador es más bien el de un subordinado, un encargado de un área concreta de rendimiento, lo que impediría su equiparación a CEO´s, directores de orquesta o teatro. Sin embargo, mi experiencia e intuición me dicen que estas diferencias no tienen tanto que ver con el cargo (tanto CEO´s como directores de orquesta, cine o teatro rinden cuentas a sus jefes) como con el campo o área de actuación, este sí particular y diferente: el baloncesto, el deporte de alto rendimiento, el nuevo circo romano.

 

Parece evidente que la alta competición deportiva y su evidente repercusión mediática acelera los procesos de destitución, sustitución, reposición y deposición de todos los actores que intervienen, siendo la del entrenador la figura más vulnerable y trascendente, pues tal es la confianza que se tiene en el advenimiento de un nuevo técnico, lo que nos convierte en contingentes y necesarios al mismo tiempo, máxima cuerdiana por excelencia. Aceptar ser entrenador es aceptar ser proclamado prescindible e imprescindible en función de los contextos y las circunstancias, hasta el extremo de poder ser despedido y contratado por la misma persona.

 

Esta suerte de contradicción se viene reproduciendo en el tiempo y alimenta también el personalismo de una figura, la del entrenador, que aparece especialmente realzada en el baloncesto europeo, donde los equipos siguen siendo de autor y el entrenador sigue siendo tan importante o más que los jugadores, hecho que no sucede en el baloncesto norteamericano, lo que se traduce incluso en los códigos de vestimenta. Enfundados en un buzo o sudadera cómoda, los actuales entrenadores de las franquicias NBA son jefes de personal, directores de un amplísimo y multifacético cuerpo técnico formado por especialistas en muchas y diferentes áreas. Su principal misión pasa por atesorar, filtrar, segmentar y seleccionar la información que le trasladan estos asesores y convencer a los jugadores, verdaderas estrellas del negocio, para que actúen conforme a estas conclusiones alcanzadas bajo el paraguas de la ciencia y a través de la reflexión colectiva.

 

El propio Sergio Scariolo experimentó este modelo en sus carnes, cuando como asistente de Toronto Raptors, equipo campeón de la NBA en la temporada 18-19, conoció de primera mano esta forma de trabajar, este formato horizontal de reparto de tareas y toma de decisiones y esto se notó en la forma de concebir su trabajo, y el de sus asistentes, en la selección española en un caso de importación y adopción claramente exitoso. Ahora parece haber convencido a Luis Guil para que lo acompañe, oferta irrechazable con la que al parecer no puede competir un puesto de la máxima responsabilidad en Palencia.

 

Este hecho, precisamente, en caso de confirmarse, hará que la duración en el cargo de Luis Guil no supere el año y medio, a pesar de la confianza renovada por el club tras el descenso, lo que nos lleva a concluir que esa fugacidad de los entrenadores en sus puestos tiene que ver también con su propia toma de decisiones en la búsqueda de nuevos retos o mejores contratos, lo que es lícito, faltaría más, pero impide igualmente esa continuidad que, a priori, parece buena consejera para la consolidación de los proyectos deportivos.

 

Redondeo esta entrada, como tantas otras veces, incapaz de alcanzar una síntesis o máxima aplicable a todos los casos. Es más, termino y pongo el punto final sin saber qué somos los entrenadores en el marco de este negocio: si directores de orquesta o de teatro, si CEO´s de una mediana empresa o curritos que visten de traje o buzo en función de su consideración profesional y la de su trabajo. Y no sabría decir, tampoco, si prefiero el modelo europeo de entrenadores jefe investidos de un saber esotérico y en posesión de la verdad, su verdad, o el de los jefes de personal cuyo nombre tantas veces desconozco y a los que me cuesta reconocer entre esa hilera de sabios que rodean a los jugadores en esas sociedades cooperativas que son los cuerpos técnicos y directivos de los equipos NBA.

 

Tanto es así que no descarto que, en la búsqueda de este sincretismo, en este, quizá, primer paso de la sección de baloncesto del Real Madrid hacia la NBA, Sergio Scariolo cuelgue sus trajes en el armario y se enfunde un cómodo chándal para situarse codo con codo con sus compañeros de trabajo, con los expertos en rendimiento, en técnica individual, en ataque, en defensa o en cortes de vídeo. Esto o que Chus Mateo coja la selección sin enterarnos, de manera silenciosa, e impregne de su modestia y buen hacer el trabajo de la selección española durante diez o doce años, o durante 35, a lo Herbert Von Karajan, mientras le llueven las críticas porque es un tío como nosotros, porque podríamos ser nosotros, porque nosotros podríamos hacerlo mejor. Claro.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Irnos como si no nos fuéramos

 



Sostengo, y cada día que pasa me reafirmo, que una buena pretemporada para cualquier entrenador de cualquier deporte, individual o colectivo, pasa por estar atento a los estímulos provenientes de diversos campos de conocimiento, por conversar con personas de diferentes estratos sociales, de distintas nacionalidades y generaciones, con distintas inclinaciones y gustos. Pasa por vivir con los sentidos activados y aprovechar la oportunidad que el verano nos concede en forma de tiempo e interacciones lejos del entorno de trabajo cotidiano y necesariamente formal.

 

También debe incluir estudio y dedicación a la materia específica, a las asignaturas propias de los cursos de preparación que no dejan de ser las que debemos seguir cursando toda la vida para adaptarnos a los tiempos y las innovaciones que el baloncesto ha ido incorporando tanto para sofisticarse y profesionalizarse como para asumir una necesaria especialización y un aparente cientifismo que nos permita igualarnos y compararnos con los expertos en otras cuestiones. Lo tengo claro, los entrenadores de baloncesto estudiamos para ser más competitivos en el ejercicio de nuestra profesión, pero también para situar a este oficio en una categoría que nos haga sentir orgullosos como colectivo.

 

Y esto está bien, desde luego, pero conviene recordar que esta alocada carrera por parecer más especialistas, más científicos, más expertos nos conduce a toda velocidad al punto de partida: a la necesidad de comunicar. Y comunicar, seducir, construir un discurso común alrededor de decenas de individualidades requiere de capacidades innatas como el carácter o el temperamento (uno es líder antes de saber que lo es), pero también de un sentido de la verdad y la bondad que, como ya apuntaban los griegos, solo puede partir del conocimiento del bien, de la virtud. Una comunicación sincera requiere de un conocimiento del otro y de uno mismo que permita el hallazgo de las semejanzas que tenderán el puente y las diferencias que lo harán más rico y estable.

 

Un liderazgo honesto y admirable requiere de un amplio conocimiento de la naturaleza humana, un conocimiento que solo puede partir de un amplio bagaje vital, un bagaje vital que solo el acceso a la cultura puede ampliar estirando el tiempo de que disponemos. La lectura, la música, la pintura o el cine no son solo elementos para la evasión, «vidas de repuesto», que diría José Luis Garci, sino también herramientas que ensanchan el tiempo, que nos conducen a lugares cuya visita nos llevaría meses, años, vidas y que, además, enriquecen cada experiencia dotándola de un contexto, de una mirada diferente y amplificadora.

 

En una reciente visita a la sinagoga del agua, en Úbeda, la guía nos recordó cómo los judíos enseñaban a leer y escribir a sus hijos porque siempre estaban expuestos a una expulsión, a un trágico desenlace. Lo único que llevaban lo llevaban consigo, este sería su único patrimonio imperecedero (o que, en caso de morir, moriría con ellos). Su equipaje material era necesariamente ligero, pero todo lo que necesitaban para sobrevivir y prosperar en nuevos vergeles o desiertos eran sus conocimientos aprendidos y memorizados.

 

Todo lo que tenían era memoria de pasajes de la cultura popular y oral hebrea, técnicas de cultivo o nociones básicas de arquitectura. No podrían echar mano de sus textos, no podían acumular el conocimiento en bibliotecas, pues no gozaban de ese tiempo para engordarlas del que solo disponían los grandes imperios. Pero tenían memoria, experiencia vivida y transformada por una cultura propia y una herencia no cuantificable pero inmensa que terminaría definiendo su manera de mirar y estar en el mundo.

 

Hoy depositamos este conocimiento en bancos a los que acudimos puntualmente con nuestro lector de huellas digitales o cualquier otra sofisticada forma de acceso. Nos hemos centrado en ampliar y, ya digo, sofisticar y adornar el conocimiento en bruto para, de alguna manera, situarnos en la sociedad, definirnos y agradar a los nuevos zares y reyes. Pero ese conocimiento es inútil, yermo, si no ahondamos en la importancia de nuestra mirada, en el conocimiento previo que conecta al aprendiz, en este caso nosotros, con el conocimiento nuevo. No habrá intercambio de ideas cuando un cerebro vacío se cruce con una máquina llena, de una inteligencia tan superior que, aun hablando técnicamente nuestro idioma, lo hará con un nivel de conceptos tan superior que conducirá al silencio, a la incomprensión, al sentimiento de inutilidad de unos y otras.

 

En fin, concluyo esta defensa del conocimiento no puramente científico, de la conversación informal, del hallazgo inesperado y de la necesidad de armarnos de una aproximación humanística y multidisciplinar admirado por lo que pude ver en el concierto de fin de curso, conmemoración del 75º aniversario del coro de la Universidad de Salamanca (y del 40º aniversario del coro de cámara). No solo a nivel técnico, sino también, como os decía, a nivel humano y emocional. Bernardo García-Bernalt dirigió el coro por última vez tras una dilatada carrera que empezó, como director de la coral, en 1990, pero, de no haberlo sabido con antelación, hubiera sido imposible darse cuenta.

 

Es cierto, Bernardo incluyó un homenaje a su abuelo, de mismo nombre, eligiendo un tema de su autoría y, es cierto, hubo algunas lágrimas en el escenario, pero ninguna suya. Bernardo García-Bernalt se fue, parafraseando las palabras de mi estimado y fallecido poeta Vicente Rodríguez Manchado, como si al irse no se fuera, consciente de que lo verdaderamente importante es que la música siga sonando, que se siga cantando en la universidad de Salamanca, en la ciudad, en la región, en el país y en el mundo, consciente de la grandeza de la música en comparación con su humilde, aunque gran aportación.

 

Por tanto, en honor al maestro y su última lección, no queda otra que lanzar el balón al aire y dejar que se siga jugando. Y, si puede ser, cada día un poco mejor, aunque será difícil, y nos llevará horas y fórmulas matemáticas, definir esto.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Aviso para navegantes

 



Que los New York Knicks perdieran una ventaja de 17 puntos en 6:22 después de haber dominado el primer encuentro de la eliminatoria ante los Pacers puede ser una anécdota. Que los New York Knicks perdieran una renta de 14 puntos en los últimos tres minutos de juego puede ser calificado como un suceso improbable. Que los Indiana Pacers remontaran ocho puntos en menos de cuarenta segundos cabe definirlo como un suceso altamente improbable. Que Tyrese Haliburton anotara sobre la bocina un lanzamiento de dos puntos que tomó creyendo que era de tres puntos, que se elevó varios metros por encima del aro hasta caer dentro del mismo y propiciar la prórroga (aunque en la mente de Haliburton y tantos otros pareciera el tiro que daba la victoria) debe servir, por encima de todo, como un recordatorio.

 

Poco menos que un aviso del tipo de los que lanza el planeta a los arrogantes seres que creen tenerlo domado y a sus órdenes. Una alerta que funciona como cláusula de humildad intelectual, algo que muchos de los actores de este deporte deberían firmar antes de adjudicarse la capacidad de querer modificarlo a su capricho, a base de algoritmos y viejos y nuevos usos de la ciencia y la matemática, para dar una ventaja comparativa a sus equipos sobre los rivales partiendo de un presupuesto al menos discutible: el baloncesto puede ser estudiado con las bases del método científico; el baloncesto puede ser estudiado, conocido y alterado en base a categorías y conclusiones derivadas de modelos que han servido para el estudio, el análisis y la alteración de sistemas de otro tipo, mucho más regulares y predecibles.  

 

Y yo, desde mi posición de natural escéptica, también ignorante, pues no conozco en profundidad los principios que hay detrás de estas aproximaciones, me pregunto si las regularidades o patrones sobre los que se asientan informes estadísticos, análisis multivariables y diagnósticos revestidos de cientifismo sobre el funcionamiento del equipo, el rendimiento de un jugador u otras cuestiones que, efectivamente, no lo discuto, pueden ser medidas y comparadas con otras, no obedecen más a la necesidad de hacer entrar en el molde los millones de casos y las múltiples variables que se combinan, no siempre en base a patrones, en una cancha, para alcanzar certezas que dejen tranquilos a entrenadores, asistentes, analistas y, efectivamente, científicos: «hicimos lo que nos decían los datos».

 

Comprendo, de sobra, que haya ciencia del deporte, que es ciencia natural y es pura biología, en especialidades como el atletismo, la natación o el ciclismo. Que haya alta ingeniería en el diseño de un formula uno o una moto de carreras. Que haya mucho de física en el golpeo de una pelota en el beisbol o el golf. También en el tiro libre, el único que se realiza desde la misma distancia del objetivo y sin oposición, aunque no siempre en las mismas circunstancias, el mismo entorno o contexto. Comprendo que haya una estadística que refleje e informe de lo sucedido y pueda tenerse en cuenta para intervenir en lo que deba suceder en un futuro, como parte de un acervo que los entrenadores deben conocer y saber interpretar.

 

Pero todo en su justa medida, acompañando y enriqueciendo la información cualitativa, dialogando con otras fuentes, siempre tras el filtro de una mente que conoce los porqués de los estadísticos, pero, sobre todo, en qué medida pueden resultar útiles (y, en este caso, ustedes me perdonen, es mejor pecar por defecto e infravalorar su impacto a caer en todo lo contrario y dotarlos de una entidad que no tienen por ser la toma de datos poco fiable, la muestra insuficiente o por estar su categorización viciada por los sesgos de los especialistas). Nada ni nadie más peligroso que alguien que nunca miente o que se declara aséptico o neutral. Toda selección de datos es subjetiva, toma unos y descarta otros. Toda presentación de estos puede dejar entrever qué piensa el que los tomó, no por malicia o interés, sino por un posicionamiento propio y personal ante esta cuestión.

 

Ojo, no digo que este campo de conocimiento no deba tener un hueco en los cuerpos técnicos o directivos de organizaciones deportivas que, entre otras cosas y cada vez más, deben presentar resultados, también económicos. Ojo, con esto no estoy diciendo que los resultados de investigaciones con cada vez más y mejores datos no aporten ideas que puedan jugar un papel importante en la toma de decisiones de una entidad o de un equipo de baloncesto. Pero me gustaría recordar cómo el ingente número de variables que entran en juego y que podrían ser estudiadas desde la óptica de numerosas disciplinas distintas debería invitarnos a la prudencia: en definitiva, no sabemos qué factor o factores, a priori, van a ser los que determinen el resultado del encuentro. No hay fórmulas certeras, ni siquiera mágicas.

 

Espero no haber dado la impresión contraria: los quiero a todos cerca y alineados. A psicólogos, a matemáticos, a especialistas en el tiro, a nutricionistas, a traumatólogos, a fisioterapeutas, a ideólogos, a especialistas defensivos, a especialistas ofensivos, a delegados de equipo y de campo, a utilleros, directores deportivos, generales y gerentes, a entrenadores principales, general managers y, desde luego, a aficionados. Pero, honestamente, nos quiero a todos (yo no sé lo que soy en todo este árbol de especialidades) postrados ante el juego, conocedores de su historia, humildes ante su grandeza. Nos quiero a todos asombrados y admiradores de su diversidad, de su impredecibilidad, absortos ante la incertidumbre que le es propia.

 

Lo firma un admirador de Guardiola, quien este año ha comprendido lo que conlleva querer domar un deporte, caparle sus instintos, adiestrarlo jugando a ser un dios. Lo firma un lector de historia e historias que vio en el tiro de Haliburton la repetición del tiro de Don Nelson en el séptimo partido de las finales de 1969 en el Forum de Inglewood, cuando el balón casi tocó los globos que tenían preparados los angelinos para la celebración del anillo. Lo firma Haliburton al celebrar lo que pensaba que era un triunfo del mismo modo en que lo hizo Reggie Miller hace ya treinta años, recordándonos que la historia siempre se repite (unas veces como tragedia, otras como farsa). Lo firma Haliburton redondeando sobre la bocina, y gracias a la victoria en la prórroga de su equipo, una remontada con el tiro de menor valor relativo en el baloncesto, el que nunca nadie debería intentar lanzar en base a la estadística y la ciencia del deporte: un «long two», así, en inglés.

 

Y yo me reconcilio con el deporte y con el baloncesto, y desde ayer, también cuando veo a Thibs y Carslile en los banquillos de ambos equipos, me gusta un poco más.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Temporada 24-25. Guion y obra



 

Elegí el baloncesto, o el baloncesto me eligió a mí, porque es una pequeña representación de la vida, porque permite, de alguna manera, expresar sentimientos e ideas que sobrepasan la contienda deportiva. Elegí el baloncesto porque es un lienzo en blanco en el que, eso sí, los óleos, o las acuarelas, tienen vida propia: intereses particulares, una mirada única de lo que el cuadro debería terminar reflejando. El juego de un equipo de baloncesto acaba siendo más bien una construcción colectiva en el que las aportaciones de los distintos arquitectos, de los propios constructores, carpinteros y albañiles acaban generando un conjunto que aspira a la armonía, pero que no siempre la consigue.

 

Pero hay que tener una idea. A la aventura de entrenar, al contrario, tal vez, que a la de la literatura, hay que ir con mapa y con brújula, tener una hoja de ruta, un libro blanco de buenas conductas y, desde luego, un código moral y de valores que el juego del equipo, de una forma u otra, terminará reflejando siempre que seamos insistentes y encontremos la manera adecuada de trasladar los mensajes.

 

Aquí entra en escena mi faceta de escritor y la construcción de personajes y la elaboración de los diálogos (dos de los aspectos más complejos de la narrativa), algo que constantemente hacemos con nuestros jugadores, proyectando para ellos un desarrollo y rol, mucho más que una jerarquía en pista, también una forma de encontrar su hueco en una pequeña sociedad que es por esencia cambiante. En muchos casos, al contrario que los Cercas o Aramburu de turno, no elegimos las características personales y deportivas de estos “personajes”, sino que nos los encontramos y tenemos la misión de, en primer lugar, conocerlos para, desde el conocimiento, proponerles cambios y exigirles un cierto acomodamiento al guion a sabiendas de que no podremos adelantarles el desenlace.

 

Si entrenar solo fuera maximizar rendimientos, exprimir cualidades; si entrenar solo fuera confrontar ejércitos y diseñar estrategias ganadoras, que también lo es, desde luego, esta sería la última entrada que le dedicaría a este oficio. Comprendería que otros siguieran haciéndolo o enfocándolo desde este punto de vista, pero para mí sería insuficiente: nos estaríamos perdiendo la vertiente más humanística de este trabajo; las conexiones emocionales, los puentes que se crean (y destruyen) entre individuos en la construcción de una comunidad que aspira a convivir en paz y hacer mejores a cada uno de sus integrantes. 

 

Todo esto, en fin, porque ha pasado una semana desde que terminara la andadura del Grupo de Santiago San Pablo Burgos, filial del Silbo San Pablo Burgos y equipo que aspira a ser referencia de toda una cantera (y quien dice cantera dice toda una serie de jugadores con nombre y apellido que sueñan con poder jugar al baloncesto). Y aunque, por definición, por ser un equipo al servicio de un club, encuadrado entre dos realidades distintas a las que debe atender, creo que es uno de los equipos que he entrenado que, finalmente, tras atravesar períodos difíciles, mejor ha reflejado mi manera de entender el baloncesto.

 

Por ser un equipo joven, plataforma para quienes aspiran a tener una carrera profesional y, al mismo tiempo, destino de aquellos burgaleses que aún quieren jugar al baloncesto a cierto nivel. Por ser un equipo mezcla de realidades, ambiciones y deseos, era necesario fijar una filosofía y una línea estratégica, optar entre distintas posibilidades. En este caso, priorizamos las necesidades de los jugadores jóvenes que aspiran a crecer y poder jugar en categorías superiores, ya sea dentro del club o en algún otro lugar. Es decir, le pedimos un sacrificio extra a los jugadores locales, amateurs que terminan de trabajar y estudiar y acuden al entrenamiento muchas veces sin haber comido, que venían de una tradición distinta de baloncesto y que tuvieron que adaptarse al nivel de exigencia y a un ritmo de juego más propio de lo que debe ser, bajo mi punto de vista, un equipo filial (y no un equipo senior más habitual) en la antesala del profesionalismo.

 

El ritmo alto, el sacrificio defensivo, la democratización en la creación de las ventajas y la resolución de las mismas, la apuesta por ser agresivos en la búsqueda del rebote ofensivo hilaban bien con los objetivos del equipo dentro del club, con las necesidades de los “jugadores proyecto” y, además, casaban a la perfección con mi manera de entender el baloncesto, producto mezcla de las propuestas de los equipos que he visto y admirado (Kings 2000-2002, Celtics 2008-2010, Spurs 2013-2015) y de las ideas de los entrenadores con los que tenido la suerte de coincidir y a los que he ayudado mientras aprendía, siendo el principal, claro, por tiempo y generosidad, Jenaro Díaz.

 

Además, no se puede infravalorar la fortuna de quien diariamente ha compartido despacho, pista, conversaciones sobre baloncesto y vida con Bruno Savignani y Jorge Álvarez en el contexto de un primer equipo que ha logrado el ascenso a ACB de una manera brillante gracias, en gran parte, a la mentalidad instalada y que, de igual modo, ha encontrado su reflejo en la pista a través del hilo conductor entre ideas y obra que es el baloncesto cuando se juega como se imagina. Esta conexión es la que ha facilitado la subida y bajada de los jugadores, la implantación de reglas comunes que ha hecho más sencilla la transición de los chicos vinculados a una y otra realidad.

 

De cara a planificar y poner negro sobre blanco todas estas ideas y dotarlas de coherencia, me serví de la sabiduría de otro buen amigo, Fernando García, y sus constantes reflexiones sobre el ciclo de juego, de modo que el baloncesto puede ser concebido como un todo que orbita en torno a la forzosa alternancia de posesiones y la interacción entre las distintas fases del mencionado ciclo de juego, lo que hizo que le diéramos un papel preponderante a las transiciones.  

 

Mil ciento veinte es producto de 28 y 40 y en esta multiplicación entre los metros de la cancha y los minutos de juego radicaba el núcleo de nuestra idea tratando de poner en valor cada segundo y cada metro en la medida en que son los principales recursos que tienen los jugadores y los equipos para progresar. Así, por tanto, decidimos trabajar todo el tiempo y en toda la pista tanto en ataque como en defensa porque así, también, valorando cada minuto y cada metro, justificábamos la presencia en pista de un jugador y, por tanto, la presencia en el banquillo de otros siete. No cabía el ahorro energético, no era concebible la regulación de esfuerzos.

 

Llamamos Guardiola a nuestro balance principal, basado en las líneas altas del fútbol (y en presionar cuanto antes el balón), lo que colaboró con otros objetivos secundarios como desgastar a los rivales y a sus jugadores más talentosos (muchas veces los manejadores principales), mantener al oponente lejos de la canasta (donde tenían gran ventaja de altura y peso) y elevar los niveles de sacrificio individual y colectivo, lo que terminó, al cabo de los meses, por reforzar la cohesión del grupo. Al mismo tiempo, dotamos a los jugadores de la facultad de tomar decisiones más o menos arriesgadas en la defensa con y sin balón y les exigimos estar todo el tiempo concentrados y conectados con sus compañeros (pues cada decisión desencadenaba otras cuatro decisiones simultáneas y otras tantas sucesivas).

 




En la transición ofensiva, alimentada en muchas ocasiones por la propia labor defensiva, liberalizamos y flexibilizamos la salida, dando libertad a quienes tenían la capacidad para salir en bote, priorizando una recepción en carrera y encarada al campo contrario sobre un pase profundo (si la recepción de este pase no cumplía con los primeros objetivos), siendo el objetivo prioritario detectar y encontrar al jugador con mayor espacio y tiempo para maniobrar y acrecentar la ventaja.

 

Cualquiera de los tres manejadores podría ser el teórico receptor de este primer pase, lo que nos hizo, tal vez, ser primeros en pérdidas, pero, también, el equipo con los primeros segundos más peligrosos de todo el campeonato. Un receptor y tres corredores debían provocar un gran estrés en la defensa, opciones rápidas de anotación y la generación de un campo abierto y sembrado para una toma de decisiones agresiva y una continuidad que evitara la colocación de las defensas (más físicas, recuerden) e incentivara un juego libre a partir de asociaciones de dos, tres, cuatro y cinco jugadores basada en reglas de continuidad que, por supuesto, podían encontrar sus debidas excepciones si el talento de los jugadores así lo determinaba.

 




El tercer pilar de nuestro juego se basó en dar una importancia extra al rebote, fundamentalmente al ofensivo y especialmente a través de la metodología de entrenamiento, primando ir con 3 y 4 jugadores en función de la posición del lanzamiento, lo que ya nos preparaba para iniciar ese balance de presión alta y en toda la pista. El deseo y la fe con la que los jugadores acogieron esta idea nos ha permitido ser uno de los tres mejores equipos en rebote ofensivo, con lo que ello supone en forma de oportunidades extra y ventaja anímica sobre las ya de por sí castigadas defensas oponentes.




 

La forma final de la obra, más allá de los resultados obtenidos, me ha dejado ampliamente satisfecho pues, siendo los medios y el horizonte del equipo nuestra guía principal, hemos llegado a recrear las ideas que me hicieron elegir el baloncesto (o que el baloncesto me eligiera a mí) sobre cualquier otro deporte o profesión. A partir de una serie de decisiones, de una conversación a corazón abierto con todos los miembros del equipo, el trabajo comenzó a cobrar sentido y el baloncesto desplegado nos ha permitido crecer colectiva e individualmente, algo que también me preocupa y me mueve, y dejar la camiseta, o el polo de entrenador, en mejor lugar del que nos lo encontramos.

 

No siempre es fácil determinar cuándo ha llegado el fin de la obra, hasta el punto de que muchos afirman que no se concluyen, sino que se abandonan, pero frente al sol que ilumina este precioso café de Menorca, pongo orgulloso este punto y final a la temporada dándoles las gracias a todos los jugadores y a todos los que nos acompañaron en el camino, con mención especial para Evaristo Pérez y Miguel Ángel Segura, cada uno en su particular papel. Os pedí que entre todos cuidarais de los recuerdos y vivencias de este año y entre todos conseguimos crear una bonita historia.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS